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El perro caminaba tranquilamente con su dueño. Era un espécimen menor que se caracterizaba por su dulzura, mansedumbre y por ser muy confiable para permanecer en una casa, cuidar de los niños, gustándole mucho correr tras pelotas de trapo y traer de vuelta varas y palos que le arrojaban para luego ir a comer y descansar en su mullida cama.
Pero, cuando dormía nadie sabía que soñaba y deliraba con alguien que había osado lastimarlo y provocarle un gran daño en su vida anterior. Es por ello que sufría estertores, se revolcaba aparentemente sin sentido, agitaba sus ojos y de vez en cuando emitía pequeños ruidos ahogados. La familia lo miraba con dulzura.
Si. Este perro recordaba a su agresor y victimario. Tenía en su mente a quien lo había mandado a este lugar donde no le quedaba más que conformarse con ser la mascota de una familia donde no le faltaba comida, albergue, cuidados y veterinario, a diferencia de otros cuadrúpedos que miraba por la calle con tristeza.
Recordaba a su asesino y en sueños era capaz de visualizar las caretas y diversas formas que asumiría en los diferentes planos de la existencia.
Es por ello que un día mientras paseaba por el parque y vio a aquel señor que lánguidamente tiraba migas de pan a las palomas no pudo resistir su impulso vengativo. “Es él”, se dijo.
Había jurado en su último estertor completar su venganza y he aquí que iba a cumplir su promesa. Tenía todo a su disposición pues era fuerte y tenía mucha ventaja respecto de su debilitado enemigo.
El anciano, cuando lo vio venir, lo miro fijamente a los ojos y adivinó lo que le sucedería. No tenía mucho que hacer al respecto. No podía correr y le costaba muchísimo moverse. Además, faltaba bastante para que lo vinieran a buscar para llevarlo de regreso al asilo. Todavía tenía la bolsa llena de alimento para las aves que merodeaban a su alrededor.
Por ello se entregó a su destino. Miró a su verdugo y lo retó a que hiciera su trabajo lo más rápido posible. “Acá”- le dijo- mostrándole el cuello. Quería un desenlace rápido. El veloz y ansioso perro se acercaba rápidamente extasiado por su impulso asesino. Un certero mordisco en el pescuezo fue suficiente para que aquel cayera inerte.
El dueño del animal llegó a los pocos segundos. Tuvo suerte de que no había gente alrededor ni nada que pudiera identificar al asesino. Todo ocurrió en medio de una intensa bruma con tintes irreales. Llevó a casa al animal a quien encerraron durante un tiempo.
Todo parecía normal. El pequeño realizaba sus usuales piruetas. Corría de un lado para otro cuando le pedían, rescataba varitas, discos voladores y zarandeaba zapatos. Pero en sus pesadillas volvía a aparecer su asesino disfrazado, quien esperaba su turno para mortificarlo y completar una nueva venganza establecida en la dinámica de los tiempos.
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Texto agregado el 01-08-2024, y leído por 56
visitantes. (1 voto)
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Lectores Opinan |
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01-08-2024 |
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Supongo que si los humanos creemos en reencarnaciones, los animales también, lo malo es que la venganza no es buena, ni para los humanos ni tampoco para los animales, creo que el nuevo dueño ya no le tendrá tanta estima después de lo ocurrido. Es un cuento distinto y quizá con enseñanza incluida. Saludos. ome |
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