Yo era nuevo en esa escuela y también bastante tímido. Capaz que por eso Martinelli se me acercó en el recreo y me preguntó si me gustaban las películas de extraterrestres. Yo le dije que sí, sobre todo ET de Steven Spielberg. Entonces me agarró del brazo y me llevó con un grupo pequeño de alumnos reunidos en torno a una revista Muy Interesante. Eran los famosos nerds. Al darme cuenta de eso, casi doy un paso atrás, pero lo pensé dos veces y llegué a la conclusión de que era mejor juntarme con los nerds antes que andar solo por ahí.
Enseguida les caí bien, a pesar de que ellos tenían cualidades intelectuales muy superiores a las mías. Me di cuenta rápidamente, la clave estaba en que yo era alto, corpulento y a veces tenía cara de pocos amigos. Digamos que era el guardaespaldas perfecto que los nerds andaban necesitando. Ellos querían ponerle fin a los brabucones que los obligaban a regresar a casa con un ojo morado o les robaban las revistas que coleccionaban con tanto celo. Ahora estaba yo para defenderlos, y a cambio de eso los nerds me ofrecían su compañía y también me ayudaban con los deberes escolares.
Pero los nerds fueron más allá conmigo, me enseñaron un método infalible para resolver ecuaciones de segundo grado y también un método de estudio avanzado, gracias al cual pude aprobar historia de quinto año. Todo eso me sirvió para ganarme el favor de varios profesores y terminar la secundaria con un promedio de 8,5.
Los nerds no eran aburridos. A lo largo de los años hicieron excursiones a lugares donde sospechaban que podía haber actividad extraterrestre. Eran grandes apasionados por el tema ovni. Compraban libros y revistas que luego compartían con la cofradía (les encantaba esa palabra). La cofradía generalmente se reunía en casa de Martinelli, donde había un telescopio y una enormísima biblioteca ovni.
Todo eso duró hasta que terminamos el colegio secundario. Yo estaba triste porque cada uno iba a tomar su propio camino. Mi deseo era seguir la carrera de Analista de Sistemas, ya que los nerds me inculcaron un gran amor por la programación. De todos los nerds, a quien más extrañaría sería a Martinelli. Justamente en su casa se celebró la última reunión de la cofradía, cuyos miembros estaban muy compungidos por tener que ponerle fin a una hermandad tan unida y prolongada.
Cuando empecé la universidad me di cuenta de que estaba llena de nerds, pero yo me sentía solo; no existía ninguna cofradía, al menos que yo supiera. Para atraer a los nerds que creyeran en los ovnis me acostumbré a llevar remeras estampadas con platos voladores y esas cosas.
Al tercer mes de universidad nadie se fijaba en mi. Yo me seguía sentando solo, mientras que el resto de los alumnos ya pertenecía a un grupo de amigos. Ahí aprendí que la gente confunde la timidez con la antipatía. Hasta que un día se me acercó un nerd que, señalándome la remera, me preguntó si yo de verdad creía en los ET. Yo pensé que se iba a reir de mi o algo parecido. Le respondí que sí, que yo creía en los ET. Y para mi sorpresa el nerd me preguntó si no quería ir a sentarme con él. Claro que sí, le respondí.
El nerd se llamaba Dante y pronto fuimos como carne y uña. Le propuse fundar una cofradía, a lo que él me respondió que la cofradía ya estaba fundada, solo que , por ahora, tenía un solo miembro, él. En su casa Dante tenía un telescopio y una enorme biblioteca ovni. Yo estaba feliz.
Dante era muy inteligente, mucho más que los demás alumnos. Medía 1,50 mts. de altura, usaba anteojos y era un poco cabezón. Me contó que en su casa se la pasaba todo el día en la computadora, desarrollando un software innovador. Amaba eso. Su deseo era crear un medio de transporte impulsado por software, algo con lo que yo ni siquiera había soñado.
Por aquel entonces empezaron a verse luces en el cielo. Con Dante estábamos contentos. Dante me dijo que se había puesto a trabajar en su software con más esmero. Yo le creí porque ahora se perdía una o dos semanas de clases, cosa que no le afectaba en nada a su rendimiento intelectual. Dante estaba siempre un escalón por encima de todos, incluso parecía más sabio que los mismísimos profesores.
Ahora las luces en el cielo generaban cada vez más comentarios porque eran cada vez más frecuentes. Nuestros compañeros de clase nos preguntaban a Dante y a mi si sabíamos algo al respecto. Lo preguntaban en tono de burla. En los diaros pronto aparecieron artículos con fotografías y todo tipo de hipótesis, aunque el fenómeno ovni era el que más fuerza tenía. Estaba en boca de todos.
Frente a las burlas de nuestros compañeros, Dante respondía trabajando en su software con más ahínco (decía que le faltaba poco para terminar). Cada vez que nos preguntaban algo relacionado con los ovnis, ni Dante ni yo queríamos responder. Hasta algunos profesores interrumpían la clase para preguntarnos qué opinábamos de aquellas luces en el cielo, ya que Dante y yo teníamos fama de incipientes ufólogos. Dante suspiraba cuando le hacían ese tipo de preguntas. Después me decía que le gustaría estar en su casa trabajando en su novedoso software.
Las luces en el cielo fueron en aumento, igual que la burlas de nuestros compañeros de clase. Dante estaba muy enojado y yo no podía hacer nada para mejorar nuestra situación. Dante y yo éramos objeto de bullying. Un día, al entrar a clases, encontramos nuestros pupitres escritos con toda clase de burlas e insultos. Se lo dijimos al profesor pero éste nos hizo limpiar todo el enchastre.
Dante me dijo que nuestra pequeña cofradía estaba en estado de alerta. Por eso me invitó a su casa para celebrar una sesión especial. Ahí conocí a sus padres que, al igual que Dante, era petizos, medio cabezones y usaban anteojos. El papá de Dante le preguntó si estaba seguro de querer hacer lo que estaba a punto de hacer. Yo no entendía nada de lo que el papá de Dante decía. Pero Dante le respondió afirmativamente.
En el fondo de la casa de Danate había un galpón. Dante me condujo hasta ahí y mientras abría la puerta de dos hojas, me dijo que su trabajo ya estaba terminado.
Para mi asombro, en el galpón había un reluciente y hermoso plato volador. Dante me miraba con la satisfacción del deber cumplido. Entonces pulsó un botón y la compuerta del plato volador se abrió. En la cabina había dos asientos. Mientras sonreía, Dante me invitó a ocupar uno. Enseguida nos olvidamos de las burlas e insultos de nuestros compañeros de clase. Y despegamos. |