Mi amiga Frida.
Frida y yo éramos de esas amigas que no se separan nunca hasta que llegó el día de entrar a la facultad, en eso de elegir carreras éramos muy diferentes, mientras mi sueño era ser médica, el sueño de ella era ser arquitecta y de ahí en más todo cambió, casi no nos veíamos salvo en los cumpleaños y en las fiestas, aunque ya no era lo mismo.
Y llegó el día en que las dos nos recibimos, Frida de arquitecta y yo de médica y quizá eso marcó el fin, no de nuestra amistad, pero sí de vernos, ella se fue a recorrer el mundo con su grupo de flamantes arquitectos y yo al poco tiempo marche hacia África, allí me esperaba más que un aprendizaje de mi carrera, la experiencia de una vida diferente a la que estaba acostumbrada, aunque fue algo que me llenó de orgullo, no es fácil vivir entre gente extraña que no tiene nada ni espera nada de la vida, aquello me cambió para siempre.
Durante cinco años trabajé en África hasta que un día, mi hermana me llamó diciéndome que debía firmar algunos documentos sobre la sucesión de nuestros padres y al fin decidí que era hora de volver, mi hermana era lo único que me quedaba, mis padres habían muerto, ella no se había casado y vivía sola.
Lo primero que hice al volver fue preguntar por Frida a lo que mi hermana me contestó que ella ya no vivía en la ciudad, ni siquiera en el país, se había ido a recorrer el mundo, era muy exitosa en su carrera y el viajar le permitía conocer otros proyectos diferentes en cada rincón del mundo.
Aunque parezca mentira ella y yo dejamos de comunicarnos cuando viajé a África, allí era muy difícil conseguir comunicación, los celulares rara vez funcionaban y por supuesto mi vida como doctora me exigía mucho tiempo y a ella entre los viajes y el trabajo tampoco le quedaba mucho.
Luego de un tiempo un día le dije a mi hermana que pensaba tomarme un tiempo de licencia porque había postergado algo que siempre quise hacer y creía que era hora, viajar era otro de mis sueños.
Y llegó el día en que hice mis valijas y me subí al avión que me llevaría a recorrer los países europeos que siempre quise conocer.
Italia, Inglaterra, Francia, esos eran mi destino.
Durante muchos meses viajé y conocí lugares y personas increíbles, pero estando en Francia vi un folleto donde aparecía una pequeña ciudad en un país vecino y ni siquiera tenía que tomar un avión, bastaba con un tren y en poco rato ya estaría en él, Bélgica, especialmente una ciudad llamada Brujas.
Estoy acostumbrada a andar sola y sin pensarlo dos veces, preparé mi equipaje y tomé el primer tren rápido que me llevó a una ciudad de cuentos de hadas, nunca había visto una ciudad tan hermosa, sus canales llenos de vida, su enorme plaza siempre repleta de personas de todos los lugares del mundo la hacía una ciudad turística increíble. Aquella ciudad parecía haberse quedado dormida en el tiempo, sus calles empedradas y sus hermosas casas del siglo dieciocho eran algo que jamás imaginé ver.
Pronto me alojé en un pequeño hotel y salí a recorrer sus calles lo que me llevó a los canales, no soy una persona a la que se le puede impresionar fácilmente, pero aquellos paisajes fueron más fuertes que yo misma y al sentarme a contemplarlos no salía de mi asombro, las casas a orillas del agua, los árboles que aparecían en los folletos y miles de cosas que en ninguna otra ciudad había notado, estaban allí cuando de pronto vi pasar a alguien que en realidad no pude verle el rostro, pero mi primera impresión fue que mi amiga Frida era esa persona.
Me levanté del banco donde me había sentado y comencé a llamarla, pero era tanta la gente que allí estaba que pronto la perdí, me dije a mi misma lo tonta que había sido al no pedirle su celular a mi hermana, el que tenía antes lo debió cambiar ya que nunca me pude comunicar con ella. Muy triste, pero con la esperanza de volver a verla seguí mi camino hacia la calle de donde percibía un aroma muy especial que llamó mi atención, chocolate, mi dulce favorito, aquella era una calle angosta y repleta de comercios donde se vendían nada menos que todo tipo de chocolates, no pude resistirme y entré a uno de esos comercios y salí como una niña con juguete nuevo, aquellos chocolates eran deliciosos y aún con una barrita en mi boca, seguí caminando hasta llegar a una especie de galería de arte, muy pequeña, pero que al detenerme a observar aquellos cuadros, algo llamó mi atención, los paisajes que estaban plasmados en ellos me eran muy conocidos, hasta llegué a creer que en uno de ellos estaba la casa de mis padres, al principio pensé que me estaba volviendo loca, ¿cómo alguien podría dibujar y pintar con tal precisión mi casa sin haber estado allí?
Por supuesto que entré y al hacerlo un hombre se me acercó, era muy elegante y agradable y pronto me estaba mostrando la galería cuando de pronto me preguntó si yo era la doctora Elizabeth y esto me asustó verdaderamente, aquel desconocido me conocía, aquello me pareció increíble, pero él se apuró a decirme que no me preocupara, que él jamás me había visto, pero debido a algo que iba a mostrarme, sabía mucho de mi.
Me sentía cada vez más extrañada aquel hombre hablaba de mi como si fuéramos amigos y yo jamás en mi vida lo había visto.
De pronto tomó mi brazo y me condujo a un salón donde había muchos cuadros, cada uno más impresionante por su colorido y belleza, pero más aún porque en ellos pude reconocer lugares de mi país tan bien dibujados que casi podía sentir que estaba en ellos.
Mi asombro no terminó allí, al girar mi cuerpo hacia el ala oeste del salón vi algo increíble, allí estaba mi retrato, tal cual era unos años antes, casi pierdo el conocimiento al verlo y el hombre viendo esto me acercó una silla donde casi me desplomo, aquello era tan increíble que no podía creerlo.
Luego de unos minutos el hombre me dijo que por esa razón sabía tanto de mi, que al verme entrar lo supo enseguida, que yo estaba tal cual me habían pintado.
Le dije que no tenía idea de que alguien me hubiera hecho un retrato, que aquello no era normal a lo que me contestó que la persona que lo había hecho era una persona que me quería mucho y que jamás me había olvidado.
Por supuesto que quise saber quién era aquella persona y cuando me acerqué al retrato lo supe, estaba firmado Frida.
Mi asombro fue en aumento, la Frida que yo conocía no era pintora sino arquitecta, entonces el amable hombre cuyo nombre es Sebastián me contó que verdaderamente Frida había estudiado arquitectura pero que su verdadera vocación había sido siempre la pintura y después de trabajar como arquitecta por algunos años y haber reunido dinero suficiente, estudió arte en París donde sus cuadros son famosos. Me dijo que se conocieron el día que Frida trajo una de sus pinturas para probar venderla y que se hicieron grandes amigos, de allí en más le contó su vida, se había casado siendo una arquitecta con otro arquitecto, pero al decidir cambiar su profesión, la pareja tuvo algunos desencuentros y decidieron separarse, nunca tuvo hijos y se dedicó de lleno a ser pintora. Sus cuadros eran la mayoría de paisajes de nuestro país y el día que le trajo mi cuadro, le contó que a la mujer que pintó la conocía de niña y que, por circunstancias del destino, sus carreras la habían separado, pero que siempre había sido su mejor amiga.
Entonces le dije que hacía unos momentos estaba segura de haberla visto y que me encantaría hacerlo. Sebastián entonces me dijo que era muy probable que la volviera a ver, pero muy difícil que pudiera hablarle.
Esto me llamó la atención, pero pronto supe el motivo, Frida había muerto dos años antes de una enfermedad terminal, pero que al enterarse de su enfermedad le había dicho que ella no se iría del todo de aquel lugar y que si la viera algún día por sus calles supiera que siempre estaría allí.
Hoy que han pasado cinco años de aquel día donde descubrí parte de mi propia historia plasmada en bellas pinturas, ya no estoy sola, Sebastián y yo nos casamos y una hermosa niña llamada Frida fue el regalo que el cielo nos mandó. Al fin encontré mi lugar, Brujas es mi nuevo hogar del cual jamás me iré.
Omenia
27/7/2024
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