A mitad de su jornada el bachero enloqueció. "¿Será que estoy en el infierno?" Se preguntó. Repasó rápidamente en su cabeza los nueve anillos del infierno enunciados en la divina comedia pero ninguno de los castigos que Dante Alighieri mencionaba podía compararse con lo que le tocaba vivir allí, frente a esa bacha. El bachero pensó entonces que preferiría estar en el infierno. El agua caliente se había terminado y por cada trasto enchastrado de almíbar que terminaba de lavar aparecían diez trastos más. Cada vez que giraba su cabeza a la izquierda y veía el ollerío que se acumulaba de nuevo una y otra vez pensaba que Sísifo hubiese sentido pena de él. A su alrededor, una manga de autómatas desclasados competían por ver quién trabajaba más y descansaba menos. "No nos pagan por comer" decían y señalaban con el dedo a Gloria, una compañera que se había detenido 15 minutos a almorzar. Gloria venia de otro trabajo, tomaba dos colectivos para llegar pero eso no les importaba. El bachero escuchaba como los panaderos le pedían al patrón que por favor no la dejase comer a Gloria. Ellos no querían comer, querían que ella no comiera. No tenía sentido. El bachero pensó que eran todos una manga de imbéciles y se sentó a comer con Gloria, que le convidó de su plato. Ese fue su último día en la panadería.