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Querida mía:

Últimamente me has preguntado sobre mi estado de ánimo, me has dicho que estoy más silencioso que de costumbre, yo te he respondido que no es nada, sólo la vejez y la nostalgia. Pero sabes que no es verdad y aún así respetas mis silencios.

Ayer sin razón alguna te acercaste a mí “Eres el mejor hombre que he conocido” dijiste, me diste un cálido beso en la frente y te marchaste. Supongo que para una mujer es más fácil ver a través de los sentimientos de una persona.

Desde hace mucho quiero contarte una historia, pero no encuentro el valor ni las palabras para hacerlo a los ojos. Hice algo terrible una vez mucho antes de conocernos, y la persona que soy ahora, “el mejor de los hombres” a tus ojos, no alcanza a pagar el costo de lo que hice. Y aunque al leer la siguiente historia sientas que estás leyendo la vida de otra persona, te aseguro que soy yo.

La gente cree que la vejez es él desgaste del cuerpo, que así como una espada se oxida y se mella de tanto blandirla, el corazón se cansa y la piel se distiende como aceptando el paso del tiempo.

Pero somos muchas personas en nuestra vida, digo yo, nunca la misma. Cada una a su modo deja su firma en el cuerpo que ha tomado prestado, hasta que de tanto usarse como una prenda de ropa que pasa de mano en mano, algo termina por descocerse o desgarrarse, y el cuerpo es desechado y olvidado.

Pero cada uno deja su huella en ese cuerpo. Cada mañana al verme al espejo puedo ver al hombre ya muerto hace mucho tiempo, ese de la rabia y la desesperación. Al joven cínico que cometió tantos errores estúpidos, o el hombre que caminó durante años perdido en tierra de nadie, y al hombre que ha visto tantas veces a la muerte cara a cara.

Es curioso ¿sabes?, la mirada del niño inocente, la expresión del joven con esperanza que soñaba con mundos nuevos, de ellos ya no puedo ver nada..
Mi historia comenzó el día en que An-Amesh llegó a nuestra mansión durante la Gran Tormenta, tan grande y poderosa que no vimos un cielo estrellado en dos años. Mucha gente murió de hambre y frío en esos días, incluida su madre y su hermano, por lo que supe después.

En otros lugares en oriente hablaban de que se trataba del fin del mundo, pero Brakán, el consejero y médico de mi padre dijo que se trataba de un extraño fenómeno meteorológico sin mayor importancia.
Desde la primera vez que lo vi, a Amesh, sentí algo extraño. Estaba sucio y tiritando de frío al lado de la chimenea, con su característico gesto de ausencia como de no pertenecer a ningún lado. Me llamó la atención su actitud ante los sirvientes que lo intentaron vestir, recibió la ropa y comenzó a vestirse por sí mismo para sorpresa de todos los presentes, nunca lo habían vestido y jamás había comido en una mesa con cubiertos. Mi padre me dijo que era mi primo, pero yo sabía que no encajaba en aquel lugar, y que no lo haría nunca.

Era tan extraño, reitero, en cada acto. Ahora recuerdo y me da risa, pero en aquel entonces me incomodaba bastante. Daba gracias cada vez que los súbditos servían la comida, se comía las frutas aunque estuvieran inmaduras o pasadas de temporada, y siempre su desprecio para con las maldades que ejercíamos sobre los esclavos, meras crueldades que nunca aprendimos de nadie, pero que nos divertían en las mañanas de hastío en la banalidad de nuestras vidas. Cuidaba su ropa como si nunca fuese a recibir otra prenda, platicaba con las sirvientas mientras aseaban la habitación, estudiaba después de las clases e iba a dormir cuando se lo pedían. Se comportaba como un niño del vulgo, era muy molesto.
Nos hicimos amigos una noche de insomnio, si pudiera llamársele noche al tiempo entre dos penumbras, pues en aquellos tiempos el día era apenas una luz opaca que traspasaba las nubes y realmente nunca parecía de día. Recuerdo que me levanté con sed, tomé una vela y la encendí en una de las lámparas del pasillo, caminé hasta la cocina, bebí directo del cántaro y cuando venía de regreso lo encontré, estaba sentado al lado de la chimenea observando el fuego, llorando mudamente. Me acerqué con tacto, jamás había visto tal tristeza inconsolable en alguien. Sólo podía imaginar mediante su desolado rostro las tragedias por las que había pasado, las cargas que laceraban su joven alma de niño, la ira y la tristeza.. Pero aunque me volteó a ver, nada me dijo.
Me senté al lado de él, no me atreví a hablar, era inexperto en asuntos de muerte y pérdidas, yo nunca había perdido nada importante.

Nos hicimos buenos amigos cómo dije antes, pero eso no constaba para que pensáramos igual. Sosteníamos seguido, si no siempre, largas y acaloradas discusiones sobre cualquier pequeñez, al grado de golpearnos en ocasiones o dejarnos de hablar por varios meses, si no hubiésemos sido familiares, seguramente hubiéramos sido enemigos. O tal vez lo fuimos también, si, tal vez.

2

Se acercó mucho al hombre que lo trajo originalmente: el consejero de mi padre, un anciano calvo con barbas amplias y blancas, vestido siempre con túnicas azules y ornamentos extraños, era una especie de sabio y por lo que decían por ahí, un alquimista o hechicero. El consejero se iba cada pocos meses y regresaba sólo para atrincherarse en el templo en las afueras de la mansión, donde realizaba ritos y cantos que no me toca y no quiero contar. Creo que él era el responsable de reforzar las de por sí extrañas costumbres y pensamientos de Amesh, siempre hablándole de utopías y relatos románticos sin bases ni fundamentos sustentables. Si, él tuvo la culpa de todo su sufrimiento posterior.
Nos acercamos la primera vez a su recinto por una loca obsesión de Amesh para averiguar lo sucedido con su hermano dado que nunca supo los detalles de su muerte. Yo comenté que era mejor dejar ciertos asuntos cerrados, la muerte es muerte por dónde se le quiera ver, pero una de las cosas que caracterizaban a Amesh era que nunca me escuchaba. Y puesto que el hombre que lo trajo a nuestro resguardo había sido el brujo Brakán su mirada apuntó en esa dirección. Yo insistí repetidamente que regresáramos, era sabido que la gente de esa secta era peligrosa y por lo que sabía, de necrófagos y asesinos.
Lo cierto es que sucedían cosas raras ahí. Varias veces avistamos desde el jardín cuando las carretas del consejero llegaban, cargas de las que teníamos prohibido hablar o preguntar. Una vez me pareció discernir que de la parte trasera colgaban unos terrosos pies desnudos y mi hermano mayor aseguró en otra ocasión que vio un escalofriante movimiento bajo las mantas que cubrían el encargo, aunque no estaba seguro del todo, cómo nadie. Esa gente nos causaba náuseas y repulsión.
Pero pese a este miedo instintivo a lo desconocido, seguí a Amesh a los interiores de la infausta mansión, impulsado quizá también por mi propia curiosidad. Desde afuera se veía como una versión más pequeña y rústica de nuestra casa, pero adentro era bien distinta. Las pisadas hacían eco y mi corazón palpitaba como redoble de tambor, el de Amesh también pero no dijo nada. La corriente al principio agitaba la sutil flama de los candelabros, pero a medida que nos adentramos en la cavernosa propiedad, el silencio era absoluto y el aire mucho más espeso, como el de una gran bodega abandonada. El piso estaba cubierto de una blanquecina capa de polvo al igual que las estatuas y los libreros, pues nadie, incluso los esclavos más sumisos, osaban adentrarse demasiado a las cámaras interiores.
Yo nunca creí en las supercherías que rondaban la casa del anciano, pero más me daba miedo un fanático supersticioso que jugaba con cadáveres, a un verdadero terror de ultratumba, y por eso no quería entrar, además de que el lugar parecía cubierto de una extraña atmosfera que incitaba a ver cosas donde no las había, hasta para el más escéptico y frío de los hombres.
Desde luego después de echar una ojeada rápida, me percaté que muchas de mis sospechas eran ciertas, había mucho de leyenda y poco de verdad respecto al contenido de las habitaciones, lo que me tranquilizó un poco. Las habitaciones tenían estanterías y libreros, animales disecados y otros artefactos cuya descripción ahorrare, pues desconozco por completo para qué estuvieran ahí. De lo que sí puedo hablar es de la sorpresa que me llevé al no encontrar por ningún lado altares de piedra, símbolos o imágenes teológicas, propias de la gente que practica las artes del encanto y el misticismo (De paso debo aclarar que tampoco investigamos a fondo, aunque después de lo que he visto no creo que esa gente fuesen supersticiosos vulgares).
En cambio había un amplio laboratorio de química y medicina copiosamente abastecido de frascos con formas exóticas, tenazas largas y cortas, probetas y mecheros, cristales de todos colores, navajas y cuchillos de diversos filos, de todos tamaños y formas, matraces, martillos, embudos y demás artilugios cuyas funciones también superan mi conocimiento de tales prácticas sacrílegas.
Más aún me sorprendió descubrir que el lugar no apestaba a muerte o inciensos rituales como se escuchaba entre el chismorreo de las sirvientas de la mansión, sino a una sustancia que jamás he vuelto a oler, que saturaba mis fosas nasales de manera penetrante e irritante, si no astringente, parecida a la cebada fermentada o el ungüento para heridas de las enfermerías, pero mucho más intenso.
Ascendimos por unas escaleras de caracol que bordeaban una de las torres del aposento, al menos arriba llegaba la luz del sol y todo era bastante mundano. Hasta que después de atravesar un par de cámaras donde había varias camillas con sábanas y mesas de piedra parecidas a sarcófagos, nos topamos con la cosa más espantosa que había visto hasta ese entonces: Estaban flotando en frascos de casi dos metros, todos ellos desnudos, niños, hombres, mujeres y ancianos en un extraño líquido medicinal de donde manaba el olor que había percibido antes. La luz del sol entraba iluminando de manera horrenda los enormes contenedores, provocando un tono rojizo que saturaba toda la habitación, eran al menos una veintena de cuerpos, algunos deformes, podridos y mutilados. Nos quedamos pasmados contemplando el horror, y luego escuchamos pisadas.
Se acercaba alguien, mi imaginación se disparó y vinieron los peores presentimientos sin razón alguna. Emití un grito espeluznante sin darme cuenta, mis piernas comenzaron a temblar y creo que sentí que Amesh intentó persuadirme de huir, en vano. Para mi suerte esa vez no pasó nada. Era el anciano Brakán, nos miró sorprendido por un momento, sonrió sagazmente y luego se acercó a nosotros y llamó a Amesh por un nombre que ahora no soy capaz de recordar, luego le preguntó la razón de su visita. Yo continuaba paralizado.
¡Es cierto! "Amesh" fue el nombre que le puso mi padre a su llegada, pues creyó mejor adoptarlo y bautizarlo como un hijo que recibirlo cómo un huérfano, ya que de esa manera nadie cuestionaría su linaje. También creo que fue lo mejor. Es curioso que hasta hoy lo recuerdo, su nombre de pila jamás lo conocí.
En fin, en ese momento creí que terminaríamos dentro de nuestros propios frascos dentro de ese cuarto macabro, yo estaba petrificado, pero Amesh por alguna razón aunque asustado, tenía el control de la situación, cómo si ya hubiese visto esta clase de cosas espantosas o como si supiera que estábamos a salvo.
Preguntó por su hermano sin dar más vueltas al asunto, perdona si tampoco puedo mencionar su nombre pero Amesh lo llamó llamó así muy pocas veces y ha pasado demasiado tiempo. “Tu hermano se ha ido, es mejor que lo dejes así” Dijo el anciano y luego caminó hasta una mesa dónde continuó su lectura en la página donde la había dejado. No tenía intención en un principio de hacer más comentarios.
“¿Qué sucedió con él?” preguntó Amesh tiernamente, decidido a no marcharse hasta saber la verdad. “Quiero saber cómo murió” Dijo, pero el brujo no respondió. Tomé su hombro y le supliqué que nos marcháramos ya, accedió resignado al verme temblar. Pero antes de salir el mago habló: “Dime…” Y lo llamó nuevamente por ese nombre extraño “¿Tu hermano era especial de alguna manera? ¿Mientras vivías con él notaste algo diferente de ti o de tu madre?” inquirió con curiosidad.
Amesh dijo que su hermano era muy callado y caprichosamente aislado, que incluso llegaron a pensar que era mudo o tenía alguna enfermedad mental, pues sus pensamientos y emociones siempre estaban ocultos. Nada más. El anciano parecía intrigado, acarició su barba, un tanto reflexivo.
“¿Sabes lo que son los Dhazir?” Preguntó. Amesh disintió, luego dijo que quizá una especie de científicos o hechiceros, por lo que podía ver. Yo bien hubiera respondido que locos y asesinos. El anciano rió torvamente y luego se levantó.
“No, jóvenes. Los hechiceros tientan a la posibilidad, usando elementos y fuerzas que no comprenden. La mayoría no son más que simples charlatanes y estafadores. Otros pocos usan verdaderas fuerzas naturales, pero no las entienden en absoluto..
Los científicos se parecen un poco más a los Dhazir, de hecho todo Dhazir ha de ser primero un científico. Aplican un método de observación y experimentación, juzgando los fenómenos de la naturaleza. Incluso llegan a adquirir noción y control de ciertas cosas, de ciertos elementos, pero no dejan de ser simples espectadores”
“En cambio los Dhazir, ellos no aprenden. Ellos practican la certeza…” Luego de decir esto lo seguimos hasta la ventana, donde se puso a contemplar el jardín que separaba las construcciones. “No toda la gente diferente tiene incapacidades.” Dijo meneando la cabeza “Algunos de hecho, pueden desarrollar capacidades que a nosotros nos costaría mucho trabajo imitar. Y existe otro tipo de personas, incluso mucho más raras, que poseen habilidades que jamás podríamos igualar, aunque viviéramos miles y miles de años.” Entonces caminó a su librería.
“Gente como tú, cómo yo, hemos sido descartados…” Pausó “Los Dhazir son piadosos mentores, pero no tienen el tiempo ni la paciencia para ilustrar a personas cómo nosotros.” Fue directo a uno de los estantes, cogió un gran libro con ilustraciones y lo abrió en cierta página que contenía el dibujo de una flor que nunca habíamos visto. “Esa es la planta Alymides, la legendaria planta de la inmortalidad, hoy día extinta en su hábitat natural. El daño de los hombres fue grande en el pasado, la consumieron con tanta avidez de vida eterna que la erradicaron antes de que se pudiera regenerar, y sin quererlo condenaron a nuestra raza para siempre.”
“Unos pocos hombres, los predecesores de los Dhazir, lograron preservar algunas flores y las escondieron lejos del alcance de cualquier hombre mortal, más allá del monte Erenia, en las regiones de la Noche Eterna…” Le recitó con entusiasmo todo esto, luego su expresión cambió drásticamente, a la decepción: “Hace mucho comprendí que nunca me llevarían ahí, mucho menos me darían una de sus preciadas hojas. Están reservadas para gente más importante, gente cómo tu hermano. Debes alegrarte por él, seguramente verá cosas que nosotros ni en sueños. Vivirá para siempre.”
No recuerdo más de lo que se dijo en aquella ocasión, algunas cosas más sobre historia y alquimia, qué sé yo. Salimos de la mansión poco después y yo de buena gana jamás volví a acercarme, pero Amesh quedó enamorado al instante del idílico discurso y la ciencia extraña del brujo, y a partir de ese día frecuentó la infausta mansión cómo si se tratase de una escuela de arte.
El brujo mencionó que debería sentirse alegre por su hermano, pero Amesh no lo hizo, por primera vez enseñó su debilidad la cual había escondido muy bien desde su llegada: la envidia. Amesh era humano después de todo, no era mejor que yo, pensaba.
No pudo olvidarlo nunca, el hecho de que su hermano fuese elegido y no él. Lo repetía al grado de hartarme en muchas ocasiones. Sus especulaciones fueron de simples comentarios hasta resentidos monólogos, al grado de parecerme un tanto paranoicos y obsesivos: “Quizá los hombres que irrumpieron en mi casa aquella noche, lo buscaban a él, a lo mejor todo estaba planeado” me decía, “Eso significa que si él no hubiera nacido, mi mamá seguiría viva” recriminaba acalorado “Y para colmo lo escogieron a él, para dotarlo de inmortalidad y conocimiento”. Cuán injusta había sido la vida para Amesh. No lo decía, no con esas palabras, pero lo insinuaba.

3

Su relación con mi padre empeoraba año tras año. Amesh le cuestionaba en cada acto, juzgaba nuestras costumbres, hablaba de lo que era bueno y de lo que era correcto según los libros, según el brujo o según él mismo. Hasta el día en que mi padre lo puso en su sitio y terminé por convencerme sobre la humanidad cobarde de Amesh.
Comenzó durante la cena, mis hermanos mayores hablaban del número de esposas que tendrían y lo bellas que serían, pláticas cada vez más comunes mientras crecíamos. Amesh como siempre, tenía algo molesto qué decir al respecto, nos habló de que el brujo Brakán conocía una ciudad Estado en el sur donde las mujeres eran igual en voz y voto que los hombres. Todos reímos, mi padre frunció el ceño.
-Ese viejo loco sólo habla estupideces, si las mujeres fueran iguales a los hombres podrían imponer su lugar. Pero no es así, son débiles y su papel es honrar al hombre por protegerla.
– El maestro Brakan dice que la diferencia de fuerza es irrelevante para una raza civilizada, que todos somos iguales en mente y alma. – Dijo Amesh algo indignado. Por algo era el favorito de nuestras madres.
-¡Disparates!- Exclamó mi padre enfadado y lo señaló con una pierna de pollo –Esos pensamientos solo te conducirán a la frustración y al sufrimiento. Son ideas tiernas, incluso podrían considerarse justas en algún mundo de locos… - Se dibujó una sonrisa de burla en su rostro. – Pero no son realistas. No puedes cambiar al mundo. No un pequeño potrillo flaco como tú. – Todos empezamos a reír y Amesh se levantó de la mesa.
-Pues yo creo que sólo un cobarde diría algo tan conformista. – Y mi padre al verse contrariado y ofendido, volteó enardecido, azotó el puño contra la mesa y gritó:
-¡Un hombre valiente no comería en la mesa que un cobarde pagó! –
Amesh por primera vez en su vida no pudo responder nada. Mi padre tenía toda la razón, Amesh y el brujo vivían a expensas de él, bajo su protección, no podían criticarlo. Mi madre tomó de la mano a mi padre por temor a que lo golpease, entonces mi padre se sentó de nuevo refunfuñando. – Lo único que impide que linchen a ese nigromante es mi mandato. Los esclavos que tanto defiende lo odian. Se contienen por temor de mi látigo, mismo que él desprecia. – Se acomodó el pañuelo en el cuello y sujetó las cuñas. – Hablan mucho porque tienen tiempo y la barriga llena, rueguen porque siempre puedan hablar de esa manera. Todo lo que he hecho es por el bien de mi familia, por el tuyo Amesh, aunque no lo creas. – Y no se dijo nada más aquella noche, todos cenamos en silencio.

4

Mi padre fue hijo de un mundo crudo y salvaje, que sus innumerables defectos lo hubieran hecho despreciable para sus enemigos no significaba que hubiese sido malo conmigo y con mi familia, o que fuera incapaz de mostrar terneza o amabilidad por alguien. Así que quizá donde no pueda caber el perdón, tal vez haya lugar para la comprensión de sus actos. Por eso entenderás que cuando murió, para mí no era un villano, ni el recaudador de impuestos, ni un tirano. Era sólo mi padre y lo amaba.
Llegaron ellos en la tarde, sin aviso. Yo tenía apenas dieciséis años, dormitaba perezosamente después de una comida cuando de pronto escuché el alarido de Mazzie, una de las esposas de mi padre pidiendo ayuda desde la explanada. Al instante siguiente escuché la verja del castillo romperse a lo lejos y cascos de caballería profanando las murallas, se acercaban rápidamente. Mi padre entró a la habitación ayudado por Mazzie y Vinev, estaba empapado de sangre y semiconsciente, casi muerto. Pero antes de que pudiera correr a ayudarlo Amesh y otros hombres me llevaron hacia otra habitación de donde no pude escapar. No volví a verlo nunca más. Por todos lados se escuchaban gritos y llantos de miedo y terror.
Mi ciudad era el último reducto antes de llegar a la capital de Dzelan, uno de los pocos reinos libres que aún se oponían a la hegemonía de Aessar en el mundo. Pero cuando los esclavos, en su mayoría Aessin y Efeni, se enteraron de la inminente invasión, hicieron su propia revolución desatando el colapso del reino, asesinando a sus amos, fueran mujeres o ancianos, no hubo distinción.
¡Cuánta razón tuvo mi padre todo ese tiempo! La gente de mi país esclavizaba a sus enemigos y castigaba con muerte a los asesinos. Pero jamás hubieran hecho lo que hicieron sus esclavos en un solo día de libertad. Violaron mujeres, descuartizaron hombres y arrojaron niños al fuego. Destrozaron todo cuanto sabían que mi padre amaba.
Mazzie nos tomó de la mano y nos guió por un corredor hasta un pasadizo secreto que conectaba nuestro palacio con la funesta mansión de Brakán el brujo, era nuestra única escapatoria. Me encomendó cuidar a su hijo recién nacido, mi medio hermano en realidad. Se despidió de nosotros con un beso y una bendición, cerró la puerta del pasadizo e intentó regresar por más niños, pero entraron a la sazón los esclavos y comenzaron a golpearla sin piedad hasta matarla.
Yo emití un alarido de rabia y Amesh me incitó a correr de ahí entre manoteos y jaloneos, era cierto que no podíamos hacer nada y los esclavos no tardarían en hacer ceder la entrada, por eso accedí finalmente. Corrimos por el angosto pasaje a zancadas entre el fango, las ratas corrían en dirección opuesta huyendo hacía nosotros, algo había sucedido en el templo del brujo.
A medida que nos acercábamos a la salida, podíamos sentir una oleada de calor proveniente de la mansión, estaba completamente envuelta en llamas y los líquidos dentro de los matraces hervían y reventaban. Pensamos en regresar pero yo prefería morir calcinado que en manos de esos animales sin alma.
Entre el crujir de los maderos y el silbar de las botellas hirviendo pudimos oír un grito en otra habitación, era el temido hechicero que esta vez venía en decadencia lastimosa, apenas podía arrastrarse debido a una herida de flecha en el estómago y otra más en el costado, moriría en poco tiempo. Seguramente el incendio había sido provocado por él, pues aquellas llamas ardían de una manera inaudita en la entrada del aposento cómo para evitar el paso de intrusos.
Amesh corrió conmovido y lo tomó en sus brazos, enseñando una pena que no había mostrado hasta entonces por nadie más de mi familia, lo cual me ofendió a sobremanera aún en ese momento. “Querido Amesh…” le dijo el anciano Brakan con esfuerzos, “Estaba preocupado por ti, temí que hubieras muerto…” luego tosió y escupió sangre.
“Te he mentido todo este tiempo… perdóname…” Confesó, después sacó un pergamino que tenía oculto bajo su ropa y lo puso en manos de mi amigo. “Lo iba a destruir antes de que llegaras, los seguidores del Lobo Negro no pueden tener esto, no deben…” Realmente hablaba con mucho esfuerzo, la luz de la vida escapaba de su cuerpo a gran velocidad. “¿Qué es?” preguntó Amesh a lo que el brujo tardó en responder.
“Te mentí… Los Dhazir no entrenan únicamente a prodigios de la naturaleza cómo tu hermano, ellos admiran también el valor y la osadía, virtudes que yo nunca tuve… que tú no tienes tampoco…” Comentó y cayó una viga ardiente cerca de nosotros, yo incité a Amesh para alejarnos pero no me hacía caso, estaba decidido a acompañarlo hasta su último aliento. “No cometas mi error… encuentra a tu hermano… Éste es un mapa que te llevará al reino de los Dhazir, más allá de las tierras de la noche eterna. ¡Es un camino peligroso Amesh! encontrarás riquezas, tentaciones y muerte… pero para poder acceder a su reino, haz de superar todas esas pruebas…” tosió por última vez, retomando su último aliento “Haz de entrar cómo valiente…” Y entonces murió. Amesh lo abrazó entre llantos por última vez, besó su frente y entendió que debíamos partir.
Saltamos por una ventana que daba a la parte trasera de la ciudad, caímos desde varios metros y rodamos por un despeñadero, fuera de control. Yo abracé al bebé con todas mis fuerzas aunque mi piel se desgarrara entre las piedras, luego al detenernos solo podíamos quejarnos y retorcernos por el dolor de la caída, pero ese dolor no era nada comparado con lo que vi después: Entre borrones y un dolor punzante en mi cabeza, fui capaz de vislumbrar que desde las murallas de la ciudad caían como bultos de grano, los niños y ancianos de mi pueblo, ¡mis hermanos y hermanas!, arrojados con una crueldad inusitada entre risas jubilosas.
Grité horrorizado y al darse cuenta de mi presencia pronto comenzaron a llover saetas y piedras desde las alturas, así que nos levantamos como pudimos y cojeamos hasta perdernos en las espesuras del bosque de coníferas. No se molestaron en seguirnos.
Todavía duele al recordarlo.
Avanzamos hasta después de bien caída la noche aunque estábamos heridos, sin visibilidad y sin abrigo, imagina que asustados estábamos. No fue sino hasta después de un rato que me percaté que el niño estaba muy callado, que llamé a Amesh a detenernos y desenvolví presurosamente al bebé de la manta en la que me lo había entregado Mazzie, solo para darme cuenta que llevaba horas cargando un cadáver helado. No había sobrevivido a la caída, o al frío, o al humo del incendio, poco importaba realmente. Entonces no pude más, grité y pataleé como un niño, y lloré al punto que no podía aspirar aire de lo privado que estaba en mis pensamientos fatalistas. Pensé que moriríamos esa misma noche. Y me desmayé.

5

Era tarde cuando desperté, anochecía. Mi brazo estaba entablillado y tenía otras partes de mi cuerpo vendadas, incluido mi ojo izquierdo. Amesh permanecía dormido en una cama al lado mío, dormido. No tenía noción de cuando era ni donde nos encontrábamos.
Pasó un rato antes de que entrara un hombre por la única puerta del cuarto, ya noche. Se presentó como un tabernero del paso, pero no dijo su nombre. Nos había encontrado tirados gracias a sus perros guardianes y me puso al tanto de la situación de Dzelan, que ya no era reino sino una colonia. Resultaba que el ejército de Aessar había llegado después de nuestra huida y había aplacado las atrocidades que los esclavos venían cometiendo. Por eso él había sobrevivido aunque no entendíamos ni él ni yo por qué. Además habíamos pasado dos días inconscientes bajo su cuidado, le debíamos mucho y no teníamos nada.
Nuestra recuperación fue rápida y sin complicaciones mayores, salvo mi fractura y una severa deshidratación nada pasó a mayores. Tuvimos tiempo de enterrar al bebé, llorar nuestro luto por la familia y pensar en que haríamos al salir de ahí, no teníamos ni la menor idea.
Una tarde vino el tabernero y nos sirvió la comida, intenté agradecer sus servicios desinteresados y me dijo que no lo eran, él ya había tomado su paga. Fue a un estante del cuarto, fingió que buscaba cómo si no recordara donde puso qué y tomó de ahí el papiro que había entregado Brakan a mi fiel Amesh, su último regalo.
Al desenrollar el pergamino, en la mesita cayeron rodando tres piedras extrañas que no reconocí a primera impresión, pero que al catar y observar a detalle, me sorprendieron a sobremanera. Se trataba de las pepitas más puras que haya observado de oro azul, extremadamente raro incluso entre la realeza. Quién sabe si en alguno de sus viajes el brujo encontró las pepitas o tal vez eran producto de blasfema alquimia. Como fuera, ese hombre tenía en ese pergamino más capital que mi padre en su cofre de monedas de oro. “Eran cuatro. Yo tomé una” nos aclaró el tabernero, “Pude haberlas tomado todas y dejarlos morir en la intemperie, espero que tengan eso en cuenta.” nos dijo aunque no era necesario el comentario, pues a pesar de ser interesado era justo y siempre sería un héroe ante nuestros ojos. Cosa difícil de hacerle entender, era muy receloso.
La noche siguiente llegó un contingente de soldados de Aessar a la taberna preguntando por nosotros, ya que nuestro anfitrión había dado aviso de su hallazgo desde el primer día. El líder del grupo era un general de aspecto bravo y altivo como todos los de su estirpe Aessin, se sentó en una mesa del establecimiento y me habló de las cosas que el tabernero no fue capaz. Lo primero que le pregunté fue del porque seguíamos con vida, a lo que respondió sin tapujos:
“No se puede gobernar un imperio si vas asesinando por ahí a todos los conquistados, al final no tendrías a quien gobernar, ni obreros para trabajar las tierras, ni súbditos para cobrar tributos ¿me entiendes?” Exclamó cínicamente, luego posó sus largas piernas en un banquillo y cruzó los brazos. “Ustedes son prisioneros del imperio, pero pueden ganar su libertad si cooperan con nosotros, incluso recuperar sus privilegios, de lo contrario irán a los calabozos de su propia mansión. Tengo entendido que su padre albergaba en su casa un infiel, amigo de los Dhazir, necesitamos saber si huyó y si es así a dónde se dirige.”
“¡Está muerto, yo lo vi morir!” Se me adelantó Amesh, yo esperaba que no dijera nada imprudente en ese momento, le pisé un pie para que se callara. “¿Pudieron ver si traía algo en sus manos, un libro, un mapa?…” Preguntó el General y una vez más Amesh se precipitó a mis palabras. “No, no tenía nada a la vista… pero no pudimos observar a detalle, la casa estaba en llamas” Le dijo y se me erizó la nuca, yo no pude desmentirlo o lo echarían a la prisión, quizá a ambos. El tabernero tampoco dijo nada o le quitarían su botín, supuse.
“Entonces no puedo hacer nada por ustedes” dijo decepcionado el general y se levantó de la mesa.
“¿Qué pasará con nuestras pertenencias? La mansión…” Pregunté pero el general fue muy claro “Ahora son propiedad del imperio también. Regularmente respetamos a los jerarcas y les permitimos conservar sus títulos a cambio de tributo y convertirse a nuestra religión, pero el título era de su padre y ahora está muerto. Lo siento. ” Y antes de marcharse se detuvo para advertirnos. “El único consuelo que les puedo dar es saber que los responsables de esa masacre son ahora prisioneros también, serán colgados los que se encuentren culpables. El código de Aknakú prohíbe el asesinato de infantes, sin importar de quién sean hijos.”
“¿Existe otro modo de obtener la libertad?” Le preguntó astutamente Amesh al General, este asintió sonriente y respondió: “El imperio suele ser generoso con aquellos que contribuyen a los gastos del ejército.” Y Amesh cómo si conociera la respuesta de antemano colocó la piedra de oro azul en la mano del militar, el cual al observar el regalo asintió, cerrando el trato con una sonrisa.
Y salió sin más. Volteé a ver a Amesh y a pesar de sus imprudencias no pude estar enojado con él, su amistad con el brujo había rendido sus frutos, teníamos de nuevo la libertad.

6

Nos quedamos un par de semanas trabajando en la taberna mientras planeábamos que hacer. El trámite de nuestra libertad fue apenas un dije y un pergamino que nos diferenciaba de esclavos y prisioneros. Después de eso no teníamos noción de que rumbo seguir. O más bien yo no tenía idea, Amesh lo tenía muy claro, seguiría las instrucciones de su antiguo mentor y usaría las piedras para pagar las provisiones y un guía hacia las Tierras de la Noche Eterna.
Yo traté de convencerlo que no, que compráramos una casa grande y nos aprovecháramos ya que el país estaba reconstruyéndose, después de todo aún podíamos recuperar mucho de lo perdido sin perseguir fantasías de viejos supersticiosos. Mi nombre aun valía algo en la provincia, la religión de Dzelan nunca significó nada para mí y mucho menos para Amesh, y teníamos suficiente capital para volver a ser nobles. Sin embargo no me escuchó, nunca lo hacía realmente.
Fuimos a la casa de un tesorero donde podríamos evaluar las piedras y recibir monedas que pudiéramos gastar. Yo estaba a expensas de lo que hiciera Amesh con ese dinero, después de todo era suyo, por eso me importaba tanto todo lo que decidiera. Después de pelear durante una hora, apenas nos dieron cuarenta escamas de oro por nuestro tesoro, casi un robo descarado, pero que sería suficiente para vivir por años de lujos si lo hubiese deseado. Además las aceptaron sin hacer preguntas.
Lo siguiente en su lista fue buscar un par de monturas y un guía, necesitábamos de alguien que entendiera las runas de Erenia pues en ese idioma perdido se encontraba escrito el mapa. Pasamos dos días preguntando entre los soldados y mercenarios, yendo de aquí para allá, pero la búsqueda no rendía frutos, la respuesta más frecuente eran risas burlonas sobre nuestras intenciones de viajar tan al norte. Añade que teníamos miedo de ser delatados y no podíamos pedir lo que deseábamos claramente, por temor a ser arrestados.
En la noche del séptimo día, regresamos a la taberna a comer y beber unos tragos para compensar la frustración, platicábamos con el tabernero quien finalmente se presentó como Erfinos, le preguntamos dónde podríamos conseguir un par de buenas espadas y monturas resistentes, que entonces escuchamos una osca risotada del otro extremo de la barra, nuestra platica le pareció muy graciosa a alguien. “He escuchado por buenas lenguas que planean ir al norte, al mismo fin del mundo…” se dirigió a Amesh aún masticando una pierna de su liebre asada. “Si van allá con caballos se les congelarán las barrigas en menos de dos días, y ustedes con ellos…”Dijo el hombre y luego se hizo el disimulado, como si no tuviera nada más qué agregar y siguió masticando su comida.
“No sé de qué habla” Contestó Amesh negando todo, pues si el ejercito se enteraba que habíamos mentido sobre el mapa nos degollarían “Pero si fuera cierto ¿Que propondría entonces, Señor?” Preguntó Amesh muy intrigado y se recargó en la barra, fingiendo seguridad.
“Compren un Kharionte, lindo animal, te comerá si no te respeta. Para los viajes en la nieve no hay nada mejor.” Luego escupió sobre su plato el huesecillo y ya con nuestra atención capturada se acercó a platicar. “Yo puedo llevarlos a través del mar, si pagan bien. Hasta donde comienzan los desiertos de hielo, de ahí en adelante su caminata suicida es cosa suya…” Era todo un cliché del mercenario promedio. Nos inspiró confianza.
“Pero no vamos por mar, el mapa indica que debemos ir por tierra…” Respondió Amesh señalando la línea punteada, y el hombre aún sin identificar disintió sin ocultar su molestia, “Para no leer Erenio parece que lo entiendes muy bien.” Comentó con sarcasmo “Necedades. Claramente es una trampa para el ojo ignorante.” Dijo y señaló el área en cuestión con el dedo índice “Por tierra solo encontrarás un laberinto de montañas y acantilados sin fondo, la persona que ha trazado el mapa los ha omitido adrede ¿ves?…”. Parecía que sabía de lo que hablaba, además no teníamos opciones. Cerramos el trato pagando su cena en señal de buena fe, su compañía nos costaría doce escamas de oro, ocho al partir, cuatro al regresar.
Ignorábamos más cosas de las que imaginábamos y el mercenario no tenía reparo en hacerlas notar, casi siempre con risas burlonas y comentarios molestos o golpes en la nuca. Era una persona molesta y peligrosa pero aprendimos muchas cosas gracias a él, entre ellas que un trayecto de esa naturaleza era imposible para tres personas, por lo que nuestra aventura se transformó en todo una expedición en poco tiempo.
Fijamos los detalles del viaje en menos de un mes, conseguimos una brisa a precio razonable, no era más que un pequeño barco de transporte lleno de ratas y bodegas putrefactas pero no teníamos dinero para algo más grande, todavía faltaba surtir la despensa y pagar una tripulación dispuesta a emprender la travesía, lo cual fue más fácil de lo esperado. Mucha gente tras la invasión se quedó sin casa ni trabajo, así que la promesa de un salario, techo y alimento entusiasmó a nuestros incautos subordinados que no tenían idea de donde se estaban metiendo. Ni nosotros.
Las pláticas con los voluntarios se prolongaron un par de días, conseguimos una docena de barriles de vino, redes de pesca y no demasiadas provisiones perecederas pues desconocíamos cuánto duraría el trayecto. Granos, cereales, carnes secas y aceite, todo lo básico se empacó en un dia. Lo más difícil sin duda fue buscar al Kharionte, tuvimos que ir a las zonas más turbias de la ciudad preguntando por alguien que vendiera una de esas bestias aunque no sabíamos que aspecto tenía uno de esos animales. Por poco nos venden un lince de crestas de no ser por la asesoría del mercenario, que se llamaba Tasev.
Esa gente que viajaba tras el camino de destrucción del ejército Aessin traficaba con todo: gente, cadáveres, ídolos blasfemos y placeres prohibidos. Una estela de corrupción que ignoraban los fanáticos generales que comandaban la guerra sagrada. Pudimos haber ido a prisión por el solo hecho de estar ahí fisgoneando.
Unas prostitutas molestaban a Amesh por su aspecto inocente mientras me divertía observando, cuando llegó el traficante para guiarnos a nuestra entrega, no sin una indeseada sorpresa desde luego. “Por el momento solo me queda una hembra que fue sacada del combate tras quedar preñada, hace dos días su cría salió del cascarón, tendrán que llevarse ambos ejemplares. No hago rebajas por ello” Nos dijo y se acercó un hombre jalando las gruesas y poderosas riendas, y entonces es que nos dimos cuenta de porque ese animal inspiraba miedo en todos los países del oeste. Era tan alta como dos caballos y más larga que cuatro de la cabeza a su cola de reptil, su mirada brillaba con una inteligencia inusitada para un animal y aunque caminaba como un equino, tenía manos de hombre, tuve un mal presentimiento desde ese momento.
“No lo lleves, compra caballos, correremos el riesgo.” Le susurré al oído, pero como si lo hubiera provocado sacó las siete monedas de oro y las puso en manos del mercader, que se carcajeó ante la irreflexiva actitud de Amesh.
Yo me había encargado de otros asuntos en secreto, y no fue sino hasta que estuve seguro de que en el bazar se podía comprar lo que andaba buscando que pedí un último favor a Amesh. Esa noche regresamos al castillo de mi padre, y aunque los estandartes de Dzelan habían caído y ahora cada puerta era custodiada por un guardia de Aessar, me sentí como en casa, mejor todavía. El traficante nos condujo hacia los calabozos cuyo interior no había visto jamás en todos los años que viví ahí. No tenía porqué hacerlo hasta ese día.
Es difícil describir lo que sentía entonces, todos mis sentidos estaban alerta, mi corazón palpitaba como enloquecido y saboreaba como un chacal antes de caer sobre su presa. Pocas sensaciones son tan intensas en la vida, quizá solo igualada por la tristeza de ver morir a mi familia o la vergüenza que siento ahora al confesar todo esto. Pues Amesh, mi amigo, lo que hizo fue comprar a la gente que estuvo presente en la masacre de mi familia. Me había comprado el derecho de vengarme.
Al entrar a la cripta donde estaban ellos, yo tenía la idea de matarlos y salir de ahí, eso creyó Amesh al menos. Pero una vez los tuve cerca, vi en mi mente a mi padre ensangrentado, la cara de Mazzie siendo linchada sin piedad, los cuerpos de mis hermanos arrojados desde la muralla. La muerte no era suficiente para acallar los dolores de mi alma. Hubiera sido un premio para esos infelices.
Amesh vociferó toda la noche que me detuviera mientras yo descuartizaba miembro a miembro lo que quedaba de mi humanidad. Jamás había escuchado gritar tanto a alguien. Aún siguen gritando, Amesh que me detenga, ellos de dolor, todas las noches los escucho en coro.
Si no hubieran asesinado a mi familia, yo hubiera vivido el resto de mis días cómo artista o recaudador de impuestos, sin conocer nunca el olor de un matadero de hombres. Si ellos no hubieran sido esclavos, jamás hubieran matado a la esposa de su amo entre risas burlonas. La vida nos hizo víctimas, el dolor nos hizo humanos, pero la venganza nos convirtió en monstruos.
Cuando todo terminó mi cuerpo estaba lleno de sangre y sudor, apenas me acerqué a la puerta y Amesh retrocedió atemorizado o como si yo le provocara asco. Quizá ambas. No puedo olvidar su mirada, la odiaba desde siempre, cuando de niño pisoteaba hormigas en el campo, o cuando castigaba a un sirviente por cocinar algo que no me gustaba, y esa noche haciendo las veces de mi conciencia, pues donde debería ir esta solo había satisfacción malsana.
Tendríamos que partir cuanto antes, si alguien descubría lo que habíamos hecho seríamos ejecutados en la plaza central. Convocamos a toda la tripulación y los arreglos con el ejército fueron fáciles, dijimos que iríamos en búsqueda de parientes lejanos al norte y tragaron la historia completamente. Si todo salía bien en menos de veinte horas estaríamos en el mar.
El día estuvo plagado de líos y dificultades, los carpinteros no habían terminado de reparar una avería del casco, nos habían vendido una docena de costales de avena podrida, la bestia dromedaria se negaba a subir al barco y para variar Tasev el mercenario estaba desaparecido.
En seguida contratamos la ayuda de un ingeniero para reparar el navío, lo cual nos llevó hasta altas horas de la tarde y nos costó seis escamas de oro. Si el tesoro de las tierras sin día no existía, tendríamos serios problemas para pagar a Tasev la deuda. La cosa se complicaba minuto a minuto.
Lo segundo fue subir a la Kharionte y a su cría, la cual era dócil al tacto pero terca en extremo. Todos estábamos asustados, se sabía que un simple coletazo de ese animal podía romper el cuello de un hombre, además sin la asesoría de Tasev no sabíamos qué hacer ¿Dónde demonios estaba? Éramos dieciocho hombres y no podíamos vencer la fuerza de la hembra, fue necesario pedir prestada una yegua para hacer ceder al animal, pero de pronto cuando casi la teníamos en la rampa la bestia izó una de las cuerdas con tal fuerza que tiró a dos hombres al agua y casi nos derriba a todos. Uno de los marineros gritó a Amesh que corriera a por la cuerda y la sujetara al mástil para usarla como polea, pero Amesh ya ni siquiera estaba sujetando su propia cuerda sino que estaba paralizado de miedo observando el poder del equino. “¡Es tu maldito animal! ¡Ve por la cuerda niño!” gritó el hombre pero Amesh no respondía, así que tuve que ser yo quien se arriesgara a acercarse. Una vez hecho esto y tal vez porque la dromedario estaba ya demasiado cansada, fue mucho más fácil subirla. Todos, incluido yo, observamos a Amesh con desprecio.
El sol de la tarde se fundía con el mar para el momento en que Tasev apareció bebido y acompañado de una mujer atada de manos y con la cabeza cubierta por una bolsa, yo deduje que la había comprado en el mismo lugar que yo compré mi venganza. “Ninguna mujer subirá a bordo” dijo Amesh y se interpuso en el camino de Tasev, que sonrió cínicamente.
“¿Qué pasa muchacho, no serás supersticioso o sí? ¿Crees que subir mujeres a bordo es de mala suerte?” Preguntó, a lo que Amesh respondió: “Los soldados de Aessar castigan la violación con la muerte” y como era de esperarse, la respuesta del mercenario fue una sonora y osca carcajada, “¡Anda, llámalos! Estaré ansioso por contarles a donde planean ir. Quizá compartamos el mismo patíbulo” luego empujó a Amesh y prosiguió su abordaje con la mujer a cuestas.
Lo seguimos hasta la cubierta y luego se metió al camarote principal cerrándolo de un portazo, la mujer comenzó a llorar y gritar, podíamos escucharlo todo desde afuera. Para mi ella era una desafortunada mujer a la que el destino le había jugado una mala pasada, me conformaba con pensar que eso sucedía a diario en muchas partes y que ayudarla no haría mejor ni peor el mundo de lo que ya era, pero entrometerme sí complicaría nuestro viaje. Mejor era dejar las cosas como estaban.
Pero yo esperaba otra cosa de Amesh el soñador, creí que de pronto en un ataque de galantería se arrojaría a la puerta y con espada en mano degollaría al violador, pero no hizo nada de eso.
Me quedé estupefacto ante lo que veía, escuchábamos claramente como rasgaba las telas de su vestido, sus lastimeros gemidos y sollozos desesperanzados, pero Amesh sólo permanecía inmóvil escuchando, ¿no haría nada? ¡Esto era lo que él tanto repudiaba! Si acaso había hablado de algo en toda nuestra corta vida era de la justicia, se había postrado en un pedestal de superioridad moral desde dónde nos juzgaba como sucios y cobardes seres del mal. ¿Dónde estaban ahora todos esos sermones?
Al mirar su rostro pude ver que los escuchaba dentro de sí mismo, cada palabra. Apretaba los puños y temblaba lleno de frustración, pero su miedo era demasiado. Todo se escuchaba, el dolor de la niña, los jadeos ebrios de Tasev, el rechinar de su cama. Eran los gritos de su alma los que permanecían mudos. Sabía que de no salvarla, mi amigo jamás se lo perdonaría a sí mismo, no pude resistirlo.
De una patada derribé la puerta y estrellé la humanidad de Tasev contra la pared, puse el filo de mi daga en su gordo cuello y este respondió con un gesto de burla y asombro. “Te compraré esta mujer por dos escamas de oro, acepta ahora o muere” Le dije, no le tenía miedo, él sonrió y aceptó, conteniendo su enojo sin duda, aunque tampoco me tenía miedo. Con este acto sentí que había devuelto el favor a Amesh, pero por otra parte habíamos ganado un peligroso enemigo.

7

Llegó la noche. Por primera vez desde la revuelta de los esclavos estaba todo en calma, una vez que saliera el sol partiríamos si la fortuna o los dioses lo permitían, rumbo al fin del mundo: Las Tierras de la Noche Eterna.
Él y yo realizamos las labores de limpieza en la cubierta, el barco se mecía poco. La bestia dromedaria dormitaba en su jaula al lado de su cría juguetona, pero aparte de eso no se escuchaba nada más, sólo mi cepillo contra las duelas de la cubierta.
Amesh no lo decía, pero creo que sabía que no regresaríamos juntos, tal vez por eso me había permitido hacer lo que hice en la prisión del castillo, o a lo mejor era que comprendía lo que se sentía perder a tus seres queridos por una tragedia sin sentido. Era que sabía lo que era llorar al cielo y no poder vengarse del destino. Estoy seguro que pensaba muchas cosas, en la chica durmiendo en la bodega, en el viaje que nos esperaba, en las pérdidas de su vida, y quiero creer que también, aunque no lo admitiera, albergaba la esperanza de ver a su hermano con vida, para realizar una reconciliación que tanta falta le hacía a su alma. Sin embargo me quedan solo suposiciones, pues era silencioso e inmutable como el mar.
-¿Qué harás con tu parte del tesoro? Si es que hay un tesoro. – Le pregunté para abrir una conversación, siempre me incomodaron los silencios largos. –Y si es que regresamos. – Agregué, era cierto que no hablábamos desde lo sucedido en el calabozo.
Fijó su vista unos segundos al vacío y luego prosiguió con sus labores en cubierta como si no me hubiera escuchado. Mi pregunta había sido demasiado trivial para un filósofo cómo él o todavía tenía conflictos conmigo por lo de la prisión, por un momento pensé que jamás me volvería a dirigir la palabra, así que no dije nada más. Si así lo deseaba, estaba bien para mí, no hablaríamos nunca.
Luego de ya rato cuando no quedaba nada por hacer, dejó la escoba recargada en una caja, fue hasta la popa y se recostó a mirar las estrellas, yo no supe si quería estar sólo o es que debía seguirlo, pero así lo hice. Habrá pasado más de media hora reflexionando sin emitir sonido alguno, yo ya había dado por sentado que no deseaba conversar y mucho menos respondería a mi pregunta, después de todo sólo estábamos juntos por las tragedias que marcaron nuestra vida, no por elección. Cruzó por mi mente que ya consumada mí venganza no tenía nada que ver con él ni con su loco viaje, que tal vez era mejor desertar ahora que había la oportunidad. Pero era el único amigo que me quedaba, aunque en ese momento no lo hubiese sabido o admitido así.
-No ambiciono tener muchas cosas – Me dijo –Pero he pensado algunas ocasiones desde niño, que me gustaría tener un gran comedor, el más grande y opulento de todo un reino, para invitar a todos mis amigos y cenar al lado de mi esposa, todo lo que deseemos servido en la mesa. Fresas con crema, liebre asada, cordero en salsa de especias, y que sirvientes y amos coman juntos en esa gran mesa… – Soltó de repente como si hubiese formulado mi pregunta solo dos segundos atrás.
No me importó la demora, me puse feliz de que por fin se dirigiera a mí. –Si lo que dice el mapa es cierto, tendremos suficiente oro azul como para comprar ese comedor. Y más de una docena de esposas, saludables y bien formadas, si me doy a entender. – Comenté a Amesh. La noche tomaba pinta de mejorar. Era solo una plática trivial, pero podía percibir en su tono de voz que toda deuda que hubiese tenido con él había quedado saldada, si bien no aceptaba lo que hice, tampoco lo juzgaba.
-Si… -Respondió un tanto pensativo. – Pero ¿sabes? Yo soy sólo un hombre, tal vez sólo una mujer sea suficiente para mí. – Esa era una típica respuesta del romántico An-Amesh. Yo me levanté enfurecido, me arrepentí de haber iniciado siquiera una conversación. Me había equivocado, me juzgaba. Juzgaba mis costumbres.
-Tú siempre igual, no te veías muy molesto cuando esas prostitutas se te acercaron, ¡Sólo dices esas cosas para molestar! ¡Al Ergal contigo! – Le dije y me largué a mi camarote a dormir. Sospecho que Amesh reía en silencio.

8

Zarpamos en la mañana del sexto mes del año del halcón, sin contratiempos y rumbo al noreste, flanquearíamos todas las costas de Dzelan en la región del Zana, hasta el muelle de Eruk en Erenia, en la región de Levassar. De ahí, tomaríamos la ruta más directa hacia los desiertos de hielo donde buscaríamos la tierra prometida por los señores Dhazir. Nuestra nave viajaba todavía con la bandera del otrora reino de Dzelan, y aunque un par de ocasiones nos impidieron desembarcar o tuvimos que pagar tributo, casi en todas las tierras que visitamos nos trataron amablemente.
Hubo un largo e intenso debate en los meses que siguieron entre Tasev y Amesh. Mi amigo insistía en que una vez en Erenia deberíamos esperar hasta primavera para partir, afirmaba que la noche eterna era un mito y que en realidad la mitad del año era de dia en aquellos parajes inexplorados. El mercenario en cambio apostaba que la mejor época para partir era en pleno otoño ya que el agua estaba congelada y eso haría las corrientes menos violentas, afirmaba que la noche eterna era real. Es justo decir que todos le creímos a Tasev, sin mencionar que la versión de Amesh nos pareció inverosímil, él ni siquiera había viajado a ese lugar y en diversas situaciones demostró ser ignorante e inexperto en asuntos de navegación.
Así era él, decía muchas cosas de aparente falsedad, “El sol no es de fuego” o “Una flecha en movimiento cae a la misma velocidad que una piedra en vertical” y cosas por el estilo. “El maestro Brakan esto, el maestro Brakan aquello” decía como si aquel anciano fuese un erudito y no un loco. Ahora creo que tal vez lo era, un extraño erudito, pues en algunas cosas tenía razón. Cómo odiaba sus clases, pero mar adentro no tenía a donde escabullirme.
De haber sabido que Amesh les tenía miedo a las mujeres, habríamos dejado subir a cubierta a la chica de Tasev desde un principio, pues apenas la dejamos salir a que tomara el sol, mi amigo enmudeció para alivio de todos. Por primera vez estaba de acuerdo con Amesh, las supersticiones eran mentira, ¡subir mujeres a bordo era de buena suerte!
Ella era rubia, de facciones finas, aún con los andrajos que vestía se dejaban ver sus generosas formas femeninas, a todos nos ponía incómodos de verla pasearse por ahí pero dejarla recluida en las bodegas tanto tiempo hubiese sido cruel y hasta Tasev estuvo de acuerdo en liberarla. Por las tardes se sentaba en la escalerilla de popa o se recargaba en la barandilla para contemplar el atardecer, parecía que siempre había sido un tanto solitaria pues nunca buscó acercarse a ninguno de los tripulantes por protección, salvo para ayudar en las labores diarias o pedir alimento. Vino una vez y me agradeció en secreto por haberla rescatado la noche antes de zarpar, a lo que respondí que no lo hice por ella, sino por mi mejor amigo. Luego se alejó y no volvió a hablarme.
No sé cómo o cuándo comenzó entonces el amor entre ella y Amesh, él era tímido y distraído, ella era solitaria y reservada. Daría dos escamas de oro por saber el momento en que se hablaron por primera vez y no sería dinero desperdiciado.
Por un tiempo la vida se redujo a sostener el timón y sentir la brisa marina agitar nuestro cabello. Sabía que mientras más nos acercáramos al polo norte las circunstancias serían más adversas, pero no tenía noción de que tanto y no me importaba realmente. Incluso por un momento me contagie de entusiasmo con la idea, la aventura, casi deseaba una tormenta. Cuando pensé en esto quise correr a contárselo a Amesh, pero estaba muy ocupado con su nueva amiga, cada vez pasaba más con ella y menos conmigo, hablaban todo el dia, seguramente de su maestro Brakan y sus libros, y no sé si ella habrá creído o no todo lo que decía mi compañero pero lo escuchaba con atención todas las tardes. Fascinada.
Al principio su existencia no significaba nada, no más que cualquier otra mujer o súbdito que hubiera conocido. Así fueron siempre desde mi punto de vista las mujeres, pese a que había amado a mi madre y a mis hermanas siempre las había contemplado cómo, que me perdonen los dioses, servidumbre. Mi padre me había educado de esa forma.
Mi amigo la trataba cómo un igual pero no parecía brindarle ningún beneficio. La ayudaba a realizar las labores propias de mujeres, escuchaba sus opiniones como si fueran las de cualquier otro hombre, temía de su enojo y recibía sus reproches sin imponerse con la fuerza. La igualdad que tanto había defendido parecía traer más desventajas que beneficios, jamás habíamos visto tal fenómeno de la naturaleza donde el débil pudiese igualarse y hasta imponerse sobre el fuerte, todo en nombre de un necio y falaz ideal. Por las noches se hablaba a las espaldas de Amesh, era sin duda el hazmerreir de toda la tripulación. Pienso que si no se amotinaron fue por mí, que le protegía.
Pero poco a poco, acto a acto, la diferencia entre nuestro modo y el de Amesh se hizo clara. No había nada extraordinario en mi amigo, era torpe y muchas veces aburrido, ni pude apreciar nada especial cuando se besaban o se tocaban. Pero algo en la forma en que ella lo miraba, en su tono de voz al hablarle, provocaba inquietud en mis adentros. Una inusitada admiración en sus gestos, una docilidad que no vi nunca ni en la esposa más sumisa de mi padre.
Atracamos en puerto Eruk después de año y medio de trayecto. Pensamos que entre la dura vida del marino y las incomodidades de ser una mujer hermosa entre una veintena de hombres solitarios, ella saldría corriendo de la nave apenas ésta tocase tierras libres. Pero contra todas las expectativas inclusive las de Amesh mismo, la chica decidió acompañarnos en nuestra travesía.
Entonces, por primera vez, tuve un asomo a la compleja mentalidad de An-Amesh y se me reveló un pensamiento perturbador. Radicaba ahí el secreto de mi amigo; Porque en la libertad que era dada se establecía un lazo mucho más fuerte que ninguno intuido en miedo, ella tomaría elecciones que ni con el más doloroso de los látigos podría forzar. Una atadura sin cadenas, respeto sin temor implícito, lealtad sin necesidad de vigilancia. Y primero me vino la envidia y luego el anhelo, de inspirar alguna vez algo semejante.
Estuvimos poco tiempo en la ciudad inmortal, pues al ser extranjeros éramos vistos con hostilidad y temor. Eran esas las tierras de los inmortales profanos, hombres exiliados de dos mundos. Odiados por los inmortales originales, envidiados por los hombres mortales, encontraron su único refugio en aquella inhóspita y aislada región mucho tiempo atrás. Amesh me contó más tarde que ellos eran los descendientes vivos de aquellos que robaron la planta Alymides y la comieron para sí mismos. Responsables de la condena del hombre, hijos de traidores, ciervos de dioses paganos.
Se nos permitió bajar un par de noches mientras aprovisionamos el navío, pero nos fue imposible llegar más allá de los límites de la costa o caminar por las calles. No querían tener nada que ver con nosotros, no hicieron preguntas ni trataron de detenernos. Fuimos abastecidos de lo necesario para partir sin problemas, pero no era una cortesía, deseaban que nos marcháramos.
Sólo uno de los hombres que nos ayudaron, con un aspecto juvenil y sin embargo con la tez cubierta de cicatrices y ciertas marcas de expresión propias de un anciano, resultó un poco menos hostil que sus compañeros. Intentó persuadirnos de desistir en nuestra enmienda, mencionó que algunas veces cada ciertas décadas o siglos, (esto me hizo pensar en la inmensa longevidad de aquel hombre) recordaba haber visto barcos dirigirse en la misma dirección que nosotros y nunca más volver. Que si navegábamos al norte moriríamos. Fue nuestra última advertencia.

9

Nos hicimos a la mar.
A medida que nos acercábamos al norte el viento se hizo más seco y helado, la vegetación más pobre y los animales escasos. Avistamos tierra por última vez a finales de primavera, luego nos adentramos en la profunda vastedad del océano boreal y no vimos tierra en casi cuatro meses.
Yo comenzaba a entablar amistad con el viejo tabernero Erfinos, que se había alistado a nuestra empresa en pos de una mejor vida en el norte, ya me contó después que había tenido una única esposa y nunca tuvieron hijos, luego murió de enfermedad y él se dedicó a atender su taberna hasta el día de la invasión, cuando lo obligaron a cerrar.
Yo tenía curiosidad de saber porque nos había salvado la vida, cómo él mismo había comentado pudo dejarnos morir en el campo y tomar nuestros bienes. “Todo el oro del mundo no vale una eternidad en la Tierra-Dolorosa” Me dijo, pero no le creí. Era un hombre egoísta pero tierno, demasiado noble para ceder a sus propios deseos. Creo que la noche que nos encontró seguro pensó en dejarnos morir, pero jamás se lo habría perdonado. No fue miedo sino bondad lo que impulsó su mano. Me caía bien, casi hizo tolerable el infierno que vino poco después.
Todos los libros, cuentos y leyendas contaban la verdad, el fin del mundo era un lugar inclemente y mortífero. Los días se fueron oscureciendo hasta fundirse con la noche, los vientos aullaban como atormentados y monstruos marinos resoplaban agua en las cercanías del barco, inquietando a la tripulación temerosa y supersticiosa.
Los ánimos, el alimento y el vino disminuían. El temor, el frio y la oscuridad, por lo contrario, incrementaban. Encontramos el primer témpano de hielo a finales del otoño, por lo que fue esencial que hubiese siempre un vigía en el mástil o encallaríamos en medio de la nada, cosa que no agradó a ninguno de los tripulantes. Casi un mes adelante murió el más anciano de hipotermia durante su turno, luego otro en una riña por una manta y un tercero más desapareció sin dejar rastro. Los rumores y cuchicheos se dispararon como siseos de serpientes conspiradoras, la inconformidad de la tripulación crecía a una velocidad sorprendente.
Nos reunimos Amesh, Erfinos, Tasev y yo en la proa para llegar a un acuerdo, la situación pronto se saldría de control si no hacíamos algo al respecto. El mapa indicaba tres meses de trayecto, pero estábamos por iniciar el quinto sin avistar nada más que montañas de hielo, el continente perdido no parecía existir. Pero era tarde, no teníamos suficientes recursos para volver y no podíamos decirle eso a nadie o nos tirarían por la borda.
Seguro creyeron que el viaje sería mucho más sencillo, eran campesinos ordinarios e ignorantes. Solo Tasev permanecía inmutable, afilando su cimitarra o fumando de su pipa en todo momento, parecía que todo fuese fácil y evidente para él. Cuando los marinos comenzaron a reunirse en secreto para amotinarse, vino Tasev con una idea que nos pareció estupenda a casi todos. “Sabemos lo que están pensando, los hemos escuchado cuando creen que dormimos, cuando creen que el viejo Tasev está muy lejos para escuchar, demasiado sordo por la bebida. Pero les diré algo, el viejo Tasev duerme con un ojo abierto y la mano firme en la empuñadura. Nadie matará a estos niños mientras yo esté aquí, me deben mucho dinero.” Dijo y se adentró a la bodega del barco, todos nos preguntamos que planeaba. Era cierto que era una persona despreciable, pero era un líder nato, sabía cómo capturar la atención de la gente y mantener la expectativa.
Salió unos momentos después con una gran aguja de carnicero y esa mirada ebria que lo distinguía, “No debemos estar lejos de tocar tierra, una vez ahí les enseñaré a pescar en hielo. Bueno, me verán pescar en hielo, mejor dicho.” Se acercó a la jaula de los dromedarios con una sonrisa siniestra “Pero por lo pronto necesitamos comida, el pequeño será suficiente por un mes.”
Amesh se negó rotundamente, dijo que soltásemos a la madre y ella traería peces de profundidades a dónde nuestras redes ya no llegaban. "Claro, liberar a la madre, ¿Y darle la oportunidad de escapar?" Preguntó Tasev, a lo que Amesh respondió que no se iría sin su cría, que si los tratábamos bien, compartirían su comida pese a ser animales. Pero el mercenario no escuchó, "¿Todo eso dónde lo aprendiste, de tus libros? No me importa lo que tengas que opinar niño, tú no eres quien para darme ordenes. ¡Abran la reja! lo llevaremos abajo, el truco está en que su madre no lo vea morir. "
Por supuesto que Amesh podía ordenar lo que quisiera. Era su animal, su barco y sus marinos, pero temblaba cuando Tasev se acercaba con un objeto afilado. Era el capitán por título, pero el respeto de los hombres se gana con actos. Tal vez yo lo hubiera ayudado, pero ya no creía en él y estaba de acuerdo con el mercenario.
Pusieron una manta en los ojos de la dromedario para tranquilizarla, pero sus sentidos eran más poderosos que los de un lobo, y su inteligencia más aguda que la de algunos hombres. Sintió apenas que se alejaba su cría y comenzó a sacudirse dentro de la jaula emitiendo sus trinos para llamarlo de vuelta.
Nosotros no estuvimos ahí abajo, pero Tasev mencionó que en el momento en que ensartó la aguja en el corazón del cachorro, los aullidos horribles de su madre comenzaron. No sé cómo describir aquellos horribles gritos, no eran de mujer, ni el relinchar de un caballo, sino una combinación entre el dolor de una madre y la incomprensión de una bestia ante el abuso del hombre.
Despellejó al cachorro y se dispuso a asar una de las piernas, pero sólo Tasev se atrevió a comer mientras la madre seguía relinchando. "Cuando se termine el vino, nos turnaremos para ordeñarla y beberemos medio vaso de leche al día, eso será suficiente" Dijo cuando terminó de comer, y nos fuimos a dormir.

10

Medimos el tiempo de dos semanas con ayuda de las estrellas, hasta que una vez, mientras removíamos la capa de hielo que se formaba en el casco, el continente perdido apareció frente a nosotros finalmente. Un muro de agua congelada que se extendía inmedibles distancias más allá de la vista, y luces en el cielo, cómo una sinfonía de luz que transportaba las almas de los muertos al otro mundo. Todos pensamos que habíamos encontrado la casa de los dioses, todo en aquel lugar era irreal y onírico.
Pasamos tres días bordeando el acantilado sin encontrar un lugar para desembarcar y aunque racionamos el alimento a porciones miserables, se terminó.
Ignoro si existe un alma o somos cómo decía Amesh, sólo materia consciente. Pero si existe un alma, y ésta sólo es dada a los seres de orden superior cómo hombres y dragones, los dioses también debieron dotar de alma a aquella bestia de la jaula. Pues nos miraba con sus ojos muertos de cabra, pero con un sentimiento más profundo que la ira o la tristeza, era odio. Sabíamos que tarde o temprano alguien moriría en sus garras, ella esperaba su momento. Acordamos sacrificarla apenas llegáramos a tierra firme, nuestro viaje hace mucho que había dejado de ser por riqueza y gloria, ahora era cuestión de supervivencia.

Pero la bestia era bien astuta. Se mostró dócil cuando una docena de hombres la ordeñaba porque sabía que la punta de una lanza rozaba su cuello. Pero durante los turnos de sueño desapareció un hombre mientras hacía su ronda y otro más cayó por la borda de un coletazo al acercarse demasiado a la jaula. Aunque nos despertamos de un brinco y corrimos en su ayuda, fue tarde, desapareció en la negrura del océano.
En el mapa ya no había nada más que pudiéramos descifrar, según Tasev las runas señalaban que debíamos desembarcar en una costa de piedra caliza y arena negra, más en aquel lugar no había sino acantilados de hielo por doquier. Contamos el tiempo una semana más, hasta que alguien cometió un error fatal...

Era el turno de Amesh para vigilar el mástil, pero un compañero, que sabía que mi amigo odiaba subir ahí, se ofreció a suplirlo, dijo que tenía interés en estar solo. Aquel hombre quería ordeñar a la dromedario en secreto para beber su leche hasta saciarse, cuando se percató de que todos dormíamos, procedió. Y al igual que todos, subestimó la sagacidad de la bestia.
Puedo ver la escena en mi mente, el hombrecillo aquel caminando hacia la jaula con un balde para la leche, desesperado por alimento. La dromedario quieta en su lugar, aparentando docilidad, apretando sus fauces. ¡Imagina todo ese tiempo esperando en la oscuridad, acumulando su odio en silencio!
Su alarido de agonía nos despertó al instante, me caí de la litera y no pude levantarme pues tenía una pierna entumida por el frío. Los demás pasaron encima de mí, pensaron que la superioridad numérica les daría ventaja y acudieron al ataque sin pensarlo dos veces ¡Pero qué equivocados estaban esos pobres diablos! Escuché el bramido de la bestia dos veces, gritos de muerte y blasfemias. Luego entraron dos hombres cubiertos de sangre, aterrorizados.

Vino Tasev, me ayudó a incorporarme y corrimos al exterior espada en mano. Los restos de varios marinos estaban desparramados por toda la cubierta, su sangre reflejaba la luz de las lunas, sus cuerpos todos rasgados y mutilados. Grité un par de veces buscando a Amesh entre los heridos y la bestia volteó a vernos, casi con tranquilidad. Nos reconoció enseguida, sus ojos brillaban cómo carbón al rojo, de su hocico emanaba un vapor infernal.
Acometió contra nosotros y descompuestos por el asombro corrimos de vuelta al interior del barco, cerramos la puerta y nos abalanzamos contra ella para resistir. Apenas alcanzamos a cerrar cuando todos fuimos expulsados por la potencia del golpe, dos bisagras se botaron y la puerta quedó chueca y resentida. Entonces vino Amesh y me tocó el hombro, ¡Había estado adentro todo el tiempo! No le dije cuánto me alegré de verlo con vida, sino que tomé mi espada y me recargué de nuevo en la puerta con los demás hombres, la novia de Amesh gritaba cómo loca.
La dromedario azotó su lomo dos veces más hasta que lo único que sostenía la puerta en pie eran nuestros cuerpos agotados y un par de vigas mal puestas, no soportaría otro embate del bruto. Cerré los ojos en espera de lo inevitable. Pero por fortuna aquel ente, pese a su gran agudeza continuaba siendo un animal, pues sin darse cuenta cuán fácil le hubiese sido dar un golpe más para hacer ceder la entrada, se rindió y optó por buscar otra manera de acosarnos.
Bramó enfurecida y arañó las duelas con una pata cómo hacen los bisontes, luego brincó a la popa y comenzó a olfatear por encima de nosotros, buscando un punto débil o una madera desprendida. Nos agazapamos unos con otros, algunos de los hombres incluido Amesh no podían contener el miedo y gritaban aterrados. Esa noche moriríamos todos.
Encontró con su gran olfato un punto dónde la madera estaba demasiado podrida y azotó sus coces ahí, abriendo en pocos segundos un boquete dónde pudo asomar su gran hocico. Rápidamente nos pusimos debajo de aquel lugar y clavamos un par de estocadas cerca de su ojo, lo que la hizo enfurecer aún más. Metió la mano agitándola con obsesión y violencia, y aunque la tasajeamos varias veces nos arrebató nuestras armas para impedir que la siguiéramos hostigando, ¡Nunca había yo visto semejante determinación por destruir al hombre!
Debido al jaloneo de la batalla el agujero se agrandaba más y más, Erfinos nos empujó y corrió al interior de las bodegas del barco, lo creí tonto y cobarde, pero planeaba algo más. Cuando las maderas finalmente cedieron y medio cuerpo del animal cayó delante de nosotros, lo hizo encima de la amada de Amesh, que se había quedado en una esquina gritando aterrorizada. Amesh bufó adolorido y se arrojó contra el animal pero de un simple manotazo quedó fuera de combate.
La dromedario tuvo la oportunidad de perseguir y matar a Amesh pero en realidad deseaba a Tasev, lo hostigaba con tanto frenesí que nunca pensó en retroceder para acomodarse mejor, eso la retrasó y la lastimó enormemente. Jaló a un hombre y le arrancó la cabeza de un mordisco, luego a otro le abrió la barriga con sus garras de marfil. Debo admitir que aún en ese momento Tasev peleaba sin mostrar temor o arrepentimiento, le maldecía y le provocaba.

Justo cuando quedábamos él y yo nada más, recargados contra la puerta destrozada y apenas con una lanza en las manos, llegó Erfinos y de un grito heroico arrojó un barril de vino en la cabeza del equino, hasta ese momento me di cuenta cuan corpulento y fuerte era Erfinos en realidad.
La dromedario volteó enardecida y mordió las piernas del tabernero rompiéndolas cómo leños podridos. Pero comprendí el plan del tabernero, corrimos y clavamos la lanza tan hondo cómo pudimos, ¡En vano! Gritó, se sacudió un par de veces y la lanza se partió, más me dio tiempo y me arrojé al punto más ciego de la bestia en búsqueda de una lámpara, y ya sea por su mala posición o por la pérdida de sangre, pero la bestia no me alcanzó. Tomé la lámpara y la estrellé en su lomo sin pensar en las consecuencias. El licor se encendió y la bestia bramó en cólera, su piel y su rostro se deshacían mientras aún buscaba agredir a Tasev. No le importaba la sangre, el fuego ni el dolor, quería matarnos, ¡Quería matarnos a todos!
No obstante al final retrocedió, tal vez para recobrar fuerzas, tal vez por sentir la muerte cercana, pero cómo pudo se incorporó y brincó por encima de nosotros, buscando el mar. Ciega, herida y adolorida, caminaba tambaleándose, arrastrando tras de sí una estela de fuego que pronto se propagó por todo el navío. Se recargó en el mástil, incendiando las velas, y cayó a la mar, moribunda.
Amesh quitó entre llantos los escombros del cuerpo de Enid, su bien amada, quien sorprendentemente seguía viva, pero no podía caminar. Otros dos tripulantes y yo ayudamos a Erfinos a escapar del fuego y entablillamos sus piernas, pero no hicimos nada más por apagar el fuego. Ya no teníamos mástil ni tripulación, la bestia estaba muerta, pero todos lo estábamos realmente.
Apenas podíamos mantenernos en pie por la batalla, pero Amesh fue a dónde Tasev descansaba y le atacó "¡Te lo dije! ¡Se los dije a todos pero no me oyeron! ¡Te dije que no mataras a la cría! ¡Son todos unos salvajes y asesinos! ¡Y tú eres el peor de todos, necio ignorante!" Dijo señalando a Tasev, a quien parecía importarle poco la reprimenda moral. Pero en cambio a mi me encendió la rabia cómo el fuego, estaba harto de Amesh y sus sermones baratos. ¡Estaba harto de que se sintiera mejor que todos nosotros!
"¿Y tú qué Amesh? ¿Y tú qué?" le dije y me levanté de mi lugar, haciéndolo retroceder a empujones "¿No compraste a la bestia por demostrar osadía? ¿No delegaste tu turno al mástil a un pobre infeliz porque tenías frio? ¿No te escondiste detrás de nuestras espadas esta noche, buscando la salvación?" Él trató de replicar pero le solté una bofetada que lo derribó al suelo y continué gritándole "¡No te atrevas a hablar!" le dije "¡No estuviste ahí cuando la chica iba a ser violada por ese cerdo, ni cuando la tripulación necesitó de tu liderazgo, ni aún ahora que Enid iba a morir sacaste una pizca de hombría! ¡Estamos en un viaje que disfrazas cómo sueños de gloria y conquista, pero yo te conozco Amesh, la verdad es que no puedes soportar la envidia a la buena fortuna de tu hermano, nunca pudiste superar el hecho de que él fuera elegido y no tú! ¡Todos moriremos por la obsesión y el capricho de un niño cobarde!" Le dije. A Amesh le temblaron los labios, se humedecieron sus ojos y nos miramos un eterno instante, supe que ese era el fin, nuestra amistad había terminado. Di media vuelta y fui a buscar vendajes para los heridos. Amesh fue a la proa a esconder su gran vergüenza, a llorar en silencio.

11

Dejamos de medir el tiempo y vigilar el horizonte. Tasev se bebía el último barril de licor cómo si quisiera ahogarse en vino, nos veía a todos cómo obstáculos, culpables de su actual desgracia. Todos en el barco habíamos formado vínculos con alguien, una amistad, un romance, menos él, y dudo que lo hubiera hecho nunca en ninguna parte. En cierta forma era menos humano que la bestia que habíamos matado.
Aunque ya no remábamos, el barco se desplazaba por una extraña corriente oceánica que se adentraba en el continente perdido, suponíamos que en cualquier momento encallaríamos y tendríamos una muerte lenta e infame. El silbar del viento y el crujir de las maderas pronto fue lo único que se escuchaba en el barco, los últimos dos tripulantes murieron por las heridas de la batalla. Sólo quedábamos, Enid, Erfinos, Tasev, Amesh y yo…
El mercenario llevaba muchas horas abajo bebiendo. Erfinos reposaba, sus piernas necesitaban atención médica con urgencia, estaban hinchadas y amoratadas, lo más probable era que no despertara ya.
Vino Amesh ansioso para mostrarme algo, caminé con él y miré hacia el agua; Había peces y otras criaturas que brillaban en la oscuridad, nadando en la misma dirección que el barco. Amesh me dijo que habían venido a concluir su ciclo vital después de un larguísimo viaje desde nuestras tierras, pero que lo más importante de todo, era que aquella especie desovaba cerca de la costa. Le dije que no me molestara con tonterías, ahí no había ninguna costa y me regresé al camarote dónde hacía menos frío. Hacía mucho que había perdido la esperanza.
Pasaron algunas horas más hasta que vino Amesh de nuevo a molestarme, le dije que si era otra tontería le arrojaría por la borda por impertinente, pero ignorando mis necedades me empujó hasta la proa y me mostró lo que veía: Estaba escondida entre los glaciares, iluminada por todas las especies luminiscentes que ahí convergían, una cueva entre los abismos. Las olas nos empujaban ahí, era cuestión de horas para que entrásemos.
Corrí a los interiores del barco para contar las buenas nuevas a Tasev, pero aquel hombre ya había perdido noción de sí, me miró con sus ojos vidriosos y después me ignoró perdido en sus cavilaciones idiotas. Luego Amesh gritó y subí de nuevo para ver que sucedía, él señaló el arrecife que rodeaba la cueva, había decenas de barcos varados y otros hundidos, navíos Aessinos, Dzarkhenios, Erenios y de otras banderas de épocas y culturas que superan mi conocimiento de geografía e historia. El desasosiego se apoderó de nosotros, este no era un hallazgo de esperanza, sino un cementerio de naufragios. Otros ilusos habían venido en búsqueda de riqueza o conocimiento y habían muerto en aquel lugar, la tierra de los Dhazir jamás había existido.
El barco pasó entre aquellos monumentos de muerte y se adentró lentamente en la caverna, lo que quedaba del mástil chocó con el techo, crujió y cayó al océano, dejándonos a merced de la marea. Sin duda la cueva era un fenómeno temporal en esa región ártica, horadada por el magma de un volcán subterráneo o por el violento flujo del agua en aquella época del año, en algún momento terminaría inundándose de nuevo y congelándose, sellando la entrada, hasta el siguiente año. ¿Los Dhazir habían descubierto este fenómeno y lo habían aprovechado para esconder su guarida? Me hizo pensar que tal vez los barcos de la entrada siguieron mapas semejantes al nuestro, surcaron el mar en búsqueda de este sitio y lo encontraron, pero llegaron en mala temporada. No fueron invitados.
El camino serpenteó y la entrada desapareció de nuestra vista, el viento aullaba. Y Amesh, aunque maltrecho y débil, se puso a hablarme cómo antes de todo esto: de los microorganismos, las bacterias y animales de sus libros. Era un alma noble la de él, siempre me vio cómo un amigo sin importar cuanto lo lastimara. Me recargué en la barandilla y lo escuché, por primera vez sin aburrirme, sin juzgar su extrañeza.
No fue sino hasta que el pasaje comenzó a hacerse más estrecho que nos dimos cuenta que había criaturas en el hielo; dragones, crustáceos, antílopes y otras especies, unas maravillosas y otras terribles, congeladas para siempre en aquellos muros. Especies de todas las edades que tuvieron su momento y apenas dejaron evidencia de su paso por la tierra. Mientras las observaba me preguntaba cuál fue el cataclismo que terminó tan abruptamente con su legado, preguntándome si algún día los hombres ocuparíamos un lugar en aquella galería de hielo perpetuo. Y después de varias horas de observar y pensar en todas esas maravillas, di una palmada en la espalda de Amesh y me fui a dormir, pues era imposible saber dónde terminaba la gruta.
Sentado aquí, lejos de aquellos pesares, me parece increíble que haya vivido tales cosas inverosímiles. Aún con mi brutal venganza, aún con toda la sangre y muerte que vimos, esta historia pudo haber sido motivo de gran orgullo ante tus ojos, pero no con lo que ocurrió después…
No sé cuánto tiempo soñé pero pasaron muchas horas a juzgar por mi entumecimiento, Amesh dormitaba en el suelo, cuidando de Enid. Fue entonces que el barco se sacudió y yo caí a cubierta sin poder evitarlo, habíamos chocado con algo bajo la superficie. Corrí a la barandilla y noté varios maderos despedazados, una roca había golpeado el casco ¡Nos hundíamos!

Bajé con angustia hasta la bodega que ya estaba en esos pocos segundos hasta mis rodillas inhundada, se escuchaba en el fondo el furioso rugir del agua rompiendo el casco. “¡La tierra de los Dhazir!” Gritó Amesh desde arriba, me llamó un par de veces y subí para bofetearlo por hablar de esas idioteces en una situación como esa, pero al subir me di cuenta que tenía razón, la habíamos encontrado después de todo: Al final de la gruta, en medio de un gigantesco lago subterráneo, una pequeña costa de arena negra y una escalera de roca caliza eran iluminadas desde un agujero que permitía pasar la luz de las lunas, tal como lo indicaba el pergamino del brujo.
Pero no nos quedaba tiempo, no éramos los suficientes para remar hasta la orilla y el barco se hundiría en el fondo de aquel abismo irremediablemente. Teníamos que saltar. Amesh fue por Enid, el barco escupía borbotones de agua y se inclinaba más a cada momento. Amesh me señaló el punto de reunión, y entonces fue que me tomó del brazo, “Trae a Erfinos, no lo olvides” me dijo y yo asentí. Él sonrió y saltó por la borda.
Bajé tan rápido cómo pude hasta la bodega para hacer lo que me dijo Amesh, pero no tomé en cuenta que Tasev continuaba desvariando por la bebida. Me volví loco de rabia, grité y abofeteé a Tasev por su estupidez "¡Despierta maldito gordo!" pero mis desesperados intentos sólo le provocaban risa. Tenía que dejarlo, él se lo había buscado. Me acerqué a la camilla del tabernero, estaba muy grave, sus piernas hinchadas y completamente ajeno del mundo, en coma. Pero si recibía tratamiento y cuidados tal vez tenía esperanza.
Salté con un cuerpo a cuestas y nadé hasta la orilla, luchando contra el dolor del agua helada, ahí estaba Amesh esperándonos ya. El hombre flotaba boca abajo, Amesh lo giró presuroso para ayudarlo a respirar y entonces emitió un grito tan escalofriante que me caló los huesos, pues no era el tabernero, sino el mercenario a quien yo había rescatado. Corrió hasta dónde pudo y vio al barco desaparecer en las oscuras aguas del abismo. Luego regresó con Enid y lloró sobre su pecho, lloró largamente.
Arrastré al ebrio Tasev hasta una pared y me dispuse a encontrar algo que nos ayudase a sobrevivir, e increíblemente lo encontré todo, había cofres, barriles y herramientas por todo el lugar, no cabía duda que ese había sido un pequeño muelle mucho tiempo atrás, o tal vez aún lo era cada cierto tiempo indefinido. En el suelo estaban regadas monedas de oro y joyas cómo en el cuento de hadas más infantil, y en los cofres encontré pepitas y escamas de oro azul, aún mucho más puras y brillantes que las que nos legó el anciano. Sin duda era este un soborno a los intrusos, el último recurso de los Dhazir para evitar ser molestados en sus asuntos. Ahora me pregunto qué cosa más preciada que el oro azul escondían en su reino, para cederlo con tal ligereza. Pero nada de eso importaba en ese momento en que hubiera dado toda esa riqueza por un pedazo de pan rancio y un vaso de leche. Tardé en encontrar madera e improvisar una fogata, esperaríamos a que el mercenario se desintoxicara y buscaríamos la salida. Amesh me miraba con ojos volcánicos.
"¿Que se supone que debía hacer eh? El tabernero estaba cerca de morir de cualquier modo" le dije a Amesh después de las horas, esperando creer en mis propias palabras. Esperando aliviar mi culpa.
"¿Por qué lo salvaste a él?" me recriminó "¿Cómo pudiste?” Me dijo y no respondí.
Pasó tiempo para que el mercenario volviera en sí, preparamos las cosas, recolectamos las reliquias de mayor valor en nuestros bolsillos e improvisamos un par de antorchas. Si sobrevivíamos al viaje de regreso seríamos ricos y célebres. Amesh tomó en sus brazos a Enid, quien llevaba dormida más tiempo del que se podía ser optimista, y con sus débiles fuerzas la intentó llevar.
Subimos las largas escaleras hasta el umbral del exterior, para ese momento Amesh ya estaba extenuado. “Tienes que dejar a esa niña o morirán los dos” Le dijo Tasev pero él no respondió. Cayó de rodillas y la abrazó cómo si fuéramos a quitársela. “¡Es una locura!” gritó el mercenario “No los esperaré, si se rezagan los dejaré atrás, tienes que decírselo” Me dijo, le pedí que esperara un momento y me arrodillé para hablar con Amesh:

"¿Cuándo lo vas a entender Amesh?" le dije "Este no es un cuento de hadas, si hubiera salvado a Erfinos no tendríamos un guía para volver a casa, hubiéramos muerto todos en nombre de un falso ideal. Amesh, nunca suceden las cosas cómo deberían ser. Ríndete ya, déjala dormir, que viva uno de los dos… nadie te culpará, hiciste lo que pudiste. Sólo somos humanos Amesh." Le dije. Él la tomó en sus brazos con un renovado brío y se levantó.

“Yo creo…” titubeó él, dos gotas temblaron en el borde de sus ojos y decayeron a lo largo de sus mejillas. Me miró, de nuevo con esa mirada que había visto tantas veces en él, esa que me incomodaba tanto. Pero había algo distinto esta vez en su voz, lo intuí de súbito, como si Amesh se despidiera de mi, desentendiendose de todo cuanto conocía, dispuesto a emprender por primera vez, realmente, una vida nueva. Su corazón había sido quebrado.
“Creo que ya no quiero ser así.” Y desapareció caminando entre la tormenta, yo grité su nombre varios minutos, pero no hubo respuesta, jamás lo volvimos a ver.
La tinta del frasco casi se ha secado, pero creo que sería necio buscar otro tintero y continuar esta historia de vergüenza y traición, ya sabes lo suficiente. Me gustaría decirte que lo esperé varios días, que intenté seguirlo, pero sería mentira, la comida era escasa y el camino largo. Después de muchas horas caminando sobre el glaciar, nos dimos cuenta de la última de las revelaciones de Amesh, amanecía.
La noche eterna era un mito cómo él había dicho. Y me di cuenta de cuán equivocado había estado, en todo.
Tasev y yo tardamos quince años en encontrar un camino a tierras civilizadas, a través de los hielos, la montaña y el bosque, sobrevivimos cazando animales y recolectando frutos, convivimos durante años pero jamás nos volvimos amigos. Ambos repartimos el botín que recolectamos en la cueva e hicimos grandes vidas de prestigio, placer y excesos, pero jamás nos volvimos a encontrar.
¿Por qué Amesh se marchó en un viaje suicida cuando teníamos todo para regresar a casa, a formar su nueva vida, la que él tanto deseaba? Pudo ser el noble que no tenía esclavos, el hombre justo de una sola esposa que la trataba como una igual, y el hombre de ciencia enamorado de sus libros. ¿Por qué lo abandonó todo, cuando no tenía sentido?
La respuesta ahora es sencilla, hasta yo la entiendo. An-Amesh prefería seguir en la búsqueda de la planta Alymides y de su hermano, aunque fuera una odisea sin sentido, que regresar a los palacios opulentos y la vida cómoda después de salvar al mercenario. Para él, como para mí, como para cualquiera, salvar a quien te conviene en lugar de salvar a quien lo merece, es un acto patético, de cobardía imperdonable.
La diferencia es que la mayoría de nosotros podemos vivir con vergüenza, él no pudo más.
He narrado esta historia a mi consejero de la corte, sobre mi deseo de contarte todo. Dice que no tiene sentido, que a nadie beneficia el hecho de revelar una verdad sepultada, que solo dolor y pena traeré a nuestra familia cuando sepan el monstruo sin alma que soy.
Quizá eso es lo más tentador de todo, querida mía, destruir mi imagen frente a ti, que sepas cuán despreciable soy y cuánto de tu amor desmerezco, pues ya no lo resisto mas, siento desfallecer cada vez que miro a tus ojos, imaginando que pensarías de mí si lo supieras, preguntándome cada noche, ¿Por qué la vida me ha tratado tan bien durante tantos años? ¿Dónde están los dioses, dónde el castigo?
Quiero que me odies, porque eso me lastima como fuego, que no sientas compasión por mí, que no la merezco.
Así que hoy, cuando despiertes, ya no estaré aquí, lo siento de corazón. He decidido hacer algo extraordinario por ti, aunque no lo creas. Quiero hacer algo sin sentido, como mi amigo An-Amesh, “el demente”. Quiero hacer algo que no me beneficié en lo absoluto. Partiré de nuevo a las tierras de la noche eterna para buscarlo, ya está todo listo, quizá esta vez no sea sólo oscuridad y hielo lo que hallaré en mi camino.
Quizá esta vez me encuentre con él, en su mundo dónde los héroes existen y las leyendas se vuelven realidad.

Texto agregado el 15-07-2024, y leído por 100 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
16-07-2024 Me parece muy bien el ritmo narrativo/ Siento que no se desarrollan bien varios personajes como el científico del inicio, la mujer que rescatan o el propio Tasev/ El protagonista no sólo presencia la masacre de su familia y la muerte del bebé, sino que él mismo destaza vivos a los esclavos asesinos; ¿en verdad puede estar pensando en volverse rico y célebre al hallar el tesoro?/ No se entiende que al final pase 15 años con el tipo que no era ni su amigo. Gatocteles
 
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