Esta tristeza, sin origen, viene del momento de ruptura con la libertad robada por la condición de animal social, incubado en la vorágine humana de valores inventados, hipócritas éticas, inservibles morales. Este extravío viene de olvidar el camino opacado por la mentira universal. Este desconsuelo viene de comprobar la mascarada, que es como escencia del mundo.
En este rincón respira la nostalgia, como motor de una esperanza sepultada por el discurso triunfalista de la felicidad, del optimismo, de la actitud positiva, de la meritocracia, todo en combo para hacerle honor a la forma social que domina el mundo. Mundo construido sobre el divorcio de la esencia natural de del pensamiento con las motivaciones últimas del humano.
Algunos descubren que ese optimismo que construye este mundo de espejos brillantes, es solo una parte del laberinto que conforma la invención social; hay más, escondido tras la apariencia, es como algo invisible pero escondido, una contradicción que se funda en una verdad.
Todos buscando, o esperando, el después; es el síndrome de lo inexistente. Lo fugaz es la eternidad, los relojes del mundo mienten a favor del drama humano.
Esta tristeza tiene detonante en la memoria de un mundo social que es incapaz de ver el brillo de una verdadera aurora; a cambio condenan la vida al olvido.
El perro de la calle está ahí, cobijado por el frío; tiene la misma tristeza que hace brillar esa necesidad de regresar a rescatar lo importante. |