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Inicio / Cuenteros Locales / vaya_vaya_las_palabras / Cecilia no era bonita

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En mi casa no había lugar para mi prima Cecilia, no por falta de voluntad, sino por el espacio físico propiamente dicho. A pesar de eso, nos criamos prácticamente juntos. Cecilia vivió casi veinte años en el fondo de mi casa, crecimos en el mismo patio y fuimos a la misma escuela. Tampoco tenía papá, fue criada por una madre soltera con muchos sacrificios, es decir mi tía. Recuerdo que Cecilia tenía un solo guardapolvo para ir a la escuela, mientras que yo tenía tres. Tampoco llevaba muchos útiles en su mochila. Y a veces usaba un zapato medio roto.

Cuando Cecilia tenía veinte años, y muy a pesar suyo, su mamá volvió a formar pareja. Tuvieron que mudarse a un pueblito de la ciudad de Buenos Aires, donde por lo menos había teléfonos y computadoras. Entonces, de a poco, fui perdiendo contacto con mi prima Cecilia. Con el correr del tiempo aprendí que la tristeza forma parte de la vida, y depende mucho de lo que nosotros mismos hagamos con ella. Quizás por esa razón Cecilia decía que quería ser actriz, mientras que yo quería estudiar para arquitecto.

No mucho después de todo eso, yo me puse de novio con Juliana. De Cecilia no tenía casi noticias, salvo palabras sueltas que llegaban a mi oído por medio de parientes. Pero yo no quería creer en esas palabras sueltas, en que Cecilia se hubiera escapado de su casa, con un novio que aparentemente la golpeaba y le había hecho un hijo de un día para el otro. Quizás porque todo eso no encajaba con mi recuerdo de Cecilia, con esa chica que quería ser actriz a pesar de no ser bonita. Porque ella sabía que no era bonita, y nunca lo sería.

De niña, Cecilia jugaba a ser Thalía en la novela Marimar. Yo la dejaba ser, y hasta la alentaba. Pero en el fondo sabía que ese papel le quedaba grande, aunque también sabía que una actriz no tenía la obligación de ser bonita. Cuántas actrices triunfaban en las carteleras de los teatros y en la mismísima televisión, sin ser hermosas.

Yo, en cambio, me sentía con toda la vida por delante. Empecé la carrera de arquitectura y, gracias a la ayuda de mis padres, compré todos los manuales, herramientas y materiales que necesitaba. Pero abandoné en el segundo año, sin que mis padres me obligaran a nada. Eran épocas de vacas gordas, y el dinero se hacía fácil. Sin embargo, el recuerdo de Cecilia me volvía como a ráfagas y algunas noches, antes de dormirme, me la imaginaba cargando con un hijo al que apenas podía mantener, a merced de un hombre que, al contrario de amarla, la golpeaba.

Conseguí un trabajo de chofer y me independicé de mis padres. Mi idea era llevarme a mi novia Juliana a vivir conmigo pero ella no quiso, tal vez porque estaba un poco decepcionada con que yo hubiera abandonado la arquitectura, mientras que ella aún hacía grandes sacrificios para recibirse de abogada. Aún así me gustaba vivir solo en ese departamentito cercano a la Capital. El dinero me sobraba y no representaba un problema para mi.

Para entonces los teléfonos celulares ya habían irrumpido en nuestras vidas. Gracias a las redes sociales me reencontré con mucha gente, entre ellos compañeros de escuela primaria y secundaria. Sin embargo, de vez en cuando yo me preguntaba por Cecilia. La busqué en facebook pero no la encontré. Hasta que ella misma se puso en contacto conmigo vía Whatsapp.

Yo me puse contento. Cecilia me dijo que estaba viviendo en la Capital. Cuando fui a verla descubrí que vivía en una pensión de mala muerte. Estaba sola en una habitación sin baño. Tenía la valija todavía armada y vestía muy modestamente. Nos abrazamos fuerte y mientras lo hacíamos yo pensaba en los destinos tan diferentes que nos había tocado en la vida.

Cecilia tenía veinticinco años y estaba un poco avejentada. No quise hacerle demasiadas preguntas personales. Ni siquiera me atreví a repetir los rumores que corrían sobre ella. Dejé que, a su modo, me contara que había tenido una vida difícil. Pero no había perdido la sonrisa que le conocí de niña, sobre todo esa mirada pispireta que tenía cuando jugaba a ser Thalía en Marimar.

Le conté a mis padres de mi reencuentro con Cecilia. Ellos un poco se sorprendieron y después me dijeron que tuviera cuidado. Yo un poco me enojé con ellos. ¿Cómo podían ser así con Cecilia, con alguien que se había criado prácticamente con ellos? A pesar de eso le ofrecí ayuda a Cecilia. Le pagué el alquiler (la habitación que alquilaba no era muy cara) y también la mercadería que llenaba su heladera.

