Fue Joseph de Maistre (1753-1821), quien sostuvo «que cada pueblo o nación tiene el gobierno que merece». Pero esto más que ser una verdad, es la constatación de un hecho que despierta cierto grado de impotencia y enfado.
Tanto el conocimiento humano, como el sentido común son el fruto de procesos sociales cíclicos. El pensamiento humano se va transformando lentamente a través de una dinámica repetitiva de intentos fallidos, que buscan instalar nuevas ideas en la consciencia colectiva. Cada nueva idea debe sortear una serie de oleajes de rechazos y aceptaciones, para que a su debido tiempo y por una inexplicable circunstancia, pasen a ser parte del océano de lo establecido. Las ideas y los razonamientos florecen en mentes inquietas que cuestionan, desde nuevas perspectivas, lo establecido. Mentes que esquivan y desafían el parecer del sentido común de la colectividad. Agrupados en minorías, los individuos van haciendo eco y cuna de las nuevas ideas, hasta que por aceptación de una mayoría simple son incorporadas como fundamentos imprescindibles en los procesos educativos de la colectividad, y así logran ser perpetuados como conocimiento fundamental para las nuevas generaciones. Con ello, estas nuevas ideas, se validan como parte de la batería de verdades y principios sostenidos culturalmente.

Lo paradójico de este proceso cíclico, es que lo que consideramos hoy como verdades universales, en algún tiempo atrás solo eran una absurda creencia de una disparatada minoría y lo que defendemos hoy como sentido común, era tiempo atrás, el pensamiento afiebrado de un individuo inadaptado social y culturalmente. No es la mayoría la que cambia el rumbo en el pensamiento de la humanidad sino que los individuos distintos y las pequeñas minorías.

Existe, en consecuencia, bajo este mecanismo, la posibilidad de que ciertas ideas, pensamientos o ideologías sean impuestas de manera arbitraria y dirigida a un determinado grupo social. Esto lo apreciamos en especial en aquellos sistemas de gobierno autoritarios, que controlan a su antojo los medios de comunicación. En estos, la voluntad colectiva es el reflejo, habitualmente, de un solo individuo que aprovechando las circunstancias del poder instaló su pensamiento en la conciencia colectiva para así poder perpetuar su legado ideológico. Esto hace también, que las decisiones tomadas de manera democrática sean en esencia la consecuencia de un trabajo social bien realizado en el tiempo y no la verdadera expresión de la voluntad de cada individuo. Y más relevante aun, esto hace que el conocimiento no sea una verdad absoluta sino una reinterpretación de la realidad sujeta a los vaivenes culturales. El sentido común se transforma en un mero instrumento ineficaz para poder discernir lo que es justo de lo que no lo es, pues responde a las ideologías de moda.
No tenemos los gobernantes que nos merecemos. Tenemos los gobernantes que han sabido instalar sus ideas como las nuestras, sin importar en lo más mínimo, el sistema político de gobierno que sostengan y defiendan.