Rafaella entró al salón de la mano de Sheila. Todos los invitados, discretamente, fueron dándose vuelta para mirar el espectáculo. Ella, con su ajustado traje a hombro descubierto, sin más adornos que la tenue gargantilla que rodeaba su cuello, con su andar femenino y recatado. Sabía que todos los ojos estaban sobre ellas. Desde el minuto en que decidió ir al matrimonio de Gonzalo con su nueva pareja, supo que sería tema de controversia.
“Este no es un país tolerante” le había dicho mientras ambas se arreglaban en el dormitorio “si quieres, puedes quedarte, no tienes que acompañarme si no lo deseas”. Pero Sheila le respondió entusiasmada, con aquellos ojos melancólicos a los cuales no podía decir que no; Sabía que era celosa y no le agradaba que anduviese exhibiéndose como una mujer sin compromisos por ahí.
Más que el rechazo público, lo que Rafaella verdaderamente temía era que alguien humillase a Sheila; le había jurado que nunca más alguien le daría un trato como el que le dieron sus padres, aquél día que se las presentó. Ahora, bajando por las escaleras y dirigiéndose a la mesa con asientos designados, experimentaba la misma angustia que en ese día. Mesa 38, decía la lista, y Rafaella la encontró en una esquina vacía, con 10 sillas sin ocupantes. Percibió que Sheila, siempre tan espontánea, iba a emitir su opinión, y cubrió delicadamente su boca con las manos.
“ No digas nada, Sheila, mantente digna, siempre digna” le susurró al ir hacia la mesa. Se sentaron delicadamente y, sin preocuparse de colocarse servilletas, comenzaron a dar cabo de los canapés. “Haz de cuenta que estamos solas, Sheila ¿acaso no ha sido así durante estos últimos dos años? Pasémoslo bien, al menos nosotras, y si ellos quieren sentirse ofendidos por nuestra relación, en su problema”.
Sheila no tuvo inconvenientes en acatar la voluntad de Rafaella y se dejó acariciar por ella, tal como lo hacían en la intimidad. Se acercó a Rafaella para besarla, mientras las miradas furtivas se hacían cada vez menos discretas. Algunos comentarios escandalizados podían oírse allá, a lo lejos, y como respuesta ambas exhibían sus diente entre sonrisas, en tono burlesco y desafiante.
Rafaella envidiaba lo desinhibida que era Sheila, y la poca importancia que le daba a la opinión de los demás. Aunque estaba lejos de ese desenfado, esa noche su nerviosismo se agudizaba por ser Gonzalo el que se casaba. La había invitado para humillarla, lo sabía bien, como en aquél entonces, cuando le pidió de vuelta su anillo de compromiso y le dijo que era una loca. Loca, ella, que lo había amado tanto. Por eso debía comportarse. Quería demostrarle que tampoco estaba sola, y que seguía siendo una dama, a pesar de ya no estar viviendo un amor convencional. “Todo amor es bueno”, le había dicho aquella profetisa que la guiara en su aventura del encuentro con su yo interior.; “Sabias palabras”, se repetía al mirar al ahora desabrido y sudoroso de Gonzalo Estuardo.
La música de pronto subió de volumen y todos salieron a la pista. Como a Sheila no le gustaba bailar, y ya cumplido su cometido de ser vista por todos, Rafaella decidió que no había más que hacer en aquél lugar. Los novios comenzaban a saludar a las mesas, y ella no quería que Sheila pasese por ese mal rato. Aún recordaba las palabras de su padre cuando se la presentara “Quiero que salgan de mi casa” gritó enrojecido de ira “Tú y la perra ésa con la que andas”. Perra, le había dicho. “No vuelvas a poner un pie aquí, eres una degenerada” En ese exacto momento, Rafaella decretó que ya no tenía familia. “No se llama perra, ni degenerada. Se llama Sheila” le respondió orgullosa “y a partir de hoy, será la única familia que tenga”. Nunca más volvió a verlos, así como tampoco volvería a ver a Gonzalo ni a ninguno de los que estaban en aquella fiesta.
Rafaella volteó el rostro y se percató de que Sheila se había despojado de toda su ropa, como acostumbraba hacer cuando se sobreexcitaba, y estaba completamente desnuda sobre la silla. Emitiendo una leve sonrisa, le tomó la mano y se puso de pie
-Has dado suficiente espectáculos por hoy, Sheila. Es hora de irse ¿no crees?
Sheila dio dos ladridos secos y dejo su lengua afuera.
-Si, yo sé que estás aburrida, mi amor. Te conozco con solo mirarte, sabes bien que las palabras sobran entre nosotras.
Rafaella se puso su abrigo, tomó la ropa de Sheila, le amarró su collar y salieron ambas de la fiesta, meciéndose con gracia, con la mirada en alto, dignas, siempre dignas.
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