El último tango.

Después de tanto insistir, mi marido decidió al fin concederme lo que le había pedido durante tantos años.
El sábado era el baile anual de los egresados del colegio al que fuimos de jóvenes y al que siempre quise ir, aunque Andrés nunca quiso asistir. Nuestro matrimonio no estaba del todo bien y creo que era mi culpa, nunca pude dejar del todo el pasado y a pesar de quererlo, él lo notaba.
Me tomó por sorpresa, pero no importaba, estaba empecinada en ir y ese sábado allí estábamos.
Nos sentamos junto a una mesa cerca de la orquesta mirando y escuchando a los músicos, pero sin bailar. Mi esposo era un excelente bailarín, pero al pasar el tiempo y no hacerlo ya no era el mismo.
Lo dejé sentado tomando algo y fui a ver si reconocía a algún o alguna compañera, aunque los años pasados hubieran dejado huellas, creía que quizá reconociera a alguien.
De pronto la vi, Dora mi antigua compañera estaba entrando junto a otras personas que nunca había visto. Al verme ella también me reconoció.
Dora y yo éramos inseparables, bonita, inteligente y con su cabello dorado siempre fue la elegida de los muchachos… Emilio, mi gran amor, quizá el hombre que más amé en mi vida y que la prefirió…, a él no lo vi.
De pronto sentí algo muy extraño al ver que se acercaba a mí, ya no era la muchacha que atraía a todos, se había convertido en un ser cuyos años habían marchitado su belleza transformándola en una mujer fría, cuyos cabellos blancos y su cuerpo gastado no se parecía en nada a aquella jovencita que en buena ley o quizá no, me había arrebatado al hombre de mi vida.
La saludé con simpatía, habíamos sido grandes amigas y a pesar de todo aún seguíamos siéndolo, aunque ya no nos viéramos como antes, hacía varios años que no nos veíamos.
Le pregunté por Emilio y me contestó que hacía mucho tiempo se había marchado para no regresar, la muerte se lo llevó demasiado joven y ella jamás volvió a casarse. Se notaba la tristeza en su rostro, aunque la disimulaba con espeso maquillaje.
Charlamos un rato y me preguntó por Andrés y le dije que estaba sentado, que no le agradaba bailar.
Ella se extrañó mucho ya que de joven había sido un excelente bailarín y le contesté que así era, pero hacía años que no bailábamos y se sentía fuera de lugar.
Luego de un rato nos separamos, ella volvió con sus amigos, pero yo no pude volver a la mesa, el recuerdo de años pasados… de Emilio, de su muerte, me había transformado y ya no quería estar en el baile, de pronto vi en el centro de la pared principal del salón un enorme espejo que mostraba a las parejas bailando y me acerqué. El baile ya estaba casi en el final, la velada se había consumido en un abrir y cerrar de ojos.
Traté de ver a aquella muchacha pelirroja de ojos verdes y pecas en el rostro y me di cuenta de que ella tampoco estaba, en su lugar una señora de edad madura y cabellos blancos me miraba con los mismos ojos verdes de antes, pero cuyo rostro también había cambiado, su frente tenía surcos hechos por el tiempo y una lágrima asomó dentro de ellos cuando la orquesta anunció que sería la última pieza que tocarían y les pidió a todas las parejas que bailaran el último tango de la noche. El tiempo había volado también en el salón de baile.
Aún parada frente al espejo lo vi, se acercó, tomó mi mano y me dijo… ven, bailemos el último tango. Desde ese día comprendí lo errada que estaba, Andrés había sido y sería por siempre, mi único amor, Emilio fue simplemente… el amor juvenil. El último tango me encontró en brazos del amor verdadero, había llegado el momento de enterrar el pasado, el presente en sus brazos era hermoso.

Omenia
21/6/2024