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Cada casa… un mundo.

Siempre creí que las casas tenían sentimientos tales como alegría, amor, odio etc… les cuento que nací hace muchos años en una época donde el hombre era el que daba las órdenes y la mujer algo así como la niñera de sus hijos y la empleada doméstica de su esposo.
Aunque, mientras fui un niño, mi casa era muy alegre, mi madre cantando todo el día y la risa de mis hermanos mayores hacían que a pesar de la frialdad de mi padre y su incierto humor, al llegar a mi casa era como llegar a una casa con vida propia, alegre.
Dicen que la felicidad no es eterna y eso lo descubrí a mis quince años, cierto día al llegar a mi casa me encuentro con una mujer joven sentada junto a mi padre a la mesa, mi padre me dijo que deberíamos llamarla tía y que iba a vivir con nosotros.
Mi madre estaba muy seria, pero obediente nos dijo lo mismo.
En ese momento me di cuenta de que nuestra vida cambiaría para siempre y desde luego, eso sucedió.
Por aquel entonces no podía comprender lo que estaba pasando, pero sí, me di cuenta de que mi casa, nuestra casa ya no sería la casa alegre de antaño.
Jamás volví a escuchar el bello canto de mi madre ni la risa de mis hermanos, la casa ya no era una casa alegre, por el contrario, allí se respiraba, odio, rencor y un amor ciego que en mi tierna edad no podía entender.
Debemos acordarnos que en el siglo pasado los niños al no tener tantos inventos nuevos como los que tienen ahora, no éramos tan despiertos, ahora un niño de tres años habla con su celular, en aquella época jugábamos a la escondida y nuestras mentes no estaban tan desarrolladas como ahora.
Y fueron pasando los años y mis hermanos mayores se fueron yendo de mi casa, el único que aún vivía allí era yo hasta que un día mi madre me dijo que me fuera, que aquella no era la casa en que quería verme llegar a mayor, que dejara todo atrás y me marchara como lo habían hecho mis hermanos.
Aún era muy joven, pero leí en los ojos de mi madre y comprendí lo que quería decirme.
Una mañana, mientras mi padre trabajaba en el campo, mi madre limpiaba la casa y la tía, como la llamábamos a aquella mujer leía un libro sin hacer nada tomé ni mochila con alguna ropa y algo de dinero que mi madre tenía guardado para mí y me fui tan lejos como pude.
En la casa aún no había teléfono y me fue imposible comunicarme con mis hermanos, así fue que no volví a saber de ellos.
Hice de todo en la vida, fui empleado rural, albañil, pintor, carnicero hasta llegar a lo que era, un hombre viejo a mis cuarenta años.
Una tarde quise ver a mi madre, todo el tiempo que no viví en la casa la extrañé y creí que era tiempo de ir a visitarla, a mi padre no quería verlo ya que a mi edad sabía perfectamente quién era aquella mujer que llamábamos tía.
Al llegar no vi a mi madre, pero mi padre y su amante estaban sentados afuera a la sombra del viejo sauce llorón que tanto quise de niño al jugar a su alrededor.
De más está decir que mi padre ni se levantó para saludarme y al preguntarle por mi madre me dijo que estaría en la cocina haciendo lo que tenía que hacer y para lo único que servía.
Con furia entré a la casa, aquella ya no era la casa alegre de mi niñez, se había transformado en una casa fría, con mucho odio en sus paredes, el rencor se había acumulado en los rincones y allí estaba ella, mi madre, aquella mujer alegre y hermosa solo que en realidad no era ella, una mujer vieja y arrugada por los años me miró sin verme y arrodillada continuó con la limpieza de un piso que brillaba por su esfuerzo.
Supe que había llegado demasiado tarde, mi madre hacía tiempo que había hecho volar su alma dejando sólo su cuerpo en aquella maldita casa, no tuve el valor ni siquiera de llevármela conmigo, sus ojos al ver a mi padre lo decían todo, jamás había dejado de amarlo y prefirió la humillación y el dolor a vivir lejos de él.
Hoy que han pasado los años y todo aquello desapareció ya nadie vive en la casa la última en morir fue la tía, la mujer que trajo la desgracia a nuestra casa, pero quizá ahí radique nuestra venganza, murió sola haciendo lo que tanto odiaba, todo el trabajo que durante años hizo mi madre hasta morir siendo joven aún, pero con el cuerpo y el alma gastados.
Mi padre tampoco fue feliz, al final de sus días, según me contaron luego, algunos vecinos, pedía por mi madre, pero ella se había marchado mucho tiempo antes. Quizá ese fue el castigo que recibió por todo el mal que nos hizo, no lo sé, sólo sé que jamás me casé ni tuve hijos y que ahora que está por llegar mi hora voy a hacer algo que quizá debí haber hecho hace muchos años.
A lo lejos las llaman llegaban hasta el cielo, la casa también debía terminar su ciclo de vida porque sé que, dentro de poco tiempo, alguien volverá a construir otra y esta vez quizá, sólo quizá sea una casa feliz.
Omenia
28/7/2024


Texto agregado el 01-08-2024, y leído por 82 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
03-08-2024 Una historia triste Ome, pero por desgracias algunas veces reeales. Buena tu prosa amiga. sendero
02-08-2024 Bastante complicada tu historia a pesar de ser una escritura sencilla. Muchos traumas. Es patética la existencia y acomodada a la falta de carácter. La falta de identidad y del amor propio ante la prepotencia y el deseo lujurioso. Un abrazo. azariel
 
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