Nos veíamos una o dos veces por semana. De a poco me fue contando cómo había sido su vida después de los veinte años, después de haberse ido de mi casa. Me dijo que su padrastro era un tipo extraño, que la miraba siempre raro. Y antes de que algo malo le ocurriera, decidió marcharse. De repente se encontró sola. Entonces se puso de novia con un hombre bastante celoso, que en lugar de protegerla se mostró violento con ella. Con él tuvo un hijo que actualmente tenía tres años y estaba al cuidado de la familia del padre. Cecilia necesitaba cambiar de aire, y con el pretexto de hacer algunos trámites se ausentó de su hogar. Actualmente estaba viviendo en la capital de Buenos Aires, en aquella pensión de mala muerte.

Comprendí que esos trámites eran solamente la excusa para escapar del infierno. Su situación acá en la Capital no había mejorado mucho ya que Cecilia estaba sin trabajo. Su única fuente de dinero era yo. Una tarde la invité a tomar un café. Esa mesa de café fue un antes y un después en la vida de Cecilia. Ahí recordamos muchas cosas de la niñez, los juegos, la escuela, las fiestas de navidad y año nuevo. Casi como una broma le pregunté por qué no se ponía a estudiar actuación y cumplía con su sueño de ser actriz. Cecilia me dijo que ella no era bonita para eso. Entonces yo le dije lo que siempre había pensado al respecto, que no hacía falta ser una modelo para ser actriz.

Esa propuesta que había comenzado casi como un juego, rindió sus frutos. Cecilia consiguió un trabajo por ahora y después se anotó en un taller de teatro, de esos tantos gratuitos que hay en la ciudad de Buenos Aires. Me dijo que estaba contenta, que por lo menos en el taller se olvidaba de los problemas. Era como su cable a tierra. Mientras tanto yo me imaginaba lo mucho que Cecilia debía extrañar a su hijo. También me preguntaba por qué razón no había denunciado a su expareja por violencia de género. Oscuramente comprendí que para Cecilia la vergüenza y el miedo habían sido un factor común en muchas etapas de su vida. Entonces recordé con más precisión episodios puntuales de su infancia: su manera de quedarse siempre al margen de las fiestas, su vergüenza por no tener nunca zapatos nuevos, ropa nueva, perfume nuevo.

Para Cecilia el taller de teatro fue un gran descubrimiento, un gran juego, tan o más hermoso que los juegos en los que interpretaba a Thalía en la novela Marimar. Le gustaba ir a ensayar, cosa que esperaba con gran entusiasmo. Sin saberlo, el teatro la estaba ayudando a sentirse viva de nuevo. Hasta hizo algunos amigos que se interesaron por su historia personal y quisieron ayudarla. También le presenté a mi novia Juliana, quien se mostró encantada con Cecilia, tal vez porque su incipiente instinto de abogada la impulsaba a querer ayudar.

Después vino un tiempo como de estancamiento, con picos de crisis y de euforia. A Cecilia en el teatro le iba bien (estaban por estrenar una obra) pero extrañaba a su hijo. Juliana le ofreció ayuda a través de contactos suyos porque Cecilia tenía miedo de reencontrarse con su expareja. Yo seguía visitándola una o dos veces por semana en el hotel. Charlábanos mucho. Me di cuenta que Cecilia quería mostrarse valiente y fuerte, pero a veces aflojaba y se ponía a llorar en mi hombro, aunque enseguida se recuperaba.

También comprendí que las clases de teatro le estaban haciendo bien. Tenía mejor semblante y estado de ánimo. Sus compañeros le regalaban ropa y a veces comida. En el taller estaban por estrenar una obra que actualmente ensayaban con gran esmero y entusiasmo. Cecilia me invitó a mi y a Juliana al estreno, y también a mis padres. Pero mis padres decidieron no asistir. Yo no comprendí esa decisión.

El día del estreno estábamos nerviosos. Juliana también, y eso que ella era de tener más sangre fría que yo. Nos tomamos un taxi hasta el teatro. Cuando llegamos, encontramos que la sala estaba bastante llena. Nos sentamos por el medio. Tomé a Juliana de la mano y así nos quedamos esperando que se abriera el telón.

Cecilia apareció en escena casi en la mitad del primer acto. Me sorprendió verla en el escenario, parecía otra persona. A veces sonreía y a veces estaba seria, según lo que le dictaba el libreto. Yo estaba feliz por ella. Comprendí que todavía tenía la fuerza de voluntad para salir adelante. Porque Cecilia no era bonita, pero tenía los sueños intactos.


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Texto agregado el 15-08-2024, y leído por 193 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
25-08-2024 Volver a empezar. Que linda historia. Me siento identificada con cecilia. Tete
18-08-2024 Sentimientos.... 6236013
18-08-2024 Me has hecho vivir esta historia a tal punto que quise que se volviera linda y encontrará el amor ya que para hacerlo no se necesita belleza. Creo solo es sentimiento . Que bien escribes,de verdad tenía deseos de leer más,porque me sentí con esa mezcla de sentí momentos que provoca la pena por alguien . Me encantó***** Un abrazo fuerte Victoria 6236013
 
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