Cuando llega la tarde.

Juliana vivía en el segundo piso de un edificio que estaba frente a un parque para niños.
Cuando se mudó no pensaba que eso le haría vivir no solo su vida, sino la vida de cientos de niños que allí se reunían cada tarde a jugar mientras sus madres los cuidaban con amor.
Le agradaba ver girar la calesita, aquellos caballitos de madera le recordaban su niñez y sonreía mientras ella misma se sentía girar sobre uno de ellos.
¡Qué hermosos eran aquellos niños!
A la tarde cuando aún el sol daba de lleno sobre su ventana, Juliana se asomaba y contemplaba con amor aquellos niños, los que ella jamás tuvo y los sentía como propios, hasta conocía sus nombres, aunque no así los de sus madres.
Aquella tarde las hamacas, los toboganes y los sube y baja estaban llenos por completo y ni que decir de la calesita, allí había alegría, todo el entorno de la placita era algarabía entre aquellos niños que sin nada que olvidar disfrutaban de la vida con sus juegos.
Pero, la vida es la vida aunque sea en una placita para niños, de pronto un ladrón intentó robar a una de las madres su cartera y se produjo tal revuelo que todas las mujeres, olvidando por un instante a sus hijos corrieron a atraparlo y aunque no lograron hacerlo, por lo menos no pudo llevarse nada, pero Juliana no estaba mirando al ladrón de carteras, ella veía como una mujer se llevaba a uno de los niños más chiquitos que había quedado jugando en un montón de arena con su pala y baldecito.
Juliana intentó llamar a la madre, aunque no supiera su nombre, pero con tantos gritos debido al deseo de atrapar al ladrón, aquello parecía imposible e hizo algo que más tarde la policía la felicitaría por ello.
Con su celular filmó el momento en que la mujer tomaba en brazos al niño y de inmediato llamó al novecientos once y sin más les pasó su video.
Aquello permitió que cuando la madre del niño se diera cuenta de que su hijo no estaba, avisara de inmediato a la policía sorprendiéndose de verlos con su pequeño hijo en brazos y con aquella perversa mujer que intentara robarlo.
La madre no entendía lo rápido del accionar de la policía siendo que no había terminado de llamarlos cuando ya traían a su pequeño y entre lágrimas quiso saber cómo se habían enterado de lo que estaba pasando.
El policía, entonces le mostró el video y la madre no podía creer lo que estaba viendo, todo estaba allí, el secuestro de su bebé por aquella mujer, todo estaba grabado y eso permitió que su hijo no desapareciera quizá para siempre.
Aquello tenía que saberse, lo que Juliana había hecho merecía que todo el mundo se enterara, era un acto de amor que no todos lo hubieran hecho, no por ser imposible, sino quizá por la misma sencillez con que había sido hecho.
A la tarde siguiente, un grupo de madres con sus hijos llegaban hasta el apartamento de Juliana, todas querían agradecer lo que ella había hecho.
Juliana las recibió y cuando las madres la vieron hubo un instante de tristeza, la salvadora de aquel pequeño niño estaba en silla de ruedas, pero sobreponiéndose todas ellas con regalos para su heroína la nombraron guardiana oficial de niños, algo que hizo sonreír a la mujer que a sus ochenta años pasaba a ser parte de aquellas madres, aún sin haber tenido la dicha de serlo ella misma.
Hoy Juliana ya no ve a aquellos niños desde su ventana, cada día soleado, una de las madres sube hasta el segundo piso y baja a aquella anciana hasta la placita donde ya todos la conocen y la ven como lo que siempre quiso ser, una madre más.

Omenia
29/5/2024