No me sirve
La funcionaria encargada de administrar los proyectos, cuya principal habilidad era detectar y frenar todo gasto impropio, era conocida entre sus compañeros como una mujer muy inteligente y eficiente. Eso sí: también la describían como parca, poco accesible y con un carácter que hacía temblar hasta los que tenían contrato indefinido.
Desde el inicio de cada proyecto, cuando planificaba las tareas —ya fueran individuales o grupales—, se entrevistaba con los futuros integrantes para evaluar sus aptitudes. Y no era raro que, cuando algo no le cuadraba, soltara su frase de muerte:
—No me sirve.
La pronunciaba con tal firmeza que más de uno salía de su oficina con la autoestima reducida a formato PDF.
Era tan tajante que, ante cualquier error mínimo, podía tirar abajo semanas de trabajo. Los equipos se resignaban a rehacer sus informes sabiendo que bastaba un detalle fuera de lugar para escuchar, como sentencia final:
—No me sirve.
La conocí cuando me contrataron como proveedor externo para desarrollar un software de administración. Apenas llegué, su analista coordinador, me advirtió que debía seguir las especificaciones “al pie de la letra”, porque esta jefa no perdonaba desviaciones.
En la primera reunión, donde también participó un director, expuse los avances con mi mejor sonrisa y PowerPoint en mano. No alcancé a pasar del primer punto cuando ella, con gesto de cirujana aburrida, dijo:
—Así como está, no me sirve.
El director, que parecía disfrutar con el espectáculo, se reclinó en su silla y esperó mi reacción. Entonces decidí cambiar de táctica: abandoné la parte técnica y hablé de costos, sabiendo que eso le gustaba a él. El hombre asintió satisfecho y hasta comentó que íbamos por buen camino.
Pero la jefa, imperturbable, replicó:
—Pero aun así, no me sirve.
Se acordó una nueva reunión.
Para entonces, ya corrían rumores de que la jefa estaba atravesando un proceso de separación. Algunos decían que por eso andaba más exigente, que todo lo revisaba tres veces y no aprobaba nada. En la oficina, los hombres —con esa sabiduría de pasillo que da el café cargado— opinaban: “Cuando una mujer anda con problemas, no hay Excel que le cuadre”.
Llegó el día de la segunda reunión. El director estaba de buen humor, y antes de comenzar, en tono cómplice, toco el tema de su separación, y cómo buen machista paternalista quiso prestarle ropa al hasta ahora esposo, dando a entender que era un buen tipo. Finalmente le preguntó:
—¿Y estás segura de la decisión que estás tomando?
Ella, seria, mirando al vacío, respondió con esa misma convicción con que rechazaba los proyectos:
—Es que no me sirve.
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