La mujer, pistola en mano, le está apuntando directo al pecho al hombre que yace arrodillado frente a ella. Él, en esa posición, parece pedir perdón de algún acto antes cometido. Ella sostiene el arma con mano firme, algo tensa, con la seguridad que da tener el control de una situación. O al menos la ventaja de la misma. Su rostro no refleja emoción alguna, es una máscara perfecta de insensibilidad. Sin embargo, si el exterior no muestra nada, quién sabe el interior, ese sí puede estar preso de múltiples emociones guardadas con celo, quizás ser lava ardiente en ebullición.
¿Qué ha hecho el hombre para que una mujer joven y bonita como la que sostiene el arma, esté apuntándole y se halle dispuesta tal vez a disparar? ¿La engañó? ¿Le robó? ¿La violó, quizás? ¿Le hizo algún daño de otro tipo? Lo importante es que ella está frente a él a punto de accionar el gatillo y el hombre no tiene defensa, a lo mejor solo sus palabras o sus gestos o su actitud. Porque el rostro del hombre es muy diferente al de la mujer, denota súplica, miedo, angustia ante la cercanía de la muerte.
El escenario es una habitación de hotel, el lecho se halla destendido y las sábanas revueltas, algunas prendas de vestir se hallan regadas en el piso. El hombre trae solo los calzoncillos puestos, ella luce hermosa y desafiante completamente desnuda, sosteniendo el arma justiciera o vengadora, aunque de eso no se sabe nada. Lo ideal sería estar en el interior de ambos para saber todo lo que piensan y sienten, y conocer realmente el motivo de la situación presente; lo que puede verse es que ella en verdad dispare y mate al hombre o no lo haga. O que el hombre la convenza de no disparar y lo perdone.
Los instantes siguientes serán definitivos.
Se escucha un disparo. ¿Lo habrá matado?
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