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En la actividad de escribir hay multitud de individuos que se colocan en posición crítica frente a la obra literaria sin dilucidar nada más allá de lo que le proveen sus conceptos formales. Estos son representantes del prototipo que cabe llamar teórico formal.

El teórico formal tiene por conceptos, fórmulas, y busca entender con ellos lo que lee. Pero lee y no estudia. No parte de la realidad concreta que es el texto. Le tiene pánico. No muestra múltiples y diversos procedimientos de análisis. Va de sus conceptos formales a la realidad, pero nunca al revés. Así se hace pobre intelectualmente, rígido. Su principal desgracia es que ni transita por la vida sensible, ni transita por la conceptual. Nada de peso tiene pues para emitir un juicio constructivo. Nada podrá decir esencialmente acertado en torno a la gestación de una obra literaria preñada de vida. Bordea las lindes de la misma y golpea queriendo penetrar en sus entrañas. Recoge aspectos formales y los mete en los sacos vacíos que arrastra por sendas polvorientas desde sus primeros tiempos de estudiante.

El teórico formal se frustra entonces. Siente viejos sus conceptos. Se le han acartonado. La vida pasa por delante de ellos, ha evolucionado y no alcanza a explicarla. Como libros viejos en estantería, así se ajan sus conceptos. Lo que metió en sus sacos vacíos además se le escapa por los agujeros del fondo raído. No obstante, los agarra y los arrastra como firmes creencias que son, luchando con denuedo para validarlos, aunque en su fuero íntimo sabe que no le sirven. Tiene desligada la vida y la creación literaria, pero se obstina en encontrarle las pulsaciones a este cadáver.

Frente al teórico formal se halla el creador activo. Este es vital, es sangre, es dolor, es padecimiento en toda su plenitud. No le conciernen en absoluto las apreciaciones de conceptos formales, de libros viejos, de sacos vacíos y rotos. No le sirven para crear. Solo le pueden servir los conceptos dados por aquellos otros creadores activos que han hecho su infatigable recorrido. Sabe que ellos le llevarán de la mano para su propósito. En el creador activo resuenan los viejos anhelos, los padecimientos, las incertidumbres, los interrogantes, las victorias de los creadores que le precedieron, hayan estos adquirido nombre o no, poco importa. Con ellos, se entiende, los siente presentes, a su lado le alivian, y con ellos se encuentra lejos del instante congelado que le propone el teórico formal.

El teórico formal se ha quedado solo como un juez que dicta sentencias en una sala desolada aplicando sus conceptos y creyendo que son los Conceptos. Trata de hilvanar un discurso general, pero por ser general, es vacío. Se ha parapetado en él. Nadie le escucha, pero se alivia desde la ignorancia que no se reconoce así misma confundiendo oscuridad con profundidad. Es una sima de palabras en la que nadie encuentra puntos de agarre. Y la sima es una cárcel.

Por lo dicho, el creador activo es para el teórico formal, lo que un preso vital para un gris carcelero: alguien al que es incapaz de domeñar; alguien que se le ha convertido en un prófugo impenitente; alguien que le escamotea de por vida sus planes de fuga.


David Galán Parro
24 de junio de 2024

Texto agregado el 23-06-2024, y leído por 195 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
24-06-2024 Buen texto mi buen. Abrazo. sendero
 
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