Y no es necesario que mi mente deambule por los poblados de la Grecia de más de trecientos años antes de Cristo para saberlo y menos para justificar la actitud del filósofo. Ni tengo que ser miembro de la escuela cínica que fundó su antecesor para desearlo. Basta con que escuche con cuidado a los que me rodean. Y vea el uso del juego que desdibuja el momento actual.

Algo, a lo que la ganancia vital con mi raza, le aumenta una torpeza. Contrario a lo que se estila en países que respetan lo vivido. Ya que, y en sentido opuesto, te enclavan en el tiempo con mayor firmeza que al principio. Y con la visualización propia de la juventud. Cuando también sé hicieron cosas en las que no incurrí. ¡Qué dista mucho de ignorarlas!

Entendiendo lo de ignorar, cómo el desconocer su existencia. Y sólo añadiéndole al asunto el poderoso criterio de la depuración. Que es la parte débil del presente. Con el vicio de la haraganería verbal. Magnificado, además, por códigos que se alejan del tono natural de las palabras. ¡Tan exquisito para comunicarse!

Razón por lo que aquel Diógenes, con su linterna encendida a pleno sol(allá en Atenas) y un agresivo manejo de la ironía, buscaba el perdido don de la honestidad. ¡Por lo que prefirió terminar su vida en medio de pulpos y perros!