Reescritura I
::: LA MOSCA OMAFI :::
CANAL 7: A continuación, en Canal Siete, Documental: “La mosca del pacto”.
DOCUMENTAL: Música de introducción y cortinilla
(Voz en off): En las profundidades de la selva amazónica, se sitúa la tribu de los Azokúmm. Es alrededor de las aldeas de esta tribu donde vive “Omafi”. O, dicho en español: “La mosca del Pacto”.
Naba YorïFï es el sabio de la tribu y el único que lleva en su nombre la palabra “pacto” (Fï). Cuando muera, heredará su calidad de sabio a su hijo mayor, así como la designación conmemorativa, “Fï”, tal como su padre Aba YomiFï se la heredó a él.
Naba Yorï -Fï: Abalya dä cujj i sott ii kojjac kumm / Es una “tradición” que nos fue heredada de los antepasados de nuestra tribu.
Este insecto tiene un comportamiento muy específico: Una mosca llega puntual a cada lugar en la tribu donde se han servido alimentos. Se trata de una de las espías del grupo. Estas recorren las aldeas en busca de los olores que más les agradan: canela, cardamomo y anís. Cuando una de ellas ha decidido en qué lugar pueden comer sus hermanas, regresa y da las coordenadas haciendo un baile que las demás descifran para saber a dónde dirigirse.
El pacto que se tiene con las Omafis es un pacto de tregua: no pueden atacarse, humanos y moscas. Mientras los Azokúmm no maten a ninguna mosca, ellas respetarán sus cuerpos… y sus espíritus.
Cuando un forastero llega a una de sus aldeas, los Azokúmm se esfuerzan por comunicarle los detalles del pacto que hay entre las moscas y los humanos. En este caso, cada integrante de nuestro equipo de producción es un forastero. Naba YorïFï les explica: Abalya yü sutt Dakar Omafi tekk, ikka düj… / El pacto que hemos hecho con estos insectos voladores de la zona es de no tocarlos sino respetarlos en su vuelo. En el pasado, se ha tomado esta forma de convivencia para la paz de Hazkk ets (toda esta gran zona).
CANAL 7, PATROCINADORES:
—Ay, Manuel, no cerraste la puerta y ya se metieron.
—No te preocupes, mi amor, traje FlylesSpeed…
Estribillo:
“Fláiles pid, fláiles pid
y las moscas no entrán aquí…”
FlylesSpeed. El aniquilador de pestes.
Reescritura II
::: REVELACIONES :::
Abayomi gritó que me detuviera y obedecí desconcertado. Me quitó el trapo con el que pretendía matar una pequeña mosca que se había posado en mi pierna y lo guardó en su bolsillo. La mosca voló en círculos sobre mí y salió por la ventana después de algunos segundos. Abayomi comprendió mi confusión de foráneo y antes de que le preguntara sobre lo que acababa de suceder, dijo que no iba a explicármelo, sino que me mostraría de lo que me había salvado de forma que nunca más querría deshacerme de una de ellas, de una omafi. Retiró la mesa del centro de la habitación e hizo una señal para indicar que me sentara en el piso. Aprendí el lenguaje de sus gestos siendo su huésped y a pesar de que confiaba en mí y de que me permitía convivir con los miembros de su tribu, no me dejaba participar de sus ceremonias porque aseguraba que yo no estaba listo. La idea de que se me involucrara en un rito guiado por el anciano me llenaba de emoción, no dudé en seguir sus indicaciones. Sacó una botella del armario y vació su contenido en dos pocillos de madera. Me explicó que era savia de canchía y que era necesario que la tomara, que no dejara ni una gota. La bebida era de consistencia viscosa, típica de la savia de las suculentas, por lo que la resequedad que dejó en mi lengua me sorprendió, así como su aroma a especias y semillas. Cuando ambos terminamos de beber, Abayomi se sentó frente a mí, tomó mis manos y apoyó su cabeza en la mía. Me pidió que cerrara los ojos. Así lo hice. Poco a poco el olor de la canchía fue cambiando por el de carne podrida. La intensidad del olor fue aumentando hasta volverse insoportable. Intenté abrir los ojos pero no pude, no pude separar los párpados. Tampoco pude moverme. A continuación escuché el zumbido. Así como sucedió con el hedor, el zumbido fue haciéndose cada vez más fuerte hasta que no pude escuchar otra cosa. Intenté gritar para avisarle a Abayomi pero mis labios estaban pegados, sellados por completo al igual que mis ojos. Como si se tratara de gotas de lluvia, entre el zumbido escuché un grito, otro, tres, diez, cientos de gritos, llantos, aullidos. Hombres, mujeres, niños, animales, todos se lamentaban con alaridos desesperados. Mi angustia era tanta que empecé a sollozar y las pocas lágrimas que logré derramar mojaron mi pecho. Entonces tuve la visión. Ante mí se levantaban pilas de cuerpos, tanto de personas como de animales. Millares de omafis revoloteaban sobre ellos. Los sobrevivientes lloraban desde sus escondites. Ahí me di cuenta de que yo era un cadáver. Sentía