Siempre que iba a pintar una estrella, se vestía de fantasía, como si fuera una reina a punto de desfilar por la pasarela. Tan pronto terminaba de pintarla, sé decía así mismo: "Nadie más que yo sería capaz de pintar esta obra de arte". Enseguida se cambiaba de ropa, guardaba con sumo cuidado el traje de reina. Luego se ponía el uniforme de mensajero y se iba a repartir toda la correspondencia de la editorial Punto y Coma. En la calle todos lo miraban con asombro y el no sabía porqué lo miraban de esa manera. Solo en la noche, al mirarse en el espejo se daba cuenta que tenía los labios de rojo carmesí y las pestañas bien largas.