I
Somos una familia, una gran familia, o eso parece. Marcia, nuestra líder, trata por todos los medios de mantenernos unidos y en armonía. No siempre logra hacerlo, porque entre varios de nosotros hay diferencias y rencillas, también odios. Nadie ha llegado hasta los golpes, pero las palabras y las discusiones duelen igual o peor que ellos.
Cada uno tiene una misión particular que Marcia nos ha encomendado, pero también tenemos una misión general que es la más importante e imprescindible de cumplir. Para ello se realizan juntas semanales, donde podemos opinar o exponer nuestras molestias y sugerencias para mejorar como equipo, como familia. En ellas siempre existen quejas y reclamos, aunque no faltan las buenas ideas para funcionar como debemos.
Nuestro lugar de trabajo es la extensa llanura, dividida en múltiples parcelas, a cada uno de nosotros nos corresponde cuidar una, que las diversas plantas, flores y frutos que crecen en ellas, se mantengan con la cantidad de humedad adecuada, libres de plagas y hierbajos nocivos. El río que atraviesa parte de la llanura nos ha ayudado al riego, facilitando en parte nuestro trabajo.
Cuidar y mantener en buen estado los cultivos de las parcelas, es la parte fácil de nuestras actividades. Lo difícil es protegerlas lo mejor posible de la llegada de las bestias. Ese es el verdadero peligro, el mayor de nuestros miedos.
Las chozas donde vivimos están al otro lado del río, lejos de la llanura de trabajo. Hemos construido varios puentes, con puertas en ambos extremos del río, con el fin de evitar que las bestias puedan llegar hasta ellas. En el límite frontal de las parcelas de cultivo, nos encargamos de colocar una empalizada, que no sirve gran cosa, para intentar protegerlas de las bestias. Después de la empalizada se extiende aún una gran porción de llanura y después el bosque, un espeso y tétrico bosque donde moran las bestias.
De ahí salen cada mañana a buscar alimento y su sitio preferido para conseguirlo son nuestros cultivos. Tienen especial predilección por las flores y los frutos, pero todo les parece bien y vienen con el afán de arrasar todo. Suelen llegar en manadas o en forma solitaria. Muchas de ellas traen a sus crías que son las que causan mayor destrozo. Andan de aquí para allá husmeando, maltratando y tirando flores, plantas, frutos. Todos los días tenemos que luchar con ellas, esgrimir nuestras mejores armas, poner la mayor voluntad y no temerlas, aunque por dentro el miedo esté latente y nos atosigue en todo momento.
No resulta nada fácil enfrentar a las bestias, pero debo reconocer que algunas de ellas son nobles, vienen a buscar su alimento en calma, casi con amabilidad. La mayoría es violenta, inaccesible, peligrosa. A pesar de su actitud, tratamos de no lastimarlas y que vuelvan a su bosque sombrío e insondable. Al final de cada jornada terminamos exhaustos, muertos de cansancio por evitar los destrozos y los intentos desesperados por no lastimar a las bestias que la mayoría de las veces no reaccionan, se dejan llevar por sus instintos destructores sin importarles nuestros esfuerzos. Cómo dan ganas de golpearlas, de hacerlas sufrir, pero si nosotros no tenemos control, se armaría una batalla campal donde correrían ríos de sangre.
Aprovecho la hora de comer para pensar un poco. Me gusta comer sola, aunque a veces no falta quien me acompañe. Muchas veces me pregunto cómo vivirán todas esas bestias en el bosque, dónde dormirán, cómo conseguirán el agua para subsistir si nunca las vemos que bajen hasta el río. ¿Se llevarán bien entre ellas, podrán convivir unas con otras? Si entre nosotros hay disputas, ¿qué se puede esperar de ellas? ¿O serán mejores que nosotros?
Termina la jornada de trabajo y cada uno se va a su choza a descansar, a reponer fuerzas para la jornada del día siguiente, donde habrá que hacer las actividades cotidianas y aguardar de nueva cuenta la llegada de las bestias. Me duermo.
II
Despierto, el sol ya se levanta, es hora de prepararse para ir al trabajo. Me baño y visto con rapidez. Un desayuno ligero. A trabajar. Las calles se encuentran en ebullición, autos y gente dirigiéndose a sus destinos, escuela, trabajo, qué se yo. Todos metidos en sus asuntos, con prisa y ansiedad de llegar a tiempo, sin importar nada más. Abordo el transporte colectivo que me lleva casi directo a la boutique de ropa donde laboro. Ya estoy aquí, he llegado temprano y casi ninguno de mis compañeros se encuentra todavía. Me preparo, me doy ánimo. Estoy tranquila. Yo puedo. Solo por hoy. A cuidar la sección de la tienda que me corresponde, que todo esté limpio y ordenado. Las bestias, quiero decir, los clientes, no tardan en llegar.
La tienda abre sus puertas y las bestias comienzan a entrar, todos estamos ya listos para recibirlas. Me acerco a la primera.
-Buenos días, señorita. ¿Puedo ayudarla en algo? Estamos para servirle. ¿Una blusa? ¿Cuál le gusta? ¿La blanca? ¿En que talla se la muestro?...
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