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Estoy aquí con mis cinco hermanas gemelas, nacidas del mismo palo de cera. Sabíamos que esto era el final de nuestro largo sueño: estar clavadas en este blando y cremoso suelo. Una mujer nos sacó de la caja en la que íbamos dormidas y nos punzó a él delicadamente, mientras sonreía ensimismada, seguro que pensando en algo tierno. No sé hasta cuando nos quedaremos ahora aquí clavadas. Tenemos que estar muy firmes y rectas. No caer. Mantener el equilibrio y el porte. Nuestros mechones negros son lo más preciado que tenemos, nuestra razón de ser, lo que nos confiere la belleza, que dicen, nos hará breves protagonistas de la fiesta inminente. Estamos todas preparadas para ese momento. El color de nuestra carne de cera es un rojo intenso. 

Ahora la mujer levanta la base de suelo blando en que nos ha clavado y nos lleva en volandas. Abre una puerta y estalla entonces la música, los aplausos, las risas, los gritos de alegría. Alrededor nuestra, muchas caras sonrientes, principalmente infantiles. Una de esas caras se adelanta más hacia nosotras. Sus ojos desbordan ilusión y alegría ¿Por qué? ¿Tan importante somos para ella?

De repente siento un inesperado calor en mis mechas negras y éstas se convierten en una hermosa llama rubia. A mis hermanas que están a mi lado, les sucede lo mismo. Se han apagado las luces de la sala. Empieza una canción a coro cuya letra saben todos los presentes. Estamos mas bellas que nunca con nuestro pelo radiante como estrellas en la noche. La carita de ojos exultantes se vuelve a acercar y de ella, una primera ráfaga de aire tibio sale venteando nuestras cabelleras ardientes. Tambalean, languidecen y amagan morir, pero se nos mantienen aún prendidas. Solo una de mis hermanas ha perdido el esplendor. Una segunda ráfaga golpea y ahora sí, su fuerza ha tumbado el pelo luminoso de todas dejando una humeante hilacha sobre cada una de sus cabezas. De todas menos de la mía. Mi pelo se resiste. No quiero perder mi trémula cabellera de fuego. Me gusta ¿Por qué no me la dejarán así para siempre? ¿Por qué ha de brillar y morir? Entonces se oye una voz grave animosa: «¡Pide un deseo, Laura, pide un deseo!» Y segundos después un tercer soplo de viento saliendo de aquella cara me oscurece también, como a mis hermanas, el pelo. Al aire se pierde el mismo olor a muerte.

Es ley de vida: nuestro momento de plenitud es también al mismo tiempo momento de alegría ajena. Vinimos sólo para esto.

Nos arrancan del blando suelo y nos tiran a la basura.

David Galán Parro

20 de mayo de 2024

Texto agregado el 01-06-2024, y leído por 59 visitantes. (1 voto)


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