Desde la clandestinidad, se burlaba de los que bailaban flamenco. Estaba seguro, que nadie bailaba como él lo hacía. Se creía un maestro, que todo lo sabía y no sabía nada de nada. Para demostrar que sabía bailar, una amiga suya organizó un concurso de baile, en el que se presentaron los mejores bailarines de flamenco.
El día señalado llegó pronto. Cincuenta de los mejores bailarines españoles demostrarán todo su arte. A Edmundo le tocaba de veinticinco. Todos lo habían hecho muy bien, tanto así, que el jurado estaba metido en un problema de once varas, pues todos bailaban a la perfección. Edmundo, ni siquiera pudo comprarse un par de zapatos nuevos, le tocó brillar muy bien los zapatos viejos que tenía desde hacía dos años. Su traje estaba descolorido, eso se notaba a leguas.
El presentador del evento llamó a Edmundo, este no tardó en subir al escenario. La música empezó a sonar y no sabía por dónde empezar, con gran dificultad empezó a moverse en el tablado, sus movimientos eran muy afeminados y para el colmo de su desgracia, se partió el tacón de uno de sus zapatos. El publico no paraba de reír y para rematar su mala suerte se le rompió el pantalón negro en el trasero, pues Edmundo era obeso y no cabía en ese pantalón. El jurado aplazó para mañana el concurso, pues el público no paraba de reír. Al siguiente día, Edmundo, renunció al baile y se dedicó a la zapatería. Edmundo, tenía una obsesión por arreglar todos los zapatos que estaban en mal estado. Una que otra vez lo conseguía, pero la mayoría de veces los desbarataba más. En fin, así es él. Nos toca entenderlo y llevarle más zapatos viejos. Una vez le regalé un par de zapatos nuevos muy costosos, con tan mala suerte que los dos resultaron siendo derechos. Eso no fue obstáculo para él, pues en su falsa sabiduría los volvió izquierdos.
Pedro Moreno Mora |