En una noche silenciosa, en la tranquilidad de su hogar, Manuel se encontraba solo en su sala. Cansado de la rutina diaria, decidió sentarse frente a la ventana y comenzar a hablar en voz alta, esperando que alguien le escuchara. Para su sorpresa, la habitación se llenó de una cálida luz dorada y una presencia divina se hizo sentir.
—Hola, Manuel —una voz suave resonó en su mente— ¿en qué puedo ayudarte?
Sorprendido y emocionado, Manuel comenzó a contar sus preocupaciones, sueños y deseos al ser que lo escuchaba atentamente. Durante horas, se sumergieron en profundas conversaciones sobre la vida, el amor, el propósito y la existencia misma.
A medida que las horas pasaban, Manuel sentía una paz indescriptible invadiendo su ser, como si todas sus cargas hubieran sido levantadas por aquella presencia amorosa. Le brindaba consuelo, sabiduría y claridad en cada palabra que pronunciaba.
Finalmente, al amanecer, Manuel se dio cuenta de que la conversación había llegado a su fin. Con lágrimas en los ojos y el corazón rebosante de gratitud, se despidió, sabiendo que siempre estaría ahí para escucharlo.
La experiencia de aquella noche marcó para siempre la vida de Manuel, quien aprendió que, a veces, las respuestas a nuestras preguntas más profundas pueden encontrarse en los lugares y momentos más inesperados. |