EL CABALLO DE MI SOBERBIA
Galopando en la noche más oscura de mi vida, el caballo de mi soberbia me llevó muy cerca de un abismo muy profundo, tanto que no se divisaba el fondo.
Parado en el borde de esa frágil cornisa, que es la arrogancia vacía y sin sentido, vi pasar ante mí, imágenes queridas. Mis padres, mi hermano, mis hijos, mis amigos, y hasta escuché lejana una canción de cuna, aquella que mi madre me cantaba de niño mientras me arropaba dulce, con inmenso cariño.
En los ojos de aquellos que ante mi desfilaban, tan solo vi tristeza, dolor, desilusión. Tal vez no me reconocían como aquel cantor aficionado que andaba por todos lados cantándole a la vida y dando gracias a Dios.
Pasaron mil recuerdos de momentos geniales, mi infancia tan hermosa, mi torpe adolescencia, el brote del amor, mi primera experiencia. El nacer de mis hijos, el cambiar sus pañales, preparar mamaderas, el jugar por las tardes.
Tantas cosas valiosas, tanto tesoro junto…
Una gota salada mojó mi rostro, luego otra y otra y muchas más. El manantial de mi llanto fue ahogando lentamente el dolor y la angustia que me habían atenazado el alma. De a poco se fue apagando la antorcha de la incertidumbre y entonces…
…entonces, ¡PEDÍ PERDÓN!
-por lo bueno recibido y no valorado.
-por tanto tiempo perdido, sin llegar a ningún lado.
-por mi cruel indiferencia hacia los valores verdaderos…
-la honestidad, la decencia, los afectos y la vida.
De nuevo, ¡PEDÍ PERDÓN!
-por los sueños compartidos que yo borré de un plumazo como si nunca hubieran existido.
-por mis ausencias sin aviso.
-por mis excusas pueriles, por mi vanidad de…
¿de qué? De estúpido itinerante de un mundo vacío y triste, donde si tenés moneda vales, de lo contrario perdiste.
Donde el elogio envanece y te ciega la ambición, donde eres millonario pobre, de muy pobre corazón.
Me bajé del caballo y le pegué un fuerte golpe en el anca, obligándolo a saltar al vacío.
Volví caminando hasta mi alma y me reencontré con mi verdadero yo.
Me fundí con él en un interminable y eterno abrazo, alcé mi voz hacia el cielo y volví a pedir:
¡PERDÓN!
¿El caballo?
Nunca más lo vi, pero si alguna vez creo escuchar un relincho, pego la vuelta, elevo los ojos de mi corazón hacia el cielo y le doy:
¡GRACIAS A DIOS!
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