AMOR CHIQUITO
En el pequeño pueblo costero donde las calles polvorientas susurraban historias del pasado, vivía una niña llamada Julieta que tenía unos ojos brillantes como las estrellas y una sonrisa que desarmaba el corazón de muchos.
Ella y su mejor amigo, Enrique, pasaban mucho tiempo conversando y jugando bajo la sombra de un flamboyán al salir del colegio.
Los años de infancia se deslizaron como hojas llevadas por el viento, y con ellos, terminaron los juegos inocentes entre ambos.
A los doce años, Enrique., llevado por el destino y los sueños de su familia, partió fuera del país, dejando a Julieta con un adiós que resonó en su corazón durante años. El tiempo, tejedor de destinos, pasó su hilo dorado a través de los días y las noches, transformando a Enrique en un hombre apuesto.
Julieta era una mujer de belleza serena y Enrique un hombre jovial y responsable, que mantenia la simpatia y carisma de su ninez.
Una tarde de verano, cuando el sol comenzaba a besar el horizonte, Julieta, dueña ahora de la librería del pueblo, escuchó la campanilla de la puerta anunciar la presencia de un visitante. Al verlo entrar lo reconoció en seguida y su corazón, regocijado, se detuvo un instante.
Se saludaron con efusividad y allí, entre los estantes llenos de promesas y sueños encuadernados, se dieron un tierno beso de bienvenida.
El reencuentro empezó con un cruce de miradas que hablaba de recuerdos y tiempos perdidos; fue un torbellino de emociones y recuerdos que conservaban en sus corazones.
Hablaron durante mucho tiempo, riendo y recordando historias de su amor chiquito. Se sentían como si el tiempo no hubiera pasado, como si el hilo invisible que los había unido en la infancia siguiera intacto y ahora regresaba para alojarse en sus cuerpos de adultos.
Y así, en aquel pequeño pueblo sembrado a orillas del mar, Julieta y Enrique. descubrieron que algunos amores, como los buenos libros, esperan pacientemente en los estantes de la vida para ser releídos y disfrutados de nuevo.
Alberto Vásquez.
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