En el inicio de los tiempos, toda la materia del universo se encontraba concentrada, prácticamente, en un punto sin dimensión. Por causas inexplicables este punto colapsó dando origen a lo que conocemos hoy como el big bang. Esto lo sabemos porque las vibraciones de ese gran estallido aún se pueden registrar desde nuestro planeta. Creemos en el hecho de que el universo se expande, alejando sus límites, sobre un espacio totalmente vacío. Este fenómeno expansivo pareciese, desde un punto de vista general, haber alcanzado un cierto equilibrio, lo que en física se conoce como un régimen permanente. Desde lo particular, goza de una inestabilidad transitoria —régimen transitorio— que sostiene el cambio, en una expansión que mantiene en desplazamiento toda la materia contenida en el universo. Este inestable equilibrio se produce por causa de la heterogeneidad de la distribución de la materia en el espacio, la que faculta la aparición de pequeños escapes veloces de materia a través de vórtices que alcanzan cientos de miles de kilómetros a través de los bordes más alejados del big bang, en las fronteras que delimitan la concentración de materia desde su interior. Esto es comparable a la dinámica que se produce en el desagüe de una bañera llena de agua, que cuando le sacamos por algunos instantes su tapón, deja escapar parte del agua contenida en ella. Sin embargo, al intentar justificar, matemáticamente, este inestable equilibrio y la expansión que mantienen a los cuerpos celestes del universo en desplazamiento, constatamos que existen más de dos tercios de materia faltante, cuyo fuerza de atracción, debería justificar este equilibrio dinámico. Esto es lo que se ha denominado materia oscura, por su cualidad de no reflejar la luz, haciendo difícil, por no decir imposible, su observación desde nuestro planeta.
¿Por qué nos resulta mucho más creíble pensar que la creación está hecha con límites finitos? ¿Podría el cosmos no tener límites? ¿No es absurdo pensar que en el inicio, la materia estaba contenida en un solo punto sin dimensión perdido en un extenso espacio desolado? ¿No era también absurdo pensar que la tierra era plana o que el universo giraba en torno a nuestro planeta?
Cuando la tierra era plana el límite era el horizonte del mar. Cuando la vida acababa en ese horizonte el límite era el orbe. Cuando la tierra fue redonda el límite fue el espacio. Cuando el espacio dejó de ser el límite, lo fue el sistema planetario. Cuando el sistema planetario dejó de ser el límite lo fue la galaxia y así hasta llegar al cosmos entero.
El hombre necesita creer que todo tiene un límite, pues la existencia de un límite nos permite cuantificar, cualificar, dominar y poseer.
¿Y si el cosmos no tuviese límites? ¿y si ese 68% de materia faltante, que conserva el equilibrio kepleriano, correspondiera a otros big bangs que también son parte del cosmos?
¿No es más creíble pensar? Que puede existir algo tan pequeño en masa, como un neutrino, tan disperso en un espacio, como el cosmos, y tan alejado en distancia de nuestras posibilidades de observar que resulta imposible de medir. Que llegar a creer que sobre los bordes de nuestro universo existe una aglomerada y extraña sustancia que llamamos materia oscura.
Ese 68% de materia faltante pareciese sugerir que existen, en las inmediaciones de nuestro universo, a lo menos dos big bang que contienen una cantidad similar de materia o quizás muchos otros big bangs, más alejados, que aportan con su materia al equilibrio global del cosmos y que se reflejan en nuestro universo.
Quizás existan miles de millones de big bangs cuya manifestación nunca podrá ser constatada por nuestra limitada capacidad de percibir el cosmos en su totalidad. Y que cada big bang podría considerarse como una sola sinapsis, un destello explosivo entre cientos de millones de universos interactuando como neuronas en un oscuro cosmos. Un escenario límite que bien podríamos considerar ilimitado para nuestras capacidades. ¿Por qué no podría ser lo micro un reflejo de lo macro en una creación hecha con un único sello?



Nuestro universo bien podría ser muy parecido en su comportamiento al mismísimo sol. A ratos, experimentando erupciones que escapan velozmente desde sus bordes. A veces escapes de poca masa infinitesimales en duración y otros que pareciesen permanecer de manera sostenida. Desde el interior del sol, se verían como grandes agujeros negros tragándose insaciablemente toda la materia a su alrededor, tal como hemos sido capaces de observar este tipo de singularidades desde nuestro planeta. La fenomenología de nuestro cosmos bien podría ser muy similar a la interacción de cientos de millones de neuronas. Podríamos habitar sobre un planeta, parte de un universo, que esta contenido en el núcleo de una molécula que participa de una sola sinapsis, donde nuestro big bang correspondería a una descarga entre miles de millones de descargas eléctricas que forman parte de un pensamiento. Y nosotros, habitando sobre un planeta del porte de un pequeño neutrino , viajaríamos sin rumbo y ajenos al equilibrio global, sintiendo que todo lo creado es 99% espacio para movernos libremente, al igual que lo es cualquier átomo, aún los más complejos, para esta insignificante partícula subatómica. Hay quienes afirman, de manera poética, que existimos en un pequeño pensamiento de Dios. ¿Y si eso fuese cierto?