RESILIENTE AQUÍ BURLO MI PÉSIMO BAILAR
Cuánta ternura tiene esta mujer que osa
acompañarme al baile sabiendo que no sé
ni bailar un merengue ni un son ni una bachata.
Pues ni a Berlioz ni a Beetoven sé yo bailar de oído,
porque ni con un dedo los puedo tararear.
Yo no puedo seguir esa sonora fiesta
si suena la Pequeña
Serenata Nocturna que nos regaló Mozart,
y mucho menos puedo, ni aun estando solo
levantarme a bailar la famosa novena
del grande Ludwig van.
Tan malo soy con música que ni admirarla sé,
muy menos ultramenos poder ejecutarla.
El merengue, la cumbia o el mambo
se burlan de mi cuerpo,
y tú, mujer querida,
generosa te enredas aquí entre mis traspiés
en medio del salón.
Sí, tú que tan bien bailas
te emburujas conmigo,
como dirían los tígueres de la Villa Francisca
o la Villa Consuelo,
que tanto y tan bien bailan.
Ahora yo prefiero ser como ellos,
ignorantes del verbo, del lexema
de Chomsky, del verde sustantivo,
y orgulloso como ellos de ignorar la escritura
solo a cambio de ser buen aprendiz de baile
en vez de lo que soy: un culto analfabeto
del ritmo y de los pies.
Es claro que mi padre, cual dicen los muchachos
“no te ha saltado nunca, no te bailó jamás
cuando fuiste pequeño, y creciste sin ritmo”
y pienso que mi madre rauda debió enseñarme,
en vez del castellano,
a armonizar sonidos, los pies, cintura y piso,
a cantar con el cuerpo siguiendo melodías.
Mil gracias, mujer mía, tan tierna y generosa
tú que tan bien te mueves bailando cualquier nota,
y en vez de buscar otro,
a uno que baile bien
y poder disfrutar tú de tu tus perfectos pasos,
vienes con todo amor
me invitas a bailar,
sabiendo que así pierdes la dicha de ritmar.
Gracias a ti, mujer, mi tierna mujer mía,
por descender ahora de esa tu maestría
del ritmo y movimiento tan bien tan bien llevados,
por venir a moverte con el camión que soy
en la pista sonora, saltando entre mosaicos,
y me enredo y te piso y tú sonríes
solidaria, amorosa,
cuando muy inconscientemente de pisan mis zapatos.
Gracias a ti, mujer,
por conducir mis gestos,
por moverte con este, que repito y repito
que nunca fue saltado cuando era muy chiquito,
y sin el tigueraje de los buenos del baile.
De este pobre esperpento,
de este daña-fiesta,
tú has hecho un buen objeto de sufriente alegría.
Cintura, oídos, ojos, cabeza, brazos, pies,
yo nada sé mover, nada me dice el ritmo,
ni el hermoso sonar, ni el aire tropical
de África o de Asia,
de América o la Europa:
ni el vals ni el fuerte rock, ni el divino valsié
dicen nada a mis pies.
Ni la zumba ni el reggae, ni el íntimo bolero,
ni el erótico tango o alegre chachachá
ay, no me dicen ná’.
No bailes, bella reina,
con este tonto y burdo tan bruto bailador
porque todos ven claro, bien claro que no sé.
Porque todos se ríen de este tu desbailador,
al verlo emburujarse como en dos pies izquierdos,
desairando los aires y desnotando a las notas
esas notas altivas
se esconden a mis pies.
Mas disfruto el mal baile
y antes que otros se burlen
me río de mí yo mismo,
del pésimo bailar,
y gozo resiliente
mi zurdo movimiento
y mi absurdo saltar.
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