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Hace ya casi 7 años que vendo libros, la mayoría de ellos usados o que estuvieron almacenados durante largo tiempo por distintas razones. Una vez tuve la suerte de poder revisar varias cajas llenas de libros que habían pertenecido a un desaparecido de la dictadura. Por pura suerte, esos libros fueron salvados y guardados durante muchos años, desde aquellos tiempos, los peores del país. Encontré muchos libros interesantes y finalmente adquirí unos cuantos por buen precio.

Me habían hecho un pedido del libro “Gestas y opiniones del Doctor Faustroll, patafísico”, una vieja edición del 61 que, aunque no se conservaba del todo bien, podía leerse y mantenía las hojas en bastante buen estado. Al libro lo había conseguido por medio de un amigo que tenía muchos libros viejos que habían pertenecido a su padre, pero que después de haber fallecido nadie los volvió a tocar.

Tenía que llevarlo a una casa que estaba en el barrio donde nací y viví toda mi vida, el barrio “España y Hospitales” de la zona sur de Rosario. Siempre hago los pedidos en bicicleta, pero esta vez fui caminando. Crucé la plaza Saavedra y agarré el Pasaje Blanque hasta Roca, y seguí hasta llegar a Gaboto, caminé dos cuadras y toqué el timbre.

Me atendió un chico joven con cierta timidez. Le di la mano, me dio la plata, le di el libro, lo saludé, me saludó, y me fui. Caminé unos pasos y miré mi alrededor, respiré el aire fresco y suspiré; todavía no era mediodía.

Retomé el rumbo hacia mi casa. Durante el camino crucé a algunos perros que deambulaban por el barrio, y algunas personas que también deambulaban o iban de la casa al trabajo o del trabajo a la casa, lo que es más o menos parecido a deambular. En una de esas, me encuentro con un experto en eso de deambular, un loco, posiblemente un vago, un perdido, un mediocre en sus propias palabras, un vagabundo, un linyera, un tipo con la apariencia de un doctor que se perdió y lucha, desde hace años y sin un solo peso, por volver a encontrar su hogar. Este hombre va con una camisa desabrochada y un portafolio viejo lleno de papeles escritos por él mismo.

Lo observé y si lo pienso ahora solo puedo concluir en una cosa: es un hombre perdido. Solo le quedan dos dientes, uno al lado del otro en la parte baja de la dentadura.

Fealdad, rechazo, mugre, la total aceptación dictada por el sentido común del mundo entero del tiempo presente de que no hay forma alguna de que un ser como él sea integrado a la sociedad. En algún tiempo se intentó que fuera integrado, quién sabe quién había en medio. Si hijos o hijas, o una esposa, o una madre o un padre, o hermanos. Lo que sé es que hubo una psicóloga en algún momento, ya les voy a explicar cómo lo sé.

Resulta que este hombre, al que solo crucé una vez sin jamás antes haber escuchado siquiera hablar de él, me paró en la calle, en una esquina, y me pidió si podía mandar por él un mensaje de texto. Pensé que quizás realmente tenía necesidad de hacerlo por algún tipo de emergencia. Pero no. El mensaje era para una psicóloga, de la cual está enamorado desde hace años.

Sí. Todo era demasiado raro.

Incluso parece más probable que sea un topo que hace mandar mensajes ocultos por medio de peatones que encuentra por la calle. El mensaje no era del tipo que uno imaginaría como “Necesito verla, en momentos estaré por su consultorio” ni nada que se parezca a lo medianamente razonable. También es verdad que pocas cosas razonables vamos a encontrar en esta vida, pero eso ya es otro tema. Acepté enviar por él el mensaje de texto, por lo que a juzgar de mi mujer (cuando le conté esta historia) me convertía en más loco aun que él mismo. En fin, me sorprendió cuando sacó un viejo cuaderno que en una de sus hojas contenía una frase. No era demasiado larga, por lo que continué. Primero me dijo el número de celular al que iba a mandarlo; parecía un número verdadero, seguramente lo era. Yo lo creo. Después comenzó con la frase y me lo hizo mandar. Bromeó diciendo ser de la KGB, lo que tendría mucho más sentido, a pesar de la extinción de la Unión Soviética. También mientras me dictaba y yo escribía, un hombre gritó algo desde un auto, lo que hizo que me distrajera. En ese momento, el linyera me tildó de vueltero y se enojó un poco, pero yo seguí escribiendo, y él terminó de dictarme.

Y así, sin más nada, cada uno siguió su camino. Él seguramente satisfecho de haberle mandado un mensaje más a la psicóloga de sus sueños, y yo volviendo a la tranquilidad del día con la sensación de haberme librado del loco, que solo había querido de mí que mandara un simple mensaje de texto. No es que sea algo muy normal, pero ¿Qué lo es?

El mensaje de texto decía:

“Buen día: Cuando un “desesperado” (mediocre) no tiene “verdad” propia se agarra de cualquier mentira antinatural. Baron Von Entendidus”

Antes de irme a dormir esa noche y después de que mi mujer me hubiese tratado de loco, le mandé un mensaje a la supuesta psicóloga preguntándole “¿Quién es?” Pronto recibí un mensaje, por lo que me agité y me puse muy nervioso. Cuando revisé de quién era, era un comprador que me consultaba por un libro.

No lo volví a ver ni a escuchar sobre él.

Texto agregado el 29-05-2024, y leído por 94 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
04-06-2024 Extraña historia, pero bien narrada. remos
30-05-2024 Muy interesante. Amo ese tipo de leyendas. Te felicito. peco
 
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