Yo no lo sabía, pero después de tantos años, en algún rincón de mi corazón todavía había un lugar especial para Katerine Mikeyra. Lo supe cuando Francisco me llamó a su oficina y me dio la gran noticia: Katerine Mikeyra, la gran artista pop, regresaba a la Argentina para dar una serie de conciertos. Otra vez me temblaron las piernas, me latió fuerte el corazón.
Esa misma noche, al regresar a casa, sin que Julieta se diera cuenta, abrí el cajón secreto, aquel donde yo guardaba los posters, las fotos y las entrevistas exclusivas que le hiciera a Katerine Mikeyra. Y no lo pude evitar, otra vez rememoré el perfume de su cuerpo, su aliento, la suavidad de su piel, el color de sus ojos tan próximos. Una sensación de juventud volvió a correr por mi cuerpo.
De nuevo busqué información actualizada sobre ella. Resultó que a sus treinta y un años, Katerine Mikeyra seguía soltera. Era de suponer que una artista de su talla internacional no pudiera contraer matrimonio porque se debía enteramente a su carrera y, sobre todo, a su público. En cambio yo, desde la última vez que nos habíamos visto en aquella gran suite de un lujoso hotel en Buenos Aires, me había casado con Julieta. La amaba, oh sí que la amaba. Después de mi aventura con Katerine Mikeyra, Julieta era la compañera que yo había elegido por el resto de mi vida, y creía que esa elección estaba ya consolidada. Por eso me pregunté por qué me puse a temblar así, como un pollito mojado, frente a la noticia del regreso de Katerine Mikeyra.
Claro, por ser mi jefe, Francisco lo sabía casi todo. Yo había decidido contarle de mis viejas andanzas con Katerine Mikeyra (no con lujo de detalles, pero se lo había contado). Francisco no solamente era mi jefe sino también un poco mi amigo. Tantos años de conocernos y trabajar juntos nos había acercado de una manera inesperada. Julieta también lo apreciaba mucho, tanto que Francisco había sido un invitado especial a mi fiesta de casamiento.
Mi soltería se había terminado y Francisco lo sabía. Antes de casarme con Julieta yo estaba libre y bien dispuesto para hacer cualquier sacrificio por la editorial. Viajar al exterior y permanecer allá durante varias semanas solamente para hacer algunas notas intrascendentes, por ejemplo. Ahora, en cambio, Francisco ya no era tan exigente conmigo, era más contemplativo con los trabajos que me asignaba. Él mismo me aconsejaba que cuidara de mi matrimonio, porque mis ausencias prolongadas podían desgastar la convivencia. Por eso me llamó tanto la atención el hecho de que Francisco volviera a citarme, igual que varios años antes, a su oficina para hablarme exclusivamente de Katerine Mikeyra.
Se lo pregunté, y no me sorprendió recibir como respuesta que la editorial seguía atravesando graves apuros económicos. Francisco necesitaba vender. Y una nota exclusiva con Katerine Mikeyra se vendería como pan caliente, sobre todo entre el público masculino. Ahí era donde entraba mi trabajo, claro. Porque una estrella como Katerine Mikeyra tenía caprichos y, para mi felicidad o para mi desgracia, Francisco los conocía. Es más, todos en la editorial sabían perfectamente que Katerine Mekeyra no le daría una nota a otro reportero que no fuera yo. Eran los caprichos de una estrella, y debían obedecerse, sino... Se perdería tanto dinero que sería una lástima.
Además estaban los antecedentes. En su momento, los números donde Francisco había decidido publicar mis entrevistas con Katerine Mikeyra consiguieron hacer milagros con las finanzas de la editorial. Era de suponer que la fórmula funcionaría de nuevo, a pesar de que Katerine Mikeyra ya no contaba con aquellos flamantes veinticuatro años. Mi única objeción era (y se lo volví a decir a Francisco) que la carnada para atraer ese dinero era yo. Yo y una nueva noche completamente a solas con Katerine Mikeyra. Porque Francisco sabía las cosas que habían ocurrido en aquella suite del lujoso hotel en Buenos Aires, donde hice aquellas tres entrevistas exclusivas que luego él publicó. Francisco no lo sabía con lujo de detalles, pero yo me imaginaba que bien sospecharía las dos copas de champagne, la habitación a media luz, la música suave, los susurros de gata de Katerine Mikeyra, nuestros cuerpos enredados bajo sábanas de seda...
Como era su costumbre, llegó un martes por la noche, entre flashes y periodistas enloquecidos por sacarle alguna declaración. Pero Katerine Mikeyra no les ofreció ni una sola palabra. Inmediatamente, las noticias dijeron que se había encerrado en su suite para disfrutar de los caprichos de una estrella, como siempre. Y tenían razón. Katerine estaba llena de caprichos. Por eso, durante la segunda noche de su estadía, por medio de su representante telefoneó a la editorial y pidió hablar con alguna autoridad competente. Igual que las otras veces, Katerine Mikeyra ofrecía una entrevista exclusiva y de bajo costo con la sola condición de que le enviaran a su suite a aquel reportero que ella tan bien conocía y con quien se sentía tan cómoda.
Claro, ese reportero era yo: Julián Cáceres. Me pareció increíble que después de siete años Katerine Mikeyra recordara con tanta precisión mi nombre y el nombre de la editorial donde yo trabajaba. Sin esperar un minuto, urgido por la necesidad del momento, Francisco volvió a citarme a su oficina. Con cara de contento me dijo que tenía un trabajito especial para mí. Yo lo miré fijamente y le dije que no podía volver a esa suite aunque me muriera de ganas, por el simple hecho de que ahora estaba casado y no quería ser infiel con Julieta. Entonces Francisco hizo una pausa, como si buscara las palabras más adecuadas. Después se puso de pié y me dijo que vayáramos a tomar un café a la esquina.
Casi como nunca, con Francisco tuvimos una charla larga y reveladora. Lo primero que me dijo fue "cómo me gustaría estar en tu lugar". Primero me pareció que lo decía por puro calentón, por puras ganas de pasar una noche a solas con Katerine Mikeyra. Yo, haciéndome el asombrado, le pregunté por Claudia. Me respondió que no sería la primera vez que le sería infiel. Y eso me sorprendió, porque en el fondo siempre había admirado el matrimonio de Claudia y de Francisco, tanto que me parecía el matrimonio ideal. Hasta Julieta, que lo conocía menos que yo, me lo había dicho en su momento, "qué lindo matrimonio el de tu jefe". Mientras Francisco hablaba y hablaba y tomaba café (por mi parte no sabía hasta dónde Francisco quería llegar), yo le daba vueltas y vueltas a esa primera frase, "me gustaría estar en tu lugar". De alguna manera Francisco era como mi ejemplo en la vida. Llegar hasta donde él llegó, no era para cualquiera. "Me gustaría estar en tu lugar", yo no sabía si Francisco me lo decía para alentarme, para darme ese empujoncito que me faltaba para cambiar de opinión y llevarme a hacer ese pequeño y "grato" sacrificio por la empresa, esa bendita entrevista completa con Katerine Mikeyra.
Al final de nuestra charla Francisco dejó caer sobre la mesa un papelito con una dirección, una fecha, una hora y una cifra en pesos argentinos; era la dirección del hotel donde se hospedaba Katerine Mikeyra y también la paga que la editorial me ofrecía si cambiaba de opinión.
Claro, era una suma bastante considerable. Una suma que nos permitiría a Julieta y a mi comprar un cochecito último modelo e irnos de vacaciones, algo que anhelábamos tanto. Esa misma noche, después de una cena apetitosa, solamente le mostré el papelito a Julieta. Al principio, distraída como siempre, no entendió cuando le dije que en esa dirección se hospeda Katerine Mikeyra. Pero al ver la gran suma de dinero me miró y los ojos se le llenaron de lágrimas.
Nunca Julieta se había encerrado en la habitación. Ésta era la primera vez. Al otro lado de la puerta yo la escuchaba sollozar, decirme "todavía la amás, todavía la amás, cretino". Le dije que no se pusiera así, que era solamente una opción que me había dado la editorial, y que yo, al lado de Katerine Mikeyra, era solamente un mortal común y corriente, alguien totalmente intrascendente, porque todo eso ya había quedado en el pasado. Julieta me dijo "mentira, sino Katerine Mikeyra no hubiera pedido por vos". Entonces me arrepentí tanto de haberle dicho eso último, porque Julieta conocía mis aventuras con Katerine Mikeyra. Tontamente yo le había contado todo mientras aún éramos novios, como una manera de que entre nosotros no existieran los secretos.
Al final de esa noche, con el papelito todavía en la mano, no pude hacer que Julieta entrara en razones.
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