Nunca seas prisionero de tu pasado
Era solo una lección
No una cadena perpetua
Buda
A paso ligero se moviliza Guido por el centro; siempre atrasado o casi justo, siempre casi corriendo, pero sin vergüenza; él sabe qué hace mil cosas para la oficina, entre favores personales y mandados del jefe y de algún u otro modo nunca falla, muy atento y ordenado; está yendo al gimnasio, cambió el teléfono y se perfila como el nuevo escriba en la oficina contable, se dice que el ascenso ya estaría firmado.
Así es Guido, dedicado pero reservado. Aunque muestre una fachada de confianza y control, internamente lucha con la ansiedad y miedo al fracaso, esto remonta a la infancia, en donde sus padres eran muy exigentes y críticos. Su motivación para triunfar es fuerte, impulsado por un deseo profundo de demostrar su valía, no solo a su familia, sino a sí mismo.
Ha esperado cinco años para esta oportunidad y se ha preparado a conciencia, pero teme fallar, no deja de pensar en esa posibilidad, no dar el ancho, equivocarse en un digito, en un signo en un misero total. Sacude enérgicamente su cabeza a ver si salen disparados esos pensamientos que van boicoteando sus planes, respira lentamente y se dice a sus adentros. - ¡Ya déjate! Falta poco, hoy es el día. El jefe ayer lo mando a llamar, hombre algo huraño y de pocas palabras; le explicó que pasado mañana es un día especial para la compañía y vienen gerentes de otras ciudades a una reunión desayuno en el salón principal, le pidió que, si podía hacer horas extras y dejar el salón montado para veinte personas, todo impecable y dispuesto. La cita es a las ocho a.m. -Por supuesto don Ángel, cuente conmigo.
El salón principal poco se ocupaba, Guido pensaba en el polvo que se habrá juntado y en la aspiradora que se quedó encerrada en la bodega. Primera dificultad, las llaves. Masticaba la rabia mientras abría uno a uno los cajones en la oficina de la secretaria. Pasaban los minutos y la desesperación comenzó a asomar por la frente fruncida de nuestro pronto escriba titular. No las encontraba y cada vez se culpaba más, de no haberlo previsto, de pensar en todo menos en eso; ya cuando comenzaron los insultos, dentro del porta lápices, las benditas llaves encontró. Sonrió triunfante.
Se hizo de noche, el salón brillaba y la gran mesa ovalada estaba puesta, veinte lugares dispuestos, vajilla sobria pero elegante, copas para el agua y vasos para jugo, cubiertos de plata y servilletas de lino; las carpetas y lápices ordenados y un pin metálico de la compañía en una cajita de cartón reciclado.
Era tarde, pero no le importaba, había cumplido la misión encargada por don Ángel y se sentía orgulloso, pasó sus manos por atrás de la cabeza y entrelazo los dedos, tomó una gran bocanada de aire y contempló su trabajo; mientras lo hacía, pensó en ella, en sus hijos y en la distancia injusta que el desamor provoca; aún la amaba y que daría para que lo viera así, capaz, logrando por fin algo, con la confianza del jefe depositada y a punto de tener su propio cubículo, pero la soledad del lugar lo cobijó y una extraña lágrima amarga llegó hasta su garganta, volteo y camino al ventanal. Desde el décimo piso se puede ver la ciudad, sus luces y la vertiginosa sensación de caer; y así, en un tris, de pronto, como una iluminación, una epifanía. Logró sentir en su pecho un gran vacío; para Guido dejó de tener sentido todo, enfrentándose por vez primera con la realidad, realidad que, ha perdido el sentido también de quien realmente es él.
Guido se pasea reflexivo por el salón y ha puesto música desde su teléfono; preludio en E menor, opera 28 N°4 Fréderic Chopin, y la atmosfera se fue cargando con la electricidad que precede a las grandes tempestades y las palabras comenzaron a brotar espontáneas casi en tono de declaración o más que eso, como un altanero soliloquio, algo relamido y ponzoñoso.
(Se detiene, mira sus manos)
- ¿Quién soy, sino el conjunto de roles que he interpretado? ¡Mi dios! dime ¿Un hijo, un colega, un amigo, un amante? -todos ellos meras sombras en la pared de mi existencia. Sombras que danzan al compás de una melodía escrita por otros, nunca por mí, un preludio ajeno. ¿Dónde se encuentra Guido, el niño que soñaba con colores que no están en este cuadro gris que es mi vida?
(Suspira y se sienta, cabizbajo)
Y ahora, enfrentado con el silencio de la soledad, me pregunto si aún hay tiempo de descorrer las cortinas de esta farsa y dejar entrar la luz de la autenticidad. ¿Podre mirarme algún día en el espejo y reconocer al hombre que me devuelve la mirada, no como a un extraño, sino como a un amigo?
La ilusión debe caer para dar paso al verdadero yo.
(Levanta la vista con determinación)
Quienquiera que sea, será un viaje a lo desconocido, pero uno que debo emprender. Porque vivir una vida sin conocerse, es como navegar sin brújula: estás a merced de las olas, pero nunca en control de tu destino.
(Está decidido, se levanta.)
Así que aquí voy, a descubrirme entre las ruinas de lo que alguna vez pensé que era. Guido, el hombre, no la máscara, Guido, quien busca ser el autor de su propia historia, no un personaje en la narrativa de otro. A aquel que pueda encontrar en este viaje, bienvenido seas.
FIN ACTO 1
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