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El Merluzo




¿Qué hacía ahí mi buena amiga Armanda paseando en patines junto a su hijo y su ex esposo, declarado merluzo por ella misma a los cuatro o cinco o más vientos y más aún si los hubiera?

¿Qué diantres hacia del brazo de su marido mientras el pequeño se deslizaba con dificultad por el pavimento. La respuesta era tan obvia o quizás no tanto. Se sujetaba del brazo de él para no caer, o mejor para evitar el colapso de su ser si lo llevamos a otro plano. Pero el hecho es que deambulaban justo fuera de la casa que habían habitado por años y a la que volvía ahora con una esperanza: que los patines la devolvieran a la época feliz cuando el merluzo no lo era o al menos no se le notaba esa peculiaridad que entonces se recubría de niñez, de mala crianza, de locura temprana, mentecato, bobo y leso, generando risas destartaladas y de un modo insoportable.
Ahí estaba el trio sacando a relucir poses antiguas en patines vintage propios para un retorno al origen.
No habrá nada más forzado y artificial y obvio que usar esos elementos con la finalidad de convencer al esposo que aún era "esa niña" de antaño a pesar de sus caídas y recaídas.
Seguramente confiaba en que las vueltas lo transportarían al estado mitico cuando la relación era joven, estaban en sus primores y aún emergían de manera natural y espontáneas esas risas y gestos que ahora trataba de emular, pero de una manera forzada y falsa.
Ahora el hombre hacia lo que podía equilibrando por un lado el querer explayarse en el ayer y por otro la desconfianza que le había producido la fuga de su esposa.
Ahí estaba con ella. La sentía casi como antaño. La miraba. Ya no era la de antes. Era otra en el sentido que había sido de otro y eso ya era un factor que le impedía en primera instancia seguirla, correr junto a ella, volar sobre las ruedas, girar, frenar, evolucionar sobre el pavimento y demostrar sus destrezas, que habían sido opacadas por otro.
De pronto ella ve un automóvil que pasa rápido junto a ellos. Cree saber quién es. El conductor toca fuerte el claxon. Y en un pasaje más allá gira de manera inesperada.
Su esposa lo convida a desatender a ese automovilista iracundo que al pasar de vuelta hace tocar la bocina.
Ella hace un amago para partir hacia otro lugar y el esposo al querer acompañarla observa al automóvil que se aleja.
"Era él", le dice. "Si", dice ella, tratando de hacerlo olvidar y queriendo reconstituir el viaje de encuentro.
"Ya vamos", le dice ella, "pasemos a nuestra casa". Te invito a una limonada. El merluzo acepta e ingresan. La primera parte de recuperación de la memoria parece haber dado resultados pues aquel entró corriendo como niño enfundado en su traje de Teletuvi y ansiando demostrarle a ella que el tiempo en que estuvieron separados había aprendido nuevos pasos de Tai Chi que lo mantenían concentrado y se había conectado con sus canales energéticos. Ya verás, le dijo cuando entraron.


Edgar Brizuela Zuleta

Texto agregado el 03-07-2024, y leído por 62 visitantes. (0 votos)


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