Yo te acuso de sedición;
alzado insolente contra mi propia voz,
en ese otro yo recreado a mis espaldas,
revestido de la más discreta racionalidad,
de ese fantástico decoro que abre las puertas,

porque yo no quería dejar de ser ese yo mismo.

Yo te acuso de traición;
de evitar pasar los límites de la comprensión,
agazapado en una complaciente retaguardia,
en una fútil tierra de nadie impasiva y callada,
en el silencio sin compromiso para evitar la culpa,

porque yo quería poder cruzar todas las fronteras

Yo te acuso de abandono;
perdido sin rumbo en una otredad incomprensible
entre un deseo sin nombre y un sueño imposible,
en la dudosa y serena enajenación calculada
que ordena el mundo sin nunca mover una pieza;

porque yo nunca tuve miedo a mi propia soledad.

Yo te acuso de complicidad;
de pactar con la realidad en un logos finito, cabal,
mundo sin respuestas y sin siquiera preguntas,
en una ordenada realidad disfrazada de libertad,
sin mácula y sin culpa; tan dócil y tan atrayente;

porque yo quería verme en los espejos cóncavos.

Yo te acuso de benevolencia;
de pensar en mí más de lo que yo mismo pienso,
paternal protección: particular diálogo de sordos
el mundo fuera nunca tuvo una hora para volver,
esa tu medida exacta para el bien y para el mal;

porque quería de vez en cuando olvidarme de mi.

Yo te acuso de colaboracionismo:
abrazado a un útil determinismo indulgente,
con esa dogmática razón que me quiere seducir,
por la culpa impuesta por no seguir a la manada,
por ver la vida desde ese ángulo poco previsto;

porque la sinrazón también era un trampantojo.

Yo te acuso de pragmatismo:
acomodado en esa posición tan confortable,
en hipocentro estático para una escala sin riesgo,
todas las tormentas tenían el viento a mi favor,
la rebeldía asonancia fechada en anodino diario;

porque quería poder improvisar en los ensayos.

JIJCL, 3 de agosto de 2024.