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Aquél día que la encontramos, mojada y asustada, nuestra vida cambió. Ella solo quería compañía, alguien que la quiera, y vaya que la quisimos. No hubo un solo día en que nos hayamos separado. Solo las escasas horas en las que ambos estábamos en nuestros respectivos trabajos, o por alguna otra breve eventualidad, ella quedaba sola en el apartamento. Bah, sola no, con las gatas. Una perra, otrora callejera, compartiendo el tiempo con dos gatas que nunca salieron a la calle. Y se llevaban de maravillas. Es cierto que, cada tanto, ella perseguía a una de las gatas, pero era obvio que se trataba de un juego, porque ni bien la gata mostraba algún indicio de temor, ella se replegaba y se iba solita a su sillón, a mirar por la ventana. Caminaba en tres patas, porque en una de sus manos había tenido una fractura que, seguramente sin cuidados mínimos, había soldado mal; sabrá ella cuánto habrá sufrido, pero eso ya estaba en el pasado. Sus corridas a saltitos resonaban en el pasillo y se escuchaban en todo el apartamento, como un tamborileo rítmico. Cuando dormía, parecía tener pesadillas en las que peleaba con otros perros, y su gruñido atravesaba el sueño y salía a la superficie. Cuando alguien abría el portón de la calle, levantaba la cabeza y, de alguna manera, sabía distinguir si era alguno de nosotros, o algún vecino; en el segundo caso, bajaba la cabeza y seguía en lo suyo, casi pareciendo que meditaba. Cuando efectivamente era alguno de nosotros, ella se ponía a ladrar, pero no con un ladrido feroz, sino con uno de bienvenida, contenta por nuestra llegada. Últimamente, el corazón no le funcionaba bien, y la tos, cada vez más frecuente, también se escuchaba en todo el apartamento; todos sufríamos con ella cada vez que tenía un ataque. Hasta que se fue. Estuvo pocos años con nosotros, pero llegamos a conocer hasta el último sonido suyo. Ahora, cuando llegamos, ya no hay ladridos. Cuando dormimos, ya no hay gruñidos. Y por los pasillos, ya no se escucha el tamborileo de sus patitas. Ni siquiera su tos. Ahora, no se escucha nada suyo. Ahora, su silencio, es atronador. |
Texto agregado el 23-07-2024, y leído por 80 visitantes. (1 voto)
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