Cabizbajo y meditabundo. Quizá más meditabundo que cabizbajo, atravesaba uno el claustro como un espectro más. En espera de poner fin a aquellos lazos místicos que me atenazaban, pastoreaba el tiempo haciendo como que estaba vivo, como que estudiaba y como que respiraba en general. Y esto último tampoco con demasiado arte, pues creo recordarme adepto al vicio encajetillado por ille tempore. Y lo digo así porque estaba estudiando Latín, o al menos matriculado en ello. Ya digo; en espera de que los lazos místicos desaparecieran por completo o parcialmente, pero que remitieran. Los lazos místicos son los peores de los lazos, peores que los de la soga de ahorcar, pero a diferencia de estos últimos, los místicos pueden deshacerse per se. Y en ello estaba.
Sólo bastante tiempo después, sin embargo, dejé de notar tal presión. Fue milagroso. Tan lejos de casa era previsible que se deshicieran a poco de tener paciencia y perseverar.
Recuerdo que in ille tempore- otra vez- aquella experiencia fue algo parecido a un exorcismo cristiano. Una especie de exorcismo laico pero igual de efectivo que el de la película de William Friedkin, estrenada pocos años atrás.

Hasta el lugar físico tengo presente- en que se produjo-. De repente yo marché y mi espectro se quedó allí. En adelante volvería a ser yo mismo. Lástima que ella ya no estuviera allí.