Destino imprevisto
El GPS me está guiando, por suerte, por un camino que, aunque es muy empinado, resultó poco concurrido, por no decir que soy el único en transitarlo, así que espero llegar antes de que oscurezca.
En realidad, el destino escrito en el sobre está bastante borroso e ilegible a causa de los sellos que todavía destilan tinta hasta mancharme los dedos, aunque se lee bien clarito el destinatario: Herman Weber.
Consulté, como otras veces que tenía dudas sobre el destino de la correspondencia a entregar, a la IA, quien me condujo hasta aquí en coordinación con el GPS.
Ya estoy mareado con tantas vueltas que me está haciendo dar y tengo la impresión de que esto es un circuito cerrado que no lleva a ninguna parte.
Ahora, por fin un descampado, pero tengo que avanzar por otra senda lateral, no menos empinada.
La voz monótona que me guía me dice, de pronto, que hemos llegado a destino. "A la derecha está la casa de Herman Weber."
El sol hacía un rato que se estaba ocultando, pero pude verlo todavía a través de unas ventanucas que, en la semi penumbra daban un aspecto poco tranquilizador.
Caí en la cuenta de que el sol se estaba colando desde las ranuras de un cementerio abandonado. Seguramente el tal Weber era el cuidador del cementerio, puesto que debía contener no sé qué reliquias valiosas o algo por el estilo.
Bajé de mi catango y me dispuse a seguir las indicaciones del GPS y, después de andar unos minutos que me parecieron eternos, me indicó que habíamos llegado a destino.
Me detuve frente a una tumba muy antigua que exhibía justamente los datos del destinatario de la carta, una foto en blanco y negro de un señor de mediana edad, vestido a la usanza antigua y una leyenda de, probablemente, alguno de sus descendientes, que decía que lo querían mucho. A juzgar por la fecha de nacimiento que pude leer retirando primero la tierra y herrumbre acumulada por el paso del tiempo, me di cuenta de que ese día esa persona cumplía cien años desde su nacimiento. ¿Quién de sus sucesores se había tomado el atrevimiento de realizar semejante movida para nada?
De repente caí en la cuenta de que estaba completamente de noche y ese no era un lugar para quedarme un segundo más, así que, aterrado, emprendí la retirada con la carta en una mano y el celular que me guiaba hacia la salida, en la otra.
Una leyenda en mi celular me decía: “Se está quedando sin carga. Ahorrar batería”.
Estaba frito. Ya no me acordaba para qué lado se encontraba la salida y la oscuridad era total.
Aterrorizado, divagué por todas las tumbas, que en la oscuridad eran todas iguales, y recién a la madrugada pude encontrar el camino hacia la salida.
Por suerte el cementerio no recibía visitas a esa hora y pude regresar a mi casa desandando el camino que me había llevado hasta allá.
Un poco más tranquilo, decidí violar el juramento que hice ante las autoridades del correo, y me propuse investigar quién sería el desubicado que le escribía una carta a un muerto.
Casi me caigo de espaldas cuando leí la misiva, que decía:
¿Ya cien años, hijo? ¡Feliz cumpleaños! ¿Qué te parece si esta noche hacemos una reunión en el cementerio?
Te mando este mensaje por la IA. Contéstame por este mismo medio.
Tu padre que te ama: Jonathan Weber
...y supe días después, siempre informado por la IA, de que la fiesta se concretó la noche siguiente en el cementerio en celebración del "Día del Padre" y que los mensajes les llegaban también por telepatía.
Fueron invitados también el padre y el abuelo de don Jonathan, o sea el abuelo y bisabuelo de don Herman, aunque el último no concurrió al encuentro porque, al estar enterrado en otro cementerio, temía que al sortear esos caminos angostos y empinados, podría caer y romperse algún hueso.
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