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A mi me gusta la literatura apegada a la vida. Por ejemplo, la que toma por modelo de sus personajes, personas que sufren por el desprecio, el desamor, la traición, la culpa, la pérdida, la muerte; que luchan con valor y con miedo a la vez, utilizando sus instintos, sus limitaciones, sus virtudes,…; que se liberan, que se redimen, que perdonan, que se sobreponen…; Me gusta, repito, la literatura apegada a la vida, y por eso intento en lo que escribo, aproximarme un poco a esa literatura.

Desde hace mucho tiempo arrastro en mí a un esteta redomado, y lucho a diario para que esta necrosis no alcance mi corazón.

Les contaré algo...

Durante veinte años fui compositor. El control que yo tenía de los recursos técnicos en las tres principales esferas de la composición (Forma, Contrapunto y Armonía) era impecable. Pude crear obras musicales de vanguardia, contemporáneas (esas "obras raras" para un público no versado) con absoluto control. Por ejemplo, yo podía hacer una obra para un instrumento solo, como una flauta o un clarinete, y definir con claridad precisa una sucesión de armonías con lógica tonal sin necesidad de instrumento acompañante alguno. Una vez un amigo escucho mi música y me dijo: «es como comerme una fruta que me es extraña y a la vez me atrae» Repito, yo alcancé esa cota de perfección técnica. Disfruté haciéndolo. Pero yo no era un músico sintiente en el sentido pleno de la palabra. Estaba emocionalmente apagado. Hoy puedo decir esto sin el horror de caer en una crisis profesional y personal.

Así apagado y con ese apabullante control técnico acabé despreciando las creaciones de compositores diletantes. Llegué incluso a despreciar las composiciones de los que en mi juventud fueron mis músicos admirados, músicos que crean desde lo intuitivo, que crean "de oído" y no desde la razón, desde la teoría musical más avanzada. Sus obras, generalmente canciones, me terminaron pareciendo verdaderas cosas de risa y de escarnio. Ya no me hacían sentir aquellas letras que antaño me emocionaban porque la melodía y los acompañamientos que las soportaban eran extremadamente "pobres" en lo musical. Ciertamente disfruté y disfruto mucho, como oyente de obras de música clásica, pero desprecié el "arte menor", por ejemplo, de los cantautores latinoamericanos que tanto me habían hecho sentir en mi juventud. No sabía que en verdad me estaba perdiendo a mí mismo, una parte de mí, se gangrenaba sin remedio, por las exigencias de la llamada Excelencia Artística.

Fue entonces que comprendí varias cosas con los años.

Si el punto de partida del arte, en general, es la vida ¿cómo había dejado morir mi capacidad de emocionarme ante la vida por una férrea dedicación a la excelencia artística? ¿Qué clase de artista era yo?

Si el artista debe ser un campo abierto a miles de influencias ¿Qué clase de artista era yo?

Si el artista debe sentir como suyo el sentir del otro y yo no podía ¿Qué clase de artista era yo?

Si el centro del arte es el hombre que hacía yo despreciándolo, mediante juicios estéticos, en sus manifestaciones creativas diversas ¿Qué clase de artista era yo?

¿Quería decir esto que a partir de entonces iba a poner en la misma balanza un poema de Borges frente a un poema de cualquier creador diletante? No, pero no me verían despreciando al segundo. De esta enfermedad estoy aún convaleciente.

Hoy dejo que ese poema del artista diletante me influya en el momento en que le dedico mi tiempo a su lectura y dejo que permanezca en mí según lo que yo sea, no según lo que me dicte nadie desde una atalaya estética sobre qué debe o no debe hacerme sentir, qué es o no es verdadero arte ¡Que se pierdan esos jueces estéticos si eso les place! Porque la desgracia de éstos que dictan para la excelencia artística es que por no contemplar al hombre y no tomar como punto de partida primero su centro vital, se alejan de lo artístico y por ende de la excelencia artística. Olvidaron algo importante estos "críticos": el arte es un producto del hombre y no al revés y bien lo señala Borges, sabiendo qué se subordina a qué, cuando en la estrofa de su poema Arte poética dice: "A veces en las tardes una cara / nos mira desde el fondo de un espejo; / el arte debe ser como ese espejo / que nos revela nuestra propia cara."

Por eso yo no quiero ser un artista teórico que ha olvidado o desprecia la vida que sustenta al arte. Yo no quiero no verme en el espejo de Borges. Yo no quiero pertenecer a esos artistas y críticos de rostro ausente que tienen en ese espejo un objeto inservible.


4 de julio de 2024
David Galán Parro

Texto agregado el 04-07-2024, y leído por 157 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
05-07-2024 Pienso en el equilibrio entre intuición y razón. Capablanca era un ajedrecista intuitivo, pero supeditaba su imaginación a estrategias de ataque; Borges es muy racional, pero su escritura se criba en la belleza estética; Nureyev transmitía emociones con un perfeccionamiento técnico de años; Picasso dibujaba como Miguel Ángel desde pequeño... Gatocteles
04-07-2024 Este te quedó muy cursi por ese tono excesivamente sentimental y melodramático para abordar el cambio. Exagerar una emoción no es tan bueno en este tipo de reflexiones. eRRe
04-07-2024 Belleza de reflexión. Un saludo. ValentinoHND
04-07-2024 El arte debe fluir de lo interno conectados a Dios, porque así tu obra será hecha de amor en el àmbito donde te desenvuelvas. spirits
04-07-2024 Interesante reflexión. mikail
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