El Vagón del Destino
Aquella noche, me encontraba solo en el vagón de metro. Las luces parpadeaban como si supieran que algo extraordinario estaba a punto de suceder.
No era yo mismo; de alguna manera, había asumido la identidad de uno de los cinco pasajeros.
El anciano de cabellos plateados entró primero. Sus ojos cansados parecían atravesar el tiempo. Llevaba un bastón gastado y una maleta llena de secretos. A su lado, una joven de aspecto frágil sonreía con tristeza. Sus ojos brillaban con la esperanza de un futuro mejor.
El hombre de negocios, con su traje impecable y mirada calculadora, se aferraba a un maletín lleno de ambiciones y planes. La mujer enigmática, de unos cuarenta años, tenía una expresión misteriosa. Nadie sabía de dónde venía ni hacia dónde se dirigía.
Y luego estaba yo, atrapado entre estas almas errantes. Mis pensamientos se mezclaban con los de los demás, y mis recuerdos se desvanecían como humo en la bruma de la estación.
El vagón avanzó por túneles interminables, y cada parada parecía un portal hacia otro mundo. La anciana desapareció en una estación abandonada, dejando solo su bastón y un eco de risas melancólicas. La joven saltó del tren en busca de un amor perdido, y su silueta se desvaneció en la oscuridad.
La mujer enigmática me miró con ojos profundos y me tendió la mano. “Ven conmigo”, dijo. “Hay un destino que debemos enfrentar juntos”. Y así, salté al abismo con ella, dejando atrás mi antigua vida y mis antiguos miedos.
Cuando desperté, estaba en mi cama, junto a mi esposa dormida. La habitación estaba bañada por la luz de la luna, y el silencio era abrumador. Sabía que algo había cambiado en mí, que había cruzado una línea invisible hacia lo desconocido.
La línea entre los sueños y la realidad se desvanecía. En el cuerpo de otro, observé a la señora caminar hacia los rieles del metro. Su figura se recortaba contra la luz tenue, y su destino estaba sellado. Vi su caída, sentí el impacto, pero no era yo quien moría. Desde la óptica de esa otra alma, presencié su último aliento.
La escena se transformó en un caos infernal. Una explosión sacudió el vagón, y el polvo llenó el aire. Las personas a mi alrededor corrían, desesperadas por escapar. Una figura subía las escaleras, pero antes de que pudiera alcanzar la superficie, una viga cayó sobre su cabeza. La muerte fue instantánea, brutal.
Un dolor punzante en el cuello me despertó. Mi corazón latía desbocado, y el sudor empapaba mi piel. Miré a mi esposa, aún dormida, y la envidié por su plácido descanso. ¿Qué extraño vínculo me unía a esas almas errantes? ¿Por qué vivía sus tragedias desde dentro?
En el umbral entre sueño y vigilia, me encontré atrapado en un laberinto de realidades superpuestas. El tercer sueño me arrastró hacia una espiral de confusión, donde las fronteras entre lo real y lo imaginario se desvanecían.
En el cuerpo de aquel que había muerto en las escaleras, presencié la caída de la anciana. Su último aliento se mezcló con mi conciencia, y su destino quedó sellado en mi memoria. La explosión retumbó en mis oídos, y el polvo llenó mis pulmones mientras ascendía corriendo hacia la superficie. Pero antes de alcanzar la libertad, una viga cayó sobre mi cabeza, y todo se volvió negro.
Desperté, o al menos eso creía. Mi esposa no estaba a mi lado, y la habitación era extraña, distorsionada. ¿Un sueño dentro de otro sueño? Las dimensiones se retorcían, y mi mente luchaba por comprender. ¿Era esto la realidad o una ilusión más profunda?
El mundo ya no era tridimensional. Las coordenadas se reducían a dos ejes, y las sombras danzaban en formas imposibles. ¿Qué secretos guardaba este abismo de las dimensiones? ¿Acaso yo mismo era un viajero atrapado entre sus capas?
La cama ajena me envolvía, y la ausencia de mi esposa pesaba en mi pecho. ¿Había cruzado un umbral prohibido? ¿O simplemente había perdido el rumbo en el laberinto de mis propios pensamientos?
Quizás, en ese espacio entre dos dimensiones, se ocultaba la clave para despertar de este sueño dentro de un sueño. O tal vez, solo tal vez, estaba destinado a vagar por siempre en esta paradoja de la mente.
La luz me envolvía, y las voces en italiano danzaban en el aire. Mi mente se debatía entre la confusión y la certeza. ¿Era este otro sueño, otra dimensión o simplemente una ilusión más profunda?
Comprendí las palabras en italiano, como si mi alma hubiera sido tejida con hilos de ese idioma ancestral. La voz me susurró verdades ocultas: “Esta es tu vida”. Pero mi existencia parecía tan trivial, una serie de eventos al azar sin propósito definido.
La voz continuó, argumentando que la vida carecía de sentido, que solo debíamos vivirla, disfrutar sus placeres efímeros. Sin embargo, yo no estaba convencido. ¿Acaso no había más? ¿No había un propósito más allá de la mera experiencia sensorial?
El aire se volvió denso, y comprendí que moriría. Las lágrimas amenazaron mis ojos. No quería partir sin respuestas. Pero, una vez más, la oscuridad me envolvió.
Desperté junto a mi esposa, la realidad tridimensional retomando su forma. Pero aquel sueño absurdo persistía. ¿Era un mensaje cifrado, una advertencia o simplemente la travesía de un alma errante?
Desde entonces, observo la luz y escucho las voces. ¿Quiénes somos realmente en ese abismo de las dimensiones? Quizás, algún día, descubra la verdad detrás de mis sueños y encuentre mi propósito en esta danza eterna entre la vigilia y el sueño.
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