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-Tito era el fulano que quería casarse conmigo. No me acuerdo qué hacía. No era peón ni capataz. Hacía algo importante. Papá le tenía respeto. Trabajaba acá en el campo –explicó Vero.
-No queremos entrevero de clases sociales -sentenció Hugo.
-No seas bobo, no va por ahí.
-¿Entonces qué pasó? No recuerdo esa historia.
-El Tito me miraba cada vez que pasaba cerca. Si me iba a subir a un caballo venía corriendo para sostenerme la silla.
-¿Te metió mano alguna vez?
-No, pero se tomaba su tiempo en el contacto físico. El Tito olisqueó cuando me desarrollé y fue directo a hablar con papá.

-Mire Don Alberto -le dijo, con la mirada baja, el pañuelo bien armado y la boina en la mano-, me quiero casar con su hija.

Papá lo miró sin pestañear. No se lo tomó de ninguna forma especial. Le dijo al Tito que volviera mañana, porque él tenía que hablar conmigo. El Corcho, aquel perro marrón veteado que siempre estaba en la vuelta, se acercó a ladrarle al Tito. Por alguna razón no lo soportaba en su perímetro visual.

-¿El Tito le habrá pegado al Corcho? –preguntó aquel día mi madre.
-No que nosotros sepamos.
-¿Alguna vez el Corcho mordió al Tito?
-No.
-Si el Tito le hubiera pegado, el Corcho ya lo habría mordido. El dueño del perro es tu padre y estando tu padre en la vuelta, el Corcho seguro lo mordía. Cosa de perros.

-Mirá, Vero, el Tito dice que quiere casarse contigo -me dijo, mientras íbamos camino de la tranquera a buscar el pedido del almacén del pueblo.
Me paré en seco. Lo miré de arriba abajo y con cara de espanto le pregunté: ¡por Dios! ¿Qué le contestaste?
-Que tenía que hablar contigo, es una cuestión muy seria. ¿Querés casarte con el Tito?
Mi padre es un auténtico caballero. Un hombre muy antiguo formado con el máximo respeto por las mujeres. Es como todo lo de buena calidad, no pasa nunca de moda. Si tenía que manejar con mano de hierro a peones rebeldes, lo hacía. Pero el trato a las mujeres era sagrado.
Esa vez Papá me mostró la profundidad de su respeto. Entendió que una cosa así era decisión mía. No de él. Lo abracé y le agradecí.

-El Tito no es para mí.
-¿No estarás despreciando a un buen hombre porque es un trabajador?
-No, papá. ¡No me gusta el Tito!

Al otro día mi padre habló con el Tito. Le explicó que yo no quería casarme con él. La cuestión quedó zanjada.
Un tiempo después mi padre estaba al frente de la casa, ahí por el aljibe, limpiando un cuero de oveja, cuando escuchó al Corcho ladrando como desquiciado. También oyó algunos cacareos fuertes.

-¡Está nervioso ese perro! Ladra fulero.

Recorrió varios metros rumbo al fondo de la casa. Iba apurado, seguro de que algún animal estaría atacando a las gallinas. Pasó por las cuerdas de colgar la ropa y ahí vio al Tito. Estaba oliendo mi ropa interior colgada de la cuerda. A pocos metros el Corcho ladraba sin parar. Tito quiso escaparse. Mi padre lo llamó con voz firme y el Tito obedeció.

-Mire compadre -empezó mi padre-, esto que está haciendo no es de hombres. Tiene que respetar la voluntad de la mujer. Sí empezamos así, el día que yo no esté, usted va y se monta a mi hija.
-¡No, Don Alberto, no! ¡Nunca haría una cosa así!
-Pero no está respetando a la dueña de esa ropa, ni a mí. Esta es mi casa, es mi campo, es mi hija de la que hablamos. No quiero verlo más, quiero que se vaya. Pase más tarde que le hago la liquidación.

Cuando mi padre calculó que era la hora en que vendría el Tito, me mandó para arriba. No bajes. No quiero que veas al Tito.
-¿Qué pasó? -le pregunté asustada.
-Después te explico.

El Tito era una sombra cuando entró en casa. Había perdido la imagen en la cuerda de la ropa. El que entró era pura silueta. Parecía una caricatura sin relleno.

-Acá tiene la liquidación. Le voy a dar un poco más de dinero para que pueda manejarse. No quiero que le vaya mal. Allá en la quebrada están tomando gente…
-…disculpe, Don Alberto, no estaba pensado…
-Vaya tranquilo, no quiero perjudicarlo.

Mi madre escuchó toda la conversación desde la cocina. Entró como estampida cuando salió el Tito y le exigió a mi padre que le explicara qué había pasado.
Mi padre me llamó. También llamó a Federico que estaba en el taller.
Nos explicó a los tres lo que había pasado.

-¡Pero qué pedazo de infeliz! –gritó Federico, parándose y rumbeando para la puerta.
-¡Quieto ahí! –le gritó mi padre.

Federico se dio vuelta y enfrentó a mi padre. ¡Es un anormal, lo voy a reventar!
-¡Sentate! No le hizo nada a tu hermana. Tuvo un mal momento, dejalo en paz.

Mamá me abrazó. Mi hija tan bonita, que los vuelve locos a estos varoncitos.
Estiré el brazo y apreté la mano de Federico, agradeciéndole. Estaba siendo muy valiente, tratando de defender a su hermana en un ataque de machismo exacerbado.

Al Corcho tuvieron que sacrificarlo, lo pisó una zorra cargada de carneros y le quebró la columna. Lo trajeron en brazos. Ni se quejaba, pobre bicho. Papá se llevó un peón al descampado, pasando los tacuruses. Le hizo cavar un hoyo profundo y sacrificó al Corcho. Lo enterró bien abajo, para que ninguna alimaña le interrumpa el sueño.

-Federico, ¿te acordás del Tito?
-Muy poco, tengo una idea pero no muy clara. Pasaron como treinta años. ¡Me acordaría si le hubiera dado una paliza!
-Menos mal que papá no te dejó. Eras un guacho. Si lo enfrentabas al Tito te cuereaba.
-¿Y yo dónde estaba? –preguntó Hugo.
-Escondido en algún galpón, sacudiéndotela –contestó Federico.
-Muy gracioso... El tal Tito era bien bobeta. Si la ropa estaba colgada en la cuerda, entonces tenía olor a jabón y no a Vero. ¡Hay que ser abombado!

Texto agregado el 12-07-2024, y leído por 263 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
21-08-2024 Me gustó el cuento...La actitud del padre no deja de sorprender. De una caballerosidad increíble no muy propia de hombres de esos lugares . El hermano protector. No sé que pretendía el Tito oliendo lo que no debía... Típico de los perros que están cuando presienten algo. .Bueno perfecto,me encantó ***** Un abrazo Victoria 6236013
13-07-2024 Me gustó. Primero pensé por qué escribirlo así porque se me hizo medio raro, pero al final me convenció. Ese “aquél perro” es horrendo. Aunque se usara esa tilde ahora estaría mal porque “aquel” no es sustantivo. Fijate que en “aquel día” no la pusiste. Yo igual lo banco a Tito por más que estuviera lavada la bombacha, no sé, fetiches son fetiches. guy
 
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