Es la niebla que me envuelve, en un susurro mortal,
la sombra en un vendaval, que en silencio se disuelve.
Es la noche que se pierde, sin estrellas que la guíen,
el vacío que sonríe, en la grieta de mi alma,
como el frío que reclama, la vida que ya no sigue.
En la sombra de mi mente,
donde el sol ya no amanece,
se desvanece lentamente,
todo aquello que se ofrece.
Es el eco de un lamento, que resuena en el abismo,
un espectro de sí mismo, sin reflejo, sin aliento.
Es el peso del tormento, que se clava en cada paso,
una sombra en el ocaso, donde el sol no se levanta,
como un grito que no canta, en la cárcel del fracaso.
Es la puerta que se cierra, sin promesa de salida,
una herida que en la vida, deja huellas como guerra.
Es la tierra que se aferra, a mis pies en el camino,
el destino que asesino, con la espada del hastío,
como un río seco y frío, que no encuentra su destino.
Es la voz que ya no habla, en la grieta de mi ser,
un suspiro sin poder, que en la sombra se desgarra.
Es la llama que no labra, su calor en esta estancia,
una ausencia en la distancia, que se cierne sin razón,
como un eco de canción, que se ahoga en la fragancia.
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