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Carta a Jaime Aparicio
Todo el mundo sabía que usted había sido un atleta mucho más que
destacado, pero yo jamás lo supe. Que fue campeón mil veces, que
encendió la antorcha en los Juegos Panamericanos mientras se
chamuscaba el brazo. Pero yo… yo no sabía nada de eso.
Sin embargo, lo que más me sorprendió cuando vi un programa sobre
usted, fue saber que no había visto el cometa Halley. ¡No podía ser
posible que ese señor que ha amado tanto a los astros no hubiera
visto el cometa! Pero si yo lo vi - algo difuso - en Santa Marta… Si
dos noches más tarde, ya en el mar, me bastó con asomarme al
alerón de estribor para ver esa manchita de luz con la que había
soñado desde siempre…
Era tan diferente de las fotos que había visto en el Tesoro de la
Juventud… Sin embargo, el cometa tenía una nitidez sorprendente.
Era como un copito de algodón estirado en un cielo de una negrura
total. Las estrellas brillaban a rabiar, pero no eran competencia. Así,
pequeñito y majestuoso, dominaba lleno de gracia todo el
firmamento.
¡Era tan bello…!
Lo busqué las siguientes madrugadas pero no lo vi. Llegamos a
puerto y me di cuenta de que nunca más lo volvería a ver. Decidí
entonces guardar en mi memoria esa noche mágica y regalársela
algún día a alguien que de verdad la mereciera.
Ese día es hoy.
Mi recuerdo, señor, es ahora suyo.
Podrá decir en adelante que no vio el cometa, pero eso no será del
todo cierto. Porque el cometa Halley, que ya no brilla, que ciego
recorre los mundos guiado por los empujones de los astros, es - por
virtud de esta carta - como una medallita de cielo que ahora puede
añadir a las muchas que tiene.
Por mi parte, contaré que alguna vez conocí a un señor que corría
mucho. Incluso detrás de las estrellas. |
Texto agregado el 02-06-2024, y leído por 73
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