En una noche estrellada.
El invierno aún no se iba, pero de a poquito los días se fueron alargando y al fin llegó la primavera y sin que me diera cuenta, el verano llamaba a mi puerta. Lo que más amo del verano, sobre todo en el campo, son las noches estrelladas, esas noches donde el cielo se ilumina totalmente, donde si miramos atentamente podremos ver cada una de las estrellas, planetas y todo lo que forma este hermoso firmamento que, aunque a veces nuestro intelecto no nos permita imaginar que una estrella que tantas veces vemos, ya no existe, que se ha transformado en algo que quizá jamás comprenderemos, pero que a pesar de todo la seguiremos viendo y eso es maravilloso.
Aquella noche calurosa y completamente despejada, estaba sentada en mi jardín cuando de pronto vi que algo se acercaba, no sentí ladrar al perro ni movimiento alguno que me hiciera sentir temor, todo lo contrario, una especie de velo transparente se detuvo sobre mi cabeza, vi a Tupí, mi perro, mover la cola, pero sin ladrar mirándome con algo que apenas pude percibir como una sonrisa.
No entendía qué estaba pasando cuando de pronto aquel velo se fue transformando en un cuerpo al que le habían salido un par de alas tan blancas e iluminadas que me llenaron de alegría.
Jamás había visto algo tan hermoso, por unos instantes no pude moverme ni hablar y me di cuenta de que Tupí tampoco lo hacía, no escuché ni un solo ladrido de su boca, pero lo sentí feliz al punto de acercarse a mí y poner una de sus patitas sobre mi regazo.
Aquel momento fue sublime y más aún cuando una música celestial llenó mi patio y asombrada vi mi rosal completamente lleno de rosas perfumadas.
Aquel ser se acercó lentamente y me susurró algo al oído que me llenó de alegría.
Mi esposo estaba en un viaje de negocios y esa noche regresó inesperadamente mientras aún estaba sentada en el jardín.
El ser se marchó sin que lo viera y esa fue una de las noches más maravillosa que tuve. A los nueve meses una hermosa niña dormía en la cuna junto a nuestra cama.
Tupí la cuida como si fuera un tesoro y cada vez que la veo recuerdo aquella noche cuando un ángel me susurró al oído que pronto dejaría de estar sola y que la llamara Angélica.
Aquella noche, le contaba a mi esposo mucho tiempo atrás, que había tenido un hermoso sueño, pero ahora sé que no fue un sueño, durante mucho tiempo había querido ser madre y ya me había resignado a no serlo.
Hoy al ver a mi hija, bella y angelical cada noche de verano le enseño las estrellas y cuando la veo sonreírles sé que aquél ser que me visitó es su ángel protector y que, aunque mi testigo de aquella noche sea mudo y que sólo sepa ladrar, él también lo vio.
Omenia 30/8/2024
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