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Un día decidiste partir de Montevideo. Quién sabe por qué. ¿Sería por lo que te costó vivir allí los años de tu tierna juventud? Ya sé, sufriste abusos, una vida miserable. Y así, de la nada y sin nada, con la carga de un hijo no deseado al que no quisiste abortar, de lo cual más adelante te arrepentirías, pero, ya está, ni amado ni despreciado, es lo único verdaderamente tuyo. Y lo amaste.
Un día partiste, llevándote al hijo, un bolso vacío y nada en los bolsillos en un barco en tercera clase, y, sí, ya sabemos en qué paupérrimas condiciones se viajaba. Y, todo esto mientras los barcos llegaban repletos de emigrantes hacinados, hambrientos, desesperados, pobres, dolientes huyendo de la miseria que dejó la guerra en Europa, aunque con muchas esperanzas de una vida nueva. Vos, en cambio huías de la marginación y la humillación. ¡Qué barcos siniestros: trasladando miserias humanas de aquí para allá!
Un día llegaste a París, de casualidad, podrías haber elegido cualquier punto de la tierra. Querías estudiar canto, dejaste al hijo al cuidado de una tía. Empezaste tu aventura. Cómo te ibas a imaginar que iba a ser tan difícil siendo pobre. Fuiste valiente e hiciste todo lo que había que hacer para conquistar tus sueños. No sé si lo lograste… ¿En serio, pudiste? Quién sabe…
Un día empezaste a conocer hombres, hiciste amistades. También lesbianas y prostitutas. El objetivo fue conseguir los francos necesarios para avanzar en tus objetivos. Y, así de a poco rendir culto a la supervivencia, dando pasos pequeños y certeros. Vagabas por las calles, puentes, cafés y una librería en particular donde lo único que te interesaba era el gato del dueño: curioseando, buscando, acariciando gatos callejeros, asombrándote en los escaparates, deteniéndote maravillada ante un mono embalsamado. En fin, mostrando tu figura solitaria y triste a la mirada de parisinos perplejos, esquivos.
Un día, o dos días o tres días te encontraste en un puente, en un café, en la calle con el amor. Mas bien con alguien a quién amar ya que él nunca te amó. Y allí empezó el juego de vagar por las calles, puentes y cafés con el único fin de encontrarte con él.
Un día te encontraste formando parte de un grupo de intelectuales a los que no entendías, los que a veces se burlaban y otras te explicaban pacientemente, aunque siguieras sin entender. Al menos te sentiste contenida, a veces deseada, y otras rechazada: fue algo en contraposición a la soledad y la desesperanza.
Un día, quizá, llegaste a ser cantante, y tuviste éxito. Ojalá. Mucho me cuesta pensar en eso, mas bien creo que fuiste perdiendo amistades, amores, amantes, ilusiones y que con dolor también perdiste al hijo. Sea cual sea tu final, al mundo le regalaste una gran dote de novedad e ilusión. Millones envidiaron tu manera de vivir, tu forma de sentir, tu cándida inocencia, tu gracia al ser amante, compañera, madre; tu loca perseverancia ante un mundo que fue hostil.
Por vos hubo, hay y habrá muchas Magas.

Texto agregado el 25-07-2024, y leído por 75 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
25-07-2024 Buen y poético resumen. ***** vaya_vaya_las_palabras
 
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