gusanos perforando mi carne putrefacta, abriéndose paso por cada músculo, deslizándose sobre los cartílagos. Mientras experimentaba la pesadilla de ser conciente de mi descomposición, un jovencito se asomó entre los arbustos. Llevaba un traje hecho de hojas grandes y gruesas. Hojas de canchía. Era Abayomi con unos trece o catorce años apenas. Observé cómo levantaba las hojas de su traje para sentarse en el suelo. Suplicó por misericordia en su dialecto. La nube de moscas se concentró sobre su cabeza y de manera gradual se dispersó para formar un círculo perfecto a su alrededor. Una se posó en su frente y Abayomi dejó caer sobre ella una pizca de polvo, anís. Otra pizca, canela. Una pizca más, cardamomo. El olor de los cadáveres descomponiéndose comenzó a disiparse y fue reemplazado por olores de especias y frutas. Abayomi se puso de pie y exclamó en voz alta: Somos un remanente de sangre y agua, chispas apenas del fuego encendido en el principio. Pero volveremos a habitar esta selva. Volveremos en hermandad con ustedes, omafis azules. Y las llamo hermanas porque nosotros también nos arrastramos, hasta que nos crecen las alas invisibles que nos llevan a través del tiempo. Hermanas, como todos los seres aceptamos la muerte que designen los cielos, mas ésta no llegará a ustedes a través de nuestra mano ni nos destruirá a nosotros a través de su veneno. Así juramos. Que este pacto se rompa solo si una omafi muere entre nuestros dedos o si la ponzoña vuelve a llenar el vientre de uno de nuestros hijos. Juramos cuidar que esta alianza dure mientras a cada día le siga una noche.
Mi agitación fue menguando a medida que la visión se desvanecía. Sentí que los dedos de Abayomi se soltaron de los míos y al fin pude moverme y aunque logré abrir la boca no supe qué decir.
Original:
Una mosca llega puntualmente media hora antes del desayuno, almuerzo y cena. Siempre media hora antes sin importar si se cambia o no el horario de las comidas. Ella sabe el momento exacto, no sé cómo, pero lo sabe.
Comentando ese fenómeno al más anciano de la aldea donde vivo ahora, me cuenta que en esta población hay una “mosca espía” por casa.
- ¿Una mosca espía por casa?
- ¡Sí señorita, una por casa!
Quedo curiosa con la información y me dirijo a la biblioteca del poblado. Recuerden que en la entrega anterior les dije que no había internet en esta localidad.
La biblioteca es una casa con libros viejos obsequiados por foráneos que querían deshacerse de ellos. Indago sobre las moscas y consigo todo tipo, desde las frutales hasta las que chupan y pican sean animales o humanos. Sin embargo, no hay nada sobre la espía.
Regreso a la casa donde vivo y observo que faltando media hora para servir el almuerzo, llega la mosca espía, da un recorrido por la cocina, danza alrededor del olor que despiden los alimentos que se cocinan y vuelve a salir.
Al rato, llega una colonia de moscas, ninguna entra a excepción de la espía. Luego sale y se une a las otras que danzan en la ventana de la cocina. La mosca espía vuelve a entrar y temiendo que caiga en la comida, busco un trapo y cuando estoy a punto de darle un trapazo, la nativa que hace los quehaceres de la casa grita horrorizada.
- ¡Nooooooooooooo! ¡No haga eso!
Su alarido es tan dramático que me asusto.
Busco al más anciano del pueblo y le pregunto por qué tanta tragedia con eso de matar a esos insectos.
- Entre las moscas y los humanos de esta aldea -y sólo de esta aldea – enfatiza, hay un pacto de honor. Ni ellas nos atacan ni nosotros a ellas.
Hace una pausa y explica.
- Los dípteros de este lugar pertenecen al grupo de las “Hippobosca” y son temidas por hombres y animales porque trasmiten una terrible enfermedad llamada “Nogana”.
El anciano toma un sorbo de un líquido ámbar que tiene en sus manos y prosigue con un toque de majestuosidad en su forma de hablar.
- Hace tiempo, mucho tiempo, vivíamos en otro caserío, el cual fue diezmado por este tipo de insectos. Cuando sólo quedábamos los más niños, hicimos un pacto con las moscas: les permitiríamos nutrirse con la fragancia de nuestros alimentos, a cambio de no atacarnos más. Por ello, la mosca espía llega y cuando el aroma de la comida comienza a impregnar el ambiente, ella avisa a las demás. Ninguna entra, sólo la espía quien tiene la misión de indicar a las otras dónde posarse para aspirar profundamente la esencia que las alimenta. Las moscas de esta lugar no son como el resto – dice volviendo a enfatizar en lo dicho - sus larvas se han transformado en ninfas, pero si alguna vez matamos aunque sea a una, ellas nos atacarán y se volverá a repetir la historia que le acabo de contar.
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