Me gustaría contar una historia que involucre a la casa de María, pero ahí se estaba tan bien, tan cómodo, que prácticamente no pasaba nada digno de ser incluído en un relato. Con María era diferente. Ella tenía dieciocho años y era tan hermosa que podría decirse que estaba en la flor de la vida. Yo tenía veintirés y también atravesaba por esa misma etapa, además de estar cursando el tercer año de arquitectura, cosa que me daba cierto prestigio ante su familia. Tal vez por eso María me seguía invitando a su casona los fines de semana.
Entre familiares y amigos, eran muchos los invitados a la casa de María. Mi miedo era que ella se pusiera de novia con cualquiera de esos que decían ser amigos. Eso me hubiera puesto muy triste. Porque yo quería que María siguiera siendo la misma María para siempre. Me gustaba llegar a su casona los sábados por la mañana y encontrarla en los preparativos para meterse a la pileta. Era lindo verla así, envuelta en una toalla que le dejaba al descubierto los brazos y los muslos tan blancos.
Me recibía con un cálido beso de bienvenida. Después se iba con sus primas y sus amigas, con quienes charlaba cosas de mujeres. A veces se reían tan fuerte que se las podía escuchar desde el otro extremo de la casa. Y eso que la casa de María era enorme. A pesar de eso, María nunca estaba involucrada en los preparativos del almuerzo o la merienda. Solamente la recuerdo sonriendo y charlando, rodeada casi siempre por sus primas.
La presencia de las primas era para proteger a María de tantos pretendientes que andaban a su alrededor. Al menos eso pensaba yo, porque era difícil permanecer cerca de María sin que alguna de sus primas anduviera por ahí, interviniendo en la conversación, que desviaban siempre para el lado más inocente de las películas y la música. Cuando eso ocurría, María casi siempre se quedaba en silencio con alguna bebida refrescante, escuchando a sus primas tomar las riendas de la situación. Yo hubiera querido que María se comprometiera un poco más con sus invitados, después de todo era su casa donde pasábamos aquellos hermosos fines de semana. Pero bueno, María estaba así de sobreprotegida.
Era fácil imaginar la razón de que los padres la protegieran tanto. Al año siguiente María empezaría la universidad y los padres deseaban que ella se dedicara exclusivamente a estudiar. Quizás pensaban que si se ponía de novia, todos los planes de estudio se irían por la borda. Y aunque los padres de María raras veces estaban en la casona, se escargaban de que su hija estuviera bien rodeada por gente que la cuidara de tantos pretendientes que querían seducirla.
Yo era uno de esos, claro, para qué lo voy a negar. Siempre esperaba mi oportunidad para quedarme a solas con María, porque me había dado cuenta de cómo ella me miraba y hablaba, con esa timidez. De la cual yo no quería aprovecharme, pero María era tan dulce, yo la sentía tan especial cuando sus mijillas se ponían sonrosadas. Las raras oportunidades en que nos quedamos solos, yo era el único que hablaba de mis estudios, de mis proyectos de arquitectura. María me escuchaba con atención, con una sonrisa en los labios. Y eso me alentaba a seguir hablándole.
Pero era difícil. Vuelvo a repetirlo porque era así de inevitable, las primas y las amigas de María siempre le andaban alrededor para protegerla. Y eran diligentes en eso. Cuando algún invitado se ponía demasiado denso e insistía en charlar a solas con María, podía decirse que estaba firmando su sentencia. Sencillamente dejaban de invitarlo a la casona. Yo no quería que me ocurriera lo mismo, por eso esperaba con paciencia mi oportunidad para acercarme a María.
Porque siempre había algo que me alentaba a hacerlo. Una mirada de María, una sonrisa suya. Y esa timidez con la que siempre me recibía. Para mi era una tortura dejar pasar el tiempo sin intentarlo. Más teniendo en cuenta que había tantos pretendientes para María, que por lejos era la más linda de todas las chicas. A mi modo de ver, ella tenía dos destinos posibles. Primero, la universidad. Y segundo, un noviazgo con promesa de casamiento. Si yo hubiera sido el padre de María así habría planeado su futuro. Que estudiara o se casara con un pretendiente de mucha plata. Y como yo no tenía dinero porque era solamente un estudiante, mi única alternativa era que María empezara la universidad lo antes posible. Eso me daría más tiempo a mi favor, más oportunidades de acercarme a María.
Cuando me pongo a recordar aquel tiempo, casi siempre es verano. Porque prácticamente no tengo memoria de haber pasado un día de invierno u otoño en la casa de María. Ahí, en verano no hacía ese calor sofocante que hacía, por ejemplo, en mi casa. Es que la casa de María en realidad era una casona te techos altos, donde todas las habitaciones estaban bien aireadas, donde se podía respirar cuando afuera hacía más de treinta grados de temperatura. Además estaba la pileta. Nos metíamos en ella a toda hora y nos quedábamos charlando a un costado hasta altas horas de la noche.
Sobre todo en la pileta la recuerdo a María, su delicada belleza en traje de baño. Era increíble que a pesar de exponerse tanto al sol, su piel permaneciera tan blanca. Sobre todo le gustaba tirarse del trampolín, sin importarle que todas las miradas estuvieran posadas en ella. María hacía un par de piruetas en el aire, provocando el asombro y la admiración de muchos.
Un sábado me sorprendió no encontrar a María por ningún lado. No quería preguntarle a ninguna de sus primas para no revolver el avispero. Me acuerdo que ese día hice un meticuloso trabajo de detective. Descubrí que la puerta de la habitación de María estuvo cerrada todo el día. Eso era algo extraño porque la habitación que más actividad tenía era justamente esa, la suya. Me las rebusqué para pasar por al lado de esa puerta y me sorprendió descubrir que del otro lado alguien lloraba. Seguramente María. Ahora tenía dos pistas. Y a eso me gustaba jugar, al detective, que era el único rol posible que yo podía desempeñar frente a María.
¿Por qué lloraba María? O por quién. Porque cabía la posibilidad de que sus lágrimas fueran por alguien. No me gustó pensar en eso, aunque si existía esa tercera persona entonces mi consuelo era que tuviera tan pocas probabilidades de ponerse de novio con María, como las tenía yo. Así era mi vida con María, un juego de detectives que en el fondo me mantenía entretenido. Algo que me ayudaba a mantener la cabeza un poco despejada de tantos planos y libros de arquitectura.
Pero en algún punto dejaba de ser un simple juego de detectives. En algún punto yo sabía que María me gustaba. Tal vez fuera un capricho de juventud, pero era conciente de que aún esos caprichos dolían. Pero si María lloraba por otra persona, por otro hombre que no fuera yo, eso no quería decir que estaba todo perdido. Ni falta me hacía competir por María, porque sus primas la tenían bien vigilada. De alguna manera, cuando uno se fijaba en María entraba en una larga carrera de resistencia, una carrera que podía durar años, en cuyo final había un noviazgo que podía tardar años en llegar.
Ese sábado los padres de María estaban en la casona. Comprendí que algo grave estaba ocurriendo, porque de otra manera no se hubieran hecho presentes. Mi juego de detective estaba en su máxino apogeo. Yo intentaba escucharlo todo a mi alrededor, sin que ningún detalle se me escapara. Sobre todo a las primas de María, que hablaban adelante de cualquiera sin importarles en absoluto las reglas de las confidencias. Todas esas pistas me llevaron por el lado del amor no correspondido. Es decir que María estaba enamorada pero sus padres no aprobaban el noviazgo. Por eso María lloraba. Y por eso yo estaba contento del rol que desempeñaban sus padres y sus primas. Porque protegían a María de mis competidores. Pobre María.
Quizás por todo eso decidí que le sería "infiel". Después de todo, ella me había sido "infiel" primero. No era difícil poque habían algunas chicas que se fijaron en mí desde el primer día. Ahí estaba, por ejemplo, Anahí. Me gustaba su carita risueña, sus pecas que se ponían más rojas con el sol. Ese mismo sábado en que María lloraba, alguien puso música y nos permitieron bailar en el patio. Yo elegí a Anahí como compañera de baile y ella se mostró a gusto en bailar conmigo casi todas las piezas. La música era casi toda disco y rock and roll. Pensé que no iban a pasar lentos. Pero al final los pasaron. Anahí y yo los bailamos bien pegados. Mientras girábamos, mientras ella apoyaba su mentón sobre mi hombro, mientras yo me sujetaba delicadamente de su cintura, vi que en la ventana de la habitación de María había luz. Y en el marco de la ventana vi su silueta. Me pareció que en la mano tenía un pañuelo, el cual iba y venía repetidamente a sus ojos, para secar las lágrimas de sus ojos |