Tic, tic sonaba de manera lejana. Cómo un soplido tenue en un desierto sin alma.
Tic, tic, se acercaba. Lentamente.
En mi cabeza algo decía. No había sonidos rumiantes, pero si una atenta preocupación. Mi almohada aún acariciaba mi mejilla.
Tic tic llegaba a mi ventana y golpeaban fuertemente. Las gotas de lluvia, está vez, se hicieron oír. Puede ser, también, que ya estaba despierto, aunque el reloj marcaba la 1 30 de la mañana.
- el auto- exclamé de manera silenciosa y fui a vestirme.
El Peugeot 207 se había quedado sin capa. Ya no vestía de superhéroe y las gotas de lluvia lo dañaban como la criptonita a Superman. Bajé e intenté que algún estacionamiento me dejara guardarlo, pero el resultado fue no positivo.
Empecé a pensar y a esa hora nadie me iba a abrir. Ningún estacionamiento lo iba a acobijar. La inseguridad y la noche hacía que las probabilidades jugarán en mi contra.
Volví, lo estacioné en el mismo lugar de partida y subí a mi casa por un par de bolsas. Una capa del tercer mundo era mi única opción. Al entrar a mi casa, mi mujer ya estaba despierta y con la almohada marcada en la cara, pero con ánimo de ayudar a construir una capa sustituta.
Bajamos y luego de 39 minutos, el techo del auto había quedado cubierto. La frutilla del postre y lo que le termino de dar el color del yin y el yan, fue una cortina de baño blanca que actuó como segunda capa. Abarcando la totalidad y más de la herida provocada por el robo del techo del auto. De volverle algo de su identidad. Y así fue.
Ya nuevamente en la cama, acariciando la almohada con la mejilla
Tic tic una gota de lluvia que caía dentro de la habitación.
Tic tic ese sonido se iba diluyendo a medida que el sueño se aferraba a mi persona
Tic ya casi ni se escuchaba
Tic sonó el despertador 3 horas después.