Hoy les voy a contar un pequeño cuento o anécdota que me ocurrió allá en mi viejo barrio de San Martin de Porres, en Lima. Esta historia empezó el primer día que tuve contacto con los famosos testigos de “yo no sé quién”, o banda de angelitos que, como zombis, deambulan por las calles de mi barrio todos los domingos.
Los susodichos iluminados, andan como moscas locas, tratando de adoctrinar a tutilimundi, o a cuanto tanto incauto que les abra la puerta, al que, al toque lo acorralan para exorcizarlo en “mancha”.
No había pasado ni una semana de haber llegado a mi terruño, después de haber residido muchos años en el extranjero, cuando estos angelitos empezaron a tocar la puerta o el interfono de mi casa. Parecía como si alguien los hubiera enviado apropósito, porque, qué casualidad que venían los domingos muy temprano, justo cuando me iba a dormir “la mona” de una jarana con mis patas, o cuando empezaba a tomar mi rico desayuno con su tamalito calentito.
La primera vez que sonaron al timbre de mi casa, les abrí la puerta por ignorar la existencia de estos granujas, aunque creo que más fue, por “sapo”, ya que mi intuición me decía por el murmullo que venía de la calle, que era mujeres, y no me equivoque, pero me decepcione al verlas todas vestidas con largos vestidos, portando un maletín negro, como si fueran cobradoras o vendedoras, por lo que les pregunte – ¿Qué venden? – ellas en unísono me respondieron – ¡nada! solo venimos a ofrecerles a Ud. y a su familia “el reino de los cielos” – ¡Ah caray! – me sorprendieron, pero como soy agnóstico, enseguida sonriendo les conteste – ¿Es una nueva urbanización? ¿o un club? Déjenme un folleto, por si me interesa, ir a visitarla – ellas sorprendidas, me contestaron – ¡No Sr.! el cielo no se visita, Ud. ira, cuando El Señor lo llame – ¡Pucha! Entonces no va ser posible por ahora, porque no tengo teléfono, ni estoy apurado en conocer vuestro reino, puede esperar, pero mi desayuno con su tamalito chinchano ¡no!, porque se están enfriando, adiós – Y ¡zas!, les cerré la puerta, casi en las narices.
Ese domingo las deje plantadas con su oferta celestial, pensando que ya no volverían más, pero estas, no se dieron por vencidas, volvieron al ataque al domingo siguiente y con mayor fuerza, porque empezaron a sonar el interfono incesantemente. Yo, me hacia el desentendido y no les contestaba, pero, no falto un domingo en que, a la mala, insistieron con la puerta y el timbre, parecía como si se les había pegado el dedo en el interruptor. Por eso, respondí enojado – ¡No hay nadie! – a lo que, una voz melosa de mujer, aparentemente, la más “tía”, respondió – ¿Y con quien tengo el gusto de hablar? – me saco el “indio”, y sacando una voz de ultratumba respondí casi echando fuego – ¡CON EL DIABLO! – del otro lado del interfono escuché el grito de la tía, seguido de una mentada de madre, y las carcajadas de sus compañeras que se alejaban riendo como locas. Santo remedio, como por milagro, no volvieron más a “joder”, y pude dormir y desayunar tranquilo los domingos siguientes.
Colorín colorado, este cuento demoniaco para algunos, se ha terminado. Espero no haber chocado a las almas sensibles, que sé, los hay entre mis amigos, solo puedo decirles que: “El infierno está vacío, todos los demonios están aquí” Shakespeare.
Pablo Mendoza
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