-Que grande estás, campeón –le decía Tito a Miguelito con un húmedo abrazo.
Amadeo, que había crecido en “ Siempre”, llevaba por primera vez a su pequeño hijo a conocer sus raíces. Y Tito, su gran amigo de infancia, había decidido celebrar la visita con un gran banquete para padre e hijo.
La parrilla estaba puesta en el jardín trasero; en “Siempre” todas las casas eran abiertas y no tenían rejas, para emular las ciudades norteamericanas.
-El alcalde ha sido muy inteligente en proyectarnos como una ciudad con potencial de desarrollo, a ver si así llamamos la atención de los gringos. Sé que a los algunos le pareció inadecuada la idea de cambiar nuestro sentido del tránsito, pero ahora que ya nos acostumbramos, nos hemos manejado de mil maravillas, conduciendo por la izquierda como los norteamericanos.
-Como los ingleses –corrigió Amadeo, guiñando con el ojo derecho a su hijo.
-¿Y no son esos acaso una sucursal de los norteamericanos?
-Más bien es al revés, pero te entiendo la idea.
-Como sea, el alcalde ha tenido mucha visión de futuro. Cuando los gringos lleguen a tomarse nuestro pueblo, se sentirán como en casa.
-Y de seguro van a cambiar el nombre del pueblo a “Always”.
-¿Y perder nuestra identidad nacional? –replicó molesto- Qué mal ejemplo le das a tu hijo, Amadeo –y dirigiéndose al pequeño, que miraba con desconcierto, prosiguió – no te preocupes, campeón. Tu vas a vivir otros tiempos. Para cuando seas grande los norteamericanos ya habrán venido a salvarnos, y vas a poder fumar cigarrillos importados y comer pan con mantequilla de maní.
Miguelito, sin entender lo que el hombre le decía, comenzaba a impacientarse. Tenía ganas de ir al baño, pero no se atrevía a abandonar la seguridad que tenía al lado de su padre. Repentinamente, del interior de la casa surgió una anciana mal vestida.
-¡Todo culpa de ese gato! – gritaba alzando las manos.
-Pero Chichita, qué gato, si no tenemos –reprochó Marijuana, la sirvienta, que se encontraba disponiendo los trozos de carne sobre la parrilla..
-¡¡No lo defiendas! Si no hubiésemos tenido que alimentar a ese gato, no nos habríamos quedado sin dinero! Todo se gastó en darle comida a ese bueno para nada!
-No le hagan caso, ella es así. Tiene un poco de gatofobia –explicó Tito a sus amigos, sin darle mayor relevancia a los gritos de su madre.
Mientras los adultos seguían la conversa, la Chichita se fijaba en el pequeño Miguelito, que la miraba con ojos desorbitados. La anciana se daba vueltas alrededor de él lentamente, cargando su manta de invierno y arrugando los ojos a medida que se le acercaba.
-Gato malo ¡Malo! –le dijo de pronto, mirándolo con rabia.
-Yo no soy gato –se defendió el pequeño, escondiéndose detrás de su padre.
-¿Me quieres contradecir, felino gordinflón? – y agarrando una escoba del patio, salió persiguiendo al chicuelo por el jardín - ¡Ven para acá, yo te muestro quién no es gato!
El chicuelo corría en círculos y gritaba desesperado, mientras los presentes veían el asunto con gracia.
-Es un niño, no un gato, mamá – le dijo Tito quitándole la escoba; si no la detenía él, no la detenía nadie. Miguelito, por su parte, trataba desesperadamente de subirse a un árbol para ponerse a salvo.
-Qué no lo es? Míralo, entonces, trepándose a ese árbol ¿acaso no es lo que hacen los mininos? ¡Baja de ahí, gato ladrón, gato desgraciado!
-Venga, mamá. Si le estoy diciendo que es niño, no gato.
-Niño, gato, es todo la misma cosa.
-La llevaré a su pieza, mejor. Perdónenla, son cosas de la edad.
La anciana se aprestaba a regresar a la casa, mientras Miguelito, un poco más calmado, corría a agarrarse de los pantalones de su padre. La vieja, al verlo pasar delante suyo, le dirigió una expresión odiosa y le lanzó una última amenaza:
-Cuídate, Niño-Gato, que si vuelves a hacerme una musaraña, te muelo a escobazos!
Miguelito miró a su papá con ojos languidecidos, y dijo:
-Papá...¿Soy un gato?...
-Claro que no, hijito. No hagas caso a lo que dice esa señora, es viejita la pobre.
-Pero en el colegio vimos que los gatos hacen sus necesidades en los árboles...
Amadeo miró a su hijo y vio que tenía los pantalones empapados.
-Yo lo arreglo – intervino Marijuana, percatándose de la situación – ven, acompáñame al baño, y dejemos que tu papá disfrute del asado.
El muchacho la acompañó reticente. La empleada le pasó un par de paños nuevos y lo vistió con eso.
-Es hora del paseo de las plantas ¿quieres acompañarme? ¡pero nada de musarañas, eh? Ya oíste a doña Chichita!
Marijuana tomó las plantas, las puso en el carrito y avisó su partida: Tito, al darse cuenta de lo que hacía la criada, la interceptó.
-¿Y vas a sacar el macetero bebé, con este frío?
-No se preocupe, patroncito, si lo abrigué bien ¿ve? Hasta los pañales nuevos le puse!
-No vuelvas de noche, sabes que les hace mal a sus hojitas exponerse al frío.
-¿Cree que es primera vez que paseo a una planta? Como si nadie lo hiciera, pues!
Iba saliendo cuando un grupo de muchachos se les cruzó por el camino; uno pasó a llevar una de las hojas del macetero bebé. Marijuana, enfurecida, persiguió al muchacho y le dio un sonoro coscorrón:
-Con que vuelvas a tratar mal a una plantita indefensa, te llevas el doble de esta ¿oíste, mocoso malcriado? – y recuperando la compostura, siguió a caminar con el carrito a rastras, y la no menospreciable suma de seis maceteros en fila india, ordenados de mayor a menor, amarrados por un cordel desde la base, para no maltratar el abono que sostenía a dichas plantas. Miguelito miraba todo con espanto.
De pronto el chicuelo se fijó en una mujer que se encontraba estática, sentada en medio del jardín de la Plaza. Marijuana se molestó un poco con la actitud del muchacho y lo reprendió:
-Niño-Gato, no mires tan fijo! Es de mala educación molestar a los adornos humanos. Ellos solo cumplen su trabajo, no tienes para que molestarlos.
-Me llamo Miguelito! –repuso molesto el chico
-Como sea. No los mires así, te dije.
-¿Y porqué está parada en medio de la plaza?
-Porque le pagan para eso, por supuesto. ¿Qué nunca antes habías visto un adorno humano?
-No...
-Dios mío, no quiero ni imaginarme en qué tipo de ciudad vives tú, Niño-Gato.
-¡Miguelito!
-Si prefieres andar por la vida llamándote así, está bien.....¡Miguelito! Pero Niño-Gato te sienta mucho más.
El muchacho, perdiendo la paciencia, salió corriendo y se perdió de vista. La sirvienta lo miró con un dejo de hastío y no se preocupó por perseguirlo.
-¡Y después dice que no es gato!.....
Miguelito llegó corriendo a la casa . Amadeo intentaba conversar con su viejo amigo.
-Papá , me quiero ir–dijo el pequeño. Su padre parecía no hacerle caso, por lo que el chico se puso más insistente, descontrolándose al punto de ponerse a maullar. Al darse cuenta de que no podría omitir los molestos actos de su hijo, que comenzaba a enredarse entre sus patas, decidió subirlo al auto y marcharse. Otra vez habría que dejar su conversación pendiente
-No hay caso – le dijo Amadeo a su amigo– una vez que uno se compra una mascota, ya no vuelve a tener vida propia.
-Ni me lo digas. Por suerte a nosotros se nos ocurrió contratar a Marijuana para que cuidase de nuestras plantas. Eso de sacarlas a pasear todos los días nos estaba volviendo locos....
Amadeo miró al horizonte y, antes de despedirse de su Tito, hizo una última pregunta.
-¿Tito....porqué era que este pueblo se llamaba “Siempre”?
-No sé, la verdad no lo recuerdo.
-Debo confesarte, amigo mío, que en realidad es el nombre más estúpido que le he oído a una ciudad.
Tito ya no lo estaba escuchando; había tenido que salir corriendo, pues la Chichita otra vez había salido en cuatro patas a perseguir a un cartero, ladrándole mientras intentaba derribarlo de su bicicleta; si no la detenía él, no lo hacía nadie. A lo lejos, se podía oír el ruido de los helicópteros norteamericanos acercándose. Amadeo encendió el motor y dejó las despedidas para otro día. Estaba cansado, su pelo ya comenzaba a pelechar y aún no aprendía bien a conducir por la izquierda.
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