Es viernes de tarde y la salida de su trabajo coincide con el momento más álgido de la tormenta. Ordena su escritorio, se acomoda el abrigo y pulsa el botón del ascensor. No hay planes para hoy, como suele ocurrir desde hace meses. Lo único que la espera es la soledad de su habitación.

En la calle, un azote de viento y lluvia; gente corriendo y paraguas suspendidos le dan la bienvenida. «La autopista de seguro estará insoportable», reflexiona. Se detiene, respira profundo y una bocanada de vapor escapa de su boca, se cubre con la bufanda y luego mira alrededor. Las luces parpadeantes de la cartelera del cine le lanzan una atractiva invitación; sí, es una buena idea esperar allí hasta que pase la tormenta.

Paga su ticket, pero al recibir su cambio una inquieta moneda se resbala entre el cuero de sus guantes hasta caer al piso. La sigue con la mirada y la sorprenden unos zapatos que con agilidad detienen su curso, observa su cabellera húmeda cayendo sobre un rostro pálido que sonríe mientras la recoge y se la extiende. Él tuvo la misma idea.

Se miran en silencio, con esa mirada que reconoce a un amante de otras vidas, luego caminan hacia una sala de cine fría y con sus butacas totalmente vacías. Se sientan uno al lado del otro y vuelven a mirarse. Junto al inicio de la película comienza para ellos una nueva historia.


M.D