Primero, nos abrieron la puerta; después, nos enseñaron a abrirla y nos ayudaron a hacerlo; después, la abrimos a nuestro antojo; después, ayudamos a abrirla a unos, la abrimos a otros, y enseñamos a otros; y si nada hubiese cambiado volveríamos a necesitar que nos ayuden a abrirla o incluso a que nos la abran. Nunca pensamos que habría una última vez para nosotros con esa misma puerta tantas veces abierta. Pero la hubo. Cuando esa puerta que se abrió y cerró incontables veces durante gran parte de nuestra vida, se cerró por última vez para nosotros, todo el edificio pasó a ser un testigo insolente de nuestra vida: mudo para muchos, intrigante para otros, soplón para pocos, estridente para nosotros. Cientos de planes fueron trazados paredes adentro, detrás de esa puerta; muchos fueron cumplidos, otros se mudaron con nosotros, y algunos, quedaron encerrados allí, para siempre.