El día de mi cumpleaños sonó el teléfono y contesté, pensando que podría ser mi madre. Para mi sorpresa, no era ella, pero sí una madre. Lo supe porque me llamó "hijo" y empezó a contarme sus problemas: cómo la trataban mal en el trabajo, cómo sentía que nadie la quería excepto yo, cuánto me extrañaba y las ganas que tenía de verme y abrazarme. Yo escuchaba en silencio, sonriendo por los cumplidos que me llegaban a montones. Presté atención a cada palabra, recordando lo que mi madre me dijo una vez: que uno se vuelve más sabio cuando tiene hijos, más sensible. En realidad, han pasado quince años desde la última vez que hablé con ella.

La voz en el teléfono seguía hablando. De repente, me dijo que debía colgar. Le dije que la amaba y ella me lo dijo de vuelta y que estaba orgullosa de mí, y colgó.