-Parece que va a llover...
-Sí -dije y me puse a mirar por la ventanilla.
No estaba de humor para charlar con nadie. Pero él siguió.
-Después de tanta sequía se agradece un poco de agua ¿No?
No dije nada. Quería dejar en claro que no me interesaba conversar.
-¿Sabe? ¿Usted me recuerda a alguien?

Yo seguí muda, pensé en bajarme pero sabía que en Buenos Aires todos los taxistas son así. Nunca entendí porqué.
-Ya me acordé -dijo el tipo -Usted vive en el mismo edificio que yo, en el cuarto piso ¿verdad?
Lo miré. Sí. Tenía razón, alguna vez nos habíamos cruzado en el ascensor. Pero no respondí. Calculé cuánto faltaba para mi destino. ¿Destino? Qué ironía.
-Mire -Siguió el hombre -Yo respeto las decisiones de cada uno, pero la otra noche la vi. Yo había salido al balcón, era una linda noche, el cielo estrellado y todo eso. Bueno. La vi. Usted lloraba y subió a la baranda. Pensé que se iba a tirar. Por suerte no lo hizo.

Tuve que soportar su repertorio de frases sobre la vida, dios y la belleza de los niños. Sentí que me ahogaba.
Por suerte llegamos.
Pagué y bajé. Llovía. Caminé despacio hasta el murallon. Había sudestada.
Estuve un rato mirando como el agua golpeaba contra las piedras allá abajo.
Después me di la vuelta y volví. El tipo no se había ido. Subí al auto y le pedí que me llevara a casa.