Faltaban pocos días para que se llegara la fiesta esperada, un aniversario más de la Independencia de México.
Renato era un joven que esperaba con ansias la fiesta en su pueblo; se sentía muy feliz porque sus papás prometieron comprarle ropa nueva y un par de botas de punta chihuahua para estrenar ese día tan especial.
Un día muy temprano, el papá de Renato comenzó a cosechar las papas, pues ya habían transcurrido 100 días desde la siembra. Al excavar cuidadosamente, separó las raíces de los tubérculos y vio que algunas piezas presentaban un tamaño anormal, suceso que favorecería notablemente en su economía familiar. Esta vez no lo pensó dos veces y se inscribió al concurso que se lleva año con año en la Noche Mexicana.
Se llegó al fin el día esperado y la familia Ramírez Murillo se dirigió a medio día hacia al Jardín Principal, lugar donde se llevaría a cabo el concurso de la papa máaaaaas grande.
Después de que el juzgado calificó cada una de las papas, otorgaron por unanimidad el primer lugar a Don Daniel, eeeeeesto por la gran blancura y mayor tamaño de su papa. El premio fue un par de borregos pelibuey de color café, con estos ya completaría una docena de bovinos.
Volviiiiiieron a la hacienda para después regresar a disfrutar del Grito de Independencia.
A eso de las 5:00 p.m. llegó un cliente a su hogar para hacer un pedido de papas, el cual tenía que entregarse a primera hora del día siguiente. Don Daniel le pidió al muchacho que hiciera de inmediato esa cosecha para ya no tener más ese pendiente. Renato desobedecióooooo y tomó la decisión de hacerlo hasta regreso a casa.
Se llegó la hora para ir al evento que todos esperaban y al concluirse la participación del alcalde, se invitó por medio del sonido a todos habitantes de “El Country” a disfrutar de uuuuuun bonito huapango. Renato no podía desaprovechar esa oportunidad y al preguntarle a sus papás si podía quedarse a disfrutar del bonito baile, el señor le contestó que tenía el permiso solo si había cosechado las papas. El adolescente se entristeció de inmediato y se vio forzado a compartir la decisión que había tomado. Su papá le dio una segunda oportunidad: tenía que ir a hacerlo para así poder regresar.
En silencio, se dio la media vuelta y al llegar al terreno, muy molesto azotó la punta de una de sus botas en uno de los surcos, en un segundo sintió un fuerte golpe en su cabeza y al darse cuenta que no había nadie más que él, volvió a encajar la punta de la bota, pero ahora con más fuerza y esta vez pudo ver algunas papas sobre la tierra. Se inclinó y al colocarlas en sus manos comenzó a entender lo que sucedía. Entonces las soltó y comenzó a idear. Puso música en su celular a todo volumen, colocó sus dedos pulgares detrás de la pretina de su pantalón vaquero y continuó bailando de puntitas, logrando sacar papas a montón. No pasaron ni cinco minutos cuando el pedido estaba listo, eso sí, como buen comerciante, con todo y su pilón.
Rápidamente sacudió su pantalón y sin darse cuenta de cuánto se habían maltratado sus botas, regresó como rayo a disfrutar de esa linda noche.
De momento, guardó el secreto de cómo logró la cosecha más rápida de su corta vida, pero esto no duró mucho, pues sus papás se dieron cuenta al día siguiente al ver que las botas de piel de mantarraya parecían haber sido sacudidas por los colmillos de una víbora.
De ahí nació la idea de mandar a hacer botas especiales con punta de casco y libre de piel, ¡claro!
con “El tío Ricardo”.
A partir de esa idea, los campesinos de ese lugar y de los pueblos aledaños, hicieron lo mismo, y lo mejor fue que se evitaron más enfermedades de columna vertebral.